La nación de las bestias. Leyenda de fuego y plomo. Mariana Palova
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СКАЧАТЬ me pide que deje mi morral en el perchero de la entrada. El darse cuenta de que no soy una “muchachita” sólo empeora su semblante, así que accedo de mala gana.

      Una vez que recibo su mirada más o menos aprobatoria, me lanzo al laberinto de papel y sigo el oscuro llamado que parece desvanecerse sobre las estanterías del fondo.

      Paso de largo los flamantes escaparates de libros nuevos y voy directo a los usados, cuyos lomos como espinas dorsales acaricio con mi mano enguantada.

      Siento de nuevo aquel siseo gangoso, el cual se hace cada vez más urgente a medida que atravieso el local. Me pierdo entre los colores, las manchas, las formas arrugadas, los lomos grabados con tinta de oro. Mis ojos navegan sobre títulos de amor, dolor, historia, ciencias antiguas, vudú…

      —¡Ajá! Aquí estás —mis dedos se cierran en el libro rojo de Laurele, el cual yace agazapado al lado de una roída edición de botánica.

      Mi sonrisa se borra de inmediato cuando el siseo invisible de Barón Samedi, quien estuvo llamándome todo este tiempo, vuelve a retumbar entre los pasillos.

      Ya se había tardado en regresármelo.

      Hojeo el libro de Laurele y sonrío de nuevo porque, tal como me lo esperaba, tanto el contenido del volumen como la foto de mi papá entre sus hojas están intactos, y sin un solo rastro de que hayan tocado siquiera el agua.

      —¡Vaya! Llevo años viniendo aquí y nunca había visto ese volumen.

      Aquellas palabras me hacen dar un respingo. Miro a mi costado y me encuentro con un chico alto y de cabello oscuro recargado contra la estantería, quien me sonríe desde su posición a mi lado.

      Él ríe por lo bajo al ver mi cara de espanto.

      —Hola. Me llamo Adam y, si no me equivoco, no eres de por aquí ¿cierto? —dice a la par que da un paso hacia mí. Por instinto, retrocedo de inmediato—. ¡Eh! Perdona, no quería asustarte, linda.

      Ante el cumplido no solicitado, retuerzo la comisura del labio y vuelco mi atención a la estantería sin molestarme en contestar.

      —Ah, discúlpame, estoy siendo muy grosero —insiste a pesar de mi obvia incomodidad. Incluso, hasta se alisa el cabello hacia atrás con una mano y sonríe—. Es sólo que nunca había visto a una chica tan bonita en este…

      —No soy una chica, Adam —espeto sin más.

      Una súbita tensión parece apoderarse de su semblante.

      —¿Qué…?

      El muy sin vergüenza me mira de arriba abajo, sin siquiera tomarse la molestia de disimular un poco. Y al reconocer la ausencia de senos debajo de mi delgada parka verde, palidece como si hubiese visto un fantasma.

      Coloco el libro bajo el brazo y avanzo ignorándolo, pero no doy ni cinco pasos cuando sus zancadas retumban a mis espaldas.

      —¡E-espera, por favor, no te vayas!

      —¿Qué diablos te pasa? —grito al verlo bloquearme la salida del pasillo—. ¡Déjame en paz, carajo!

      —¡Joven Blake! ¿Qué ocurre allá atrás?

      La alarmada voz de la dependienta nos hace mirarla, en pie en medio del corredor. Estoy a punto de pedirle que me quite a este loco de encima, cuando me quedo helado al ver la figura detrás de ella, frente al perchero de la entrada, con las manos dentro de mi morral.

      Es el vagabundo que me observaba afuera de la tienda de víveres, con los fajos de mis billetes entre los dedos.

      —¡¿Pero qué carajos está haciendo?!

      Ni siquiera he empezado a perseguirlo cuando el viejo ya ha salido disparado de la tienda.

      Dejo caer el libro de Laurele al suelo y empujo a Adam a un lado. Salgo del local y me lanzo tras el maldito ladrón, quien se aleja por la avenida a una velocidad extraordinaria para la edad que aparenta.

      —¡Ayuda, que alguien lo detenga! —grito como un loco por la calle, pero está tan vacía que nada ni nadie se interpone a su paso. Adam y la dependienta vienen detrás de mí mientras gritan un montón de expresiones ininteligibles.

      El sujeto, para mi estupefacción, se escabulle dentro de un angosto callejón que va en dirección hacia las casas del pueblo.

      Entro de una zancada y evado un montón de cajas y bolsas de basura que me dificultan el paso, pero no me permito perder de vista la cabeza casi calva que gana cada vez más distancia. ¡¿Cómo diablos puede correr tan rápido?!

      Justo cuando estamos a punto de salir del estrecho pasadizo, el vagabundo da media vuelta y estrella una pesada bolsa de basura contra mi rostro. El plástico revienta, y entre los desperdicios veo al anciano girar en una esquina para luego desaparecer de mi vista.

      —¡No, no, no, no! —corro hasta donde lo perdí, pero pronto me detengo a mirar hacia un lado y otro, sin aliento—. ¿Adónde diablos se fue?

      El vecindario está vacío, sólo queda una densa nube de polvo. Corro de nuevo por el asfalto, me asomo entre casa y casa, pero nada. Ni una maldita señal de hacia dónde se ha ido.

      No puedo más que jalarme los cabellos de frustración. Esto debe ser una broma, esto debe ser una broma, ¡esto debe ser una maldita broma!

      Adam llega hasta mí junto con la mujer de la librería, quien jadea como un perro lanudo detrás de él.

      —¿Por dónde se ha ido? —exclama él, pero al ver mi expresión de horror, deduce de inmediato que lo he perdido. Lleva mi morral bajo su brazo, así que doy una zancada hacia él y se lo arrebato. Rebusco una y otra vez dentro hasta que un fuerte mareo me obliga a ponerme en cuclillas.

      Todos. Ese viejo se ha llevado todos y cada uno de los billetes que tenía.

      —No puede ser… —me dejo caer en el suelo. Todo me empieza a dar vueltas.

      —¡Lo siento, lo siento mucho! —exclama la mujer con una mano en el pecho—. ¡Te juro que no lo vi entrar en la tienda!

      No me molesto en atender sus disculpas porque ahora mismo estoy muy ocupado peleando contra mis endemoniadas ganas de ir a tirarme de nuevo al río.

      Adam mira de un lado al otro y se inclina hacia mí.

      —Eh, amigo, calma —dice—. Stonefall es del tamaño de un guisante, te aseguro que daremos con ese viejo muy pronto.

      —¿Tienes idea de quién es o dónde vive? —pregunto alterado, pero al ver su rostro dubitativo, palidezco todavía más.

      —No —responde—, y para ser honesto, nunca lo había visto por aquí.

      —¡No me jodas!

      —El joven Blake dice la verdad… muchacho —interviene la descuidada dependienta, y esa última palabra la pronuncia con dificultad—. En este pueblo todos nos conocemos muy bien. Yo tampoco había visto antes a ese hombre.

      —Carajo СКАЧАТЬ