Raúl Alfonsín. Eduardo Zanini
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Название: Raúl Alfonsín

Автор: Eduardo Zanini

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789873783920

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СКАЧАТЬ chico, además, debía guardar reglas de comportamiento social y causar, según su punto de vista, una buena impresión por su presencia. En otras palabras, la ropa prolija y el peinado impecable.

      El padre de esa familia, Raúl Serafín Alfonsín, había delegado en su mujer todas las tareas del hogar y se guardaba para sí el manejo de la autoridad solo cuando las circunstancias lo requerían. Con la atención de su almacén de ramos generales “Alfonsín Hermanos”, que compartía con sus hermanos Luis y Tito, tenía suficiente tiempo de trabajo y pocas energías cuando volvía a la casa.

      La rutina del jefe de la familia contemplaba todos los días de la semana levantarse muy temprano, antes de las siete, desayunar con su esposa y, cuando sus hijos se levantaban para ir a la escuela, se marchaba hacia el negocio.

      Poco después del mediodía cerraba las puertas del local, almorzaba en su casa y dormía algo menos de una hora de siesta. A las cinco de la tarde estaba nuevamente detrás del mostrador para completar esa jornada comercial que en todos los pueblos de las provincias del interior dividía el día en dos partes.

      Sus hijos sabían que su padre tenía poco tiempo para ellos. De paso o de vuelta del colegio se asomaban por la puerta del almacén para saludarlo. Don Raúl los distinguía con la mano en alto. Pocas veces expresaba con gestos explícitos el amor que tenía por todos sus hijos. Mucho menos regalaba palabras de afecto.

      Don Raúl padre era hijo de un inmigrante gallego. Serafín Alfonsín Feijoó había llegado en barco a los dieciséis años a la Argentina desde Lalín, un pequeño pueblo de la campiña montañosa, en el norte de España, en la comarca de la provincia de Pontevedra, de las rías bajas, región de Galicia.

      Con un escaso equipaje y unas pocas pesetas en los bolsillos dejó el sencillo pueblo de agricultores y pastores de Lalín y se embarcó desde uno de los puertos de Galicia con destino a Sudamérica.

      Serafín huía, como tantos otros europeos, en las postrimerías del siglo xix, de la miseria que se acrecentaba en Europa y que inexorablemente la llevaría, más tarde, a la guerra.

      Los registros sobre la fecha de su arribo a la Argentina no existen.

      Tras desembarcar en el puerto de Buenos Aires llegó a ese destino que le habían recomendado para encontrar trabajo. Lo hizo seguramente en una de las carretas que llevaban y traían gente, animales, materiales de construcción y alimentos y que podían tardar varios días en llegar hasta cada lugar.

      Serafín Alfonsín Feijoó llegó a Chascomús con lo puesto y una valija. El lugar era una parada de troperos y un escaso poblado de casas bajas que se distribuían cerca de la estación del Ferrocarril del Sud fundado en 1862 por los ingleses.

      En 1779, allí, el militar Pedro Escribano había establecido el fuerte “San Juan Bautista”, una línea de frontera para impedir los ataques de las tribus originarias.

      Después de meses de trabajar en esos campos, donde predominaban los productores lecheros, decidió independizarse. Con unos pocos pesos ahorrados, mucha intuición y una gran austeridad personal, armó un almacén de ramos generales, un lugar imprescindible para la vida de los hombres que trabajaban como peones de campo.

      Una proveeduría con velas, calzado, manteca al corte, alimentos a granel, alambre, herramientas y bebidas. Podía mantenerse y empezar a soñar con una familia que superara no solo el hambre y la miseria sino que tuviese la oportunidad de instruirse. Serafín Alfonsín Feijoó era semianalfabeto.

      El abuelo gallego solo tenía como documento un certificado español que acreditaba de dónde venía y su fecha de nacimiento.

      A principios de 1900, Serafín conoció a una joven argentina, Cecilia Ochoa, que vivía en una zona rural cercana a Samborombón. Después de unos pocos meses de noviazgo, se casaron y, año tras año, tuvieron siete hijos.

      Uno de sus hijos, Raúl, con otros dos hermanos, heredó el almacén y el mandato de completar, al menos, sus estudios básicos. El desafío de una familia de profesionales y universitarios quedaba para las generaciones siguientes.

      El hijo mayor del matrimonio Alfonsín-Foulkes, Raúl Ricardo, nació el 12 de marzo de 1927.

      En ese año el estadounidense Charles Lindberg cruzó el océano Atlántico en el avión Spirit of San Louis, se estrenaba la primera película sonora, El cantante de jazz; en Estados Unidos gobernaba el republicano John Coolidge y en la Unión Sovética se consolidaba el poder de Iosif Vissariónovich Dzhugashvili (Stalin).

      En Argentina gobernaba Marcelo T. de Alvear, radical antipersonalista y sucesor de Hipólito Yrigoyen en la presidencia. Raúl Alfonsín se opondría a la línea alvearista dos décadas después como dirigente juvenil de la Unión Cívica Radical.

      La familia Alfonsín-Foulkes crecía año tras año, como una escalera de peldaños consecutivos. Ana María, Ramiro, Silvia, Fernando y Guillermo completaron, en ese orden, el grupo de seis hermanos.

      Ana María Foulkes trataba de equilibrar de un mismo modo la crianza de sus seis hijos, pero con Raúl, por ese mandato tradicional de hijo mayor, sin dudas, la mujer se había puesto más exigente.

      Raúl Ricardo Alfonsín ya sabía leer y escribir antes de ponerse el guardapolvo de primer grado. Empezó en 1933 en la escuela regional Normal 1 de Chascomús, a pocas cuadras de su casa. Un pibe de perfil bajo.

      Su madre tenía especial cuidado por su hijo Raúl. Un duro invierno en el pueblo había dejado al niño en cama y cada tanto sus vías respiratorias se deterioraban por los efectos del clima. El deporte al aire libre, si hacía frío, aunque solo se tratase de patear una pelota de fútbol en la calle con sus amigos o sus hermanos varones, estaba vedado expresamente por la mamá.

      El recuerdo de esa infancia destaca que, durante los tiempos libres, además de la lectura, había juegos de cartas, largas caminatas por la ribera de la laguna y reuniones con juegos de chicos en el Club Regatas.

      En la década de los 30, la radio formaba parte también del entretenimiento de la familia.

      Las transmisiones de boxeo, el sábado a la noche, reunían a los varones en el mágico relato que se replicaba desde el Luna Park de Buenos Aires.

      Los hombres de la familia, a principios de los 40, se congregaban los domingos a la tarde para escuchar las fabulosas descripciones del fútbol profesional en la voz del uruguayo Joaquín Carballo Serantes, cuyo apodo Fioravanti lo identificaba automáticamente con ese deporte que se había profesionalizado en 1930.

      Un amigo de la familia alentó a los chicos a que se hicieran hinchas de Independiente de Avellaneda. A Raúl padre no le interesaba el fútbol y dejó que su amigo se robara esas almas y los convirtiera en hinchas del rojo con el simple recurso de regalarles algunos centavos o una golosina, según fuese la ocasión.

      Sin embargo, a los varones Alfonsín, aunque profesaran ser de Independiente, no les atraía demasiado el fútbol. Alguna vez los hermanos se tomaban el tren hasta Avellaneda para ver un partido de Independiente.

      Pero además de los relatos deportivos, la música clásica de Radio Nacional era el telón de fondo de las tardes de lectura y reflexión de Ana María Foulkes, así como las bandas de jazz que tocaban en vivo desde los estudios de radio El Mundo de Buenos Aires.

      Raúl Alfonsín empezaba a conocer el tango a través de la radio, dominada por la voz de Carlos Gardel, la poesía de Homero Manzi y el parafraseo del bandoneón de Pichuco, el Gordo СКАЧАТЬ