La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo. Mariana Palova
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Читать онлайн книгу La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo - Mariana Palova страница 16

СКАЧАТЬ yo agito muy despacio la cabeza.

      —He venido solo.

      El rostro de Adam se tensa.

      —Entonces hay que avisar a la policía sobre lo que ha pasado —dice sin siquiera mirarme, con la barbilla fija hacia el frente y los ojos bien abiertos—. El jefe es… es buen amigo de mi madre. Tal vez no le cueste mucho encontrar a ese viejo.

      Adam se gira de pronto hacia la encargada de la librería.

      —Señora Lee, ¿cree que pueda hacerlo por mí, por favor? Y dele una descripción de este chico, por si pregunta. Ya sabe cómo es el jefe…

      La mujer lo mira un largo momento, con los labios bien apretados. Instantes después, asiente y da la media vuelta para irse a paso veloz por donde hemos venido. Yo, en cambio, abro y cierro la boca un par de veces, indeciso sobre si retozar en el suelo, vencido, o correr detrás de ella.

      Si hay algo que he evitado tanto como a los errantes es la policía, así que la idea de que ahora el jefe de policía de este pueblo se involucre en mis problemas no termina de gustarme.

      Pero es que esto ya se ha salido de mis manos. El dinero, ¡dioses, el dinero! Sin un centavo, sin medicina, víveres o siquiera una bolsa de dormir no voy a durar mucho más a la intemperie. ¿Quién diablos era ese tipo? ¡Ningún anciano puede correr así de rápido! ¿O sí?

      En medio de mi histeria descubro a Adam mirándome de nuevo de arriba abajo, con ese descaro perturbador. Me levanto en el acto y me echo el morral al hombro, para luego torcer en dirección hacia el callejón.

      —¡Oye! ¿Adónde vas? —grita él.

      —A buscar la comisaría —respondo sin mirar atrás.

      —¿Comisaría? Aquí sólo tenemos una oficina de tres metros cuadrados con una celda que no se ha usado en años, así que dudo que quieras esperar al jefe allá.

      —¿Y qué se supone que haga? —grito, exasperado—. ¿Irme a sentar a una banca hasta que los cuervos me coman los ojos?

      De acuerdo, es muy pronto para acudir a esa clase de chistes.

      —Oye, oye, cálmate un poco, ¿quieres? —insiste—. Irás a mi casa a descansar un poco.

      La sonrisa confiada en su rostro casi me hace reír a mí también.

      —Estás loco si crees que voy a irme contigo. ¡Ni siquiera te conozco!

      —El loco eres tú si piensas quedarte en la calle en las condiciones en las que te encuentras.

      Adam levanta el brazo y apunta hacia el mío. Desconcertado, doy un pequeño respingo al ver que la herida que me hizo el Silenciante se ha abierto durante la persecución, y que la sangre ha empapado la manga de mi parka.

      —Déjame llevarte primero al médico del pueblo, por favor —insiste Adam mientras alza la palma hacia mí como si hablase con un animal herido. ¿Por qué diablos la gente hace eso conmigo?—. Además, algo me dice que, si yo intentase hacerte daño, serías bastante capaz de romperme los dientes, ¿eh?

      Ahora soy yo quien escudriña al chico de arriba abajo, desconcertado por una personalidad que no termino de comprender. Es un humano común y corriente, sin nada particular. Parece un poco más joven que Johanna, va muy bien vestido —con una camisa bien planchada y todo— y, más allá de su impulsiva forma de ser, no aparenta ser peligroso, pero…

      —¿Por qué haces esto? —pregunto y, ante mi dureza, él deja de sonreír.

      —Mira, en parte es por lo de hace rato. Si te hubiese dejado en paz desde el principio, nada de esto habría pasado. Creo que entre todos te hemos dado la peor bienvenida posible a Stonefall.

      Estoy a punto de replicar una vez más, pero entiendo que en realidad no tengo muchas opciones.

       ¿Por qué estas cosas siempre me pasan a mí?

      —Bien —suspiro al fin.

      Adam sonríe con demasiada energía para parecerme agradable.

      Cuando escucho que de pronto un trueno cae a lo lejos, termino por preguntarme si esta serie de acontecimientos desafortunados no será otra cosa que el inicio de algo aún más terrible que está por sucederme.

      Y con mi suerte, vaya que lo espero.

      CAPÍTULO 9

      SIN RASTRO

      El pequeño coche de la contemplasombras, con su puerta del conductor aún abierta de par en par, ha empezado a cubrirse de arena. Lleva varios soles quieto entre el sendero y la maleza mientras nuestras cenizas aguardan sobre el capote del color del ladrillo.

      El sonido de unos pasos perturba la quietud de los árboles, y el olor que se abre paso entre la hierba hace que nos encojamos contra el metal.

      Un demonio con piel de hombre se aproxima despacio hacia el vehículo. Lleva en la mano un teléfono con la pantalla estrellada bajo su puño, en señal de que alguien, del otro lado de la línea, ha estado ignorando sus llamadas.

      El bidón que carga en la otra mano pesa más que la pistola que cuelga abotonada a su cintura, pero a pesar de la rabia que desborda su fría mirada azul, él sonríe con dientes amarillentos.

      Mira el interior del coche. Plásticos, latas, viejos recipientes de comida, bolsas de basura; la depresión tapiza el suelo del coche con la pulcritud digna de una cerda.

      El hombre aplasta con la rodilla el asiento y se inclina hacia la guantera. Rebusca entre servilletas, pañuelos y recibos de compras, hasta que halla un grueso sobre de piel negra.

      La violenta sonrisa de su rostro se ensancha cuando pone los documentos del coche frente a sus narices.

      —Alannah Murphy. Valley of the Gods 508 —susurra, y nuestro polvo se retuerce ante la crueldad de su voz.

      De pronto el sonido de alerta de la pequeña radio sobre su hombro le hace chasquear la lengua. El hombre presiona un botón.

      —¿Qué quieres? —pregunta con sequedad.

      —Jefe Dallas —contesta una voz sumisa del otro lado—, disculpe, pero el maldito novato de Clarks no ha dejado de insistir desde que lo mandamos al caso del mirador. Quiere saber si usted ya revisó el perfil de la persona desaparecida que le envió, y como nos dijo que ningún caso de búsqueda debe pasar СКАЧАТЬ