Название: Raúl Alfonsín
Автор: Eduardo Zanini
Издательство: Bookwire
Жанр: Философия
Серия: Historia Urgente
isbn: 9789873783920
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Antes de terminar de vestirse llamó a uno de sus asistentes para repasar todo el protocolo que tenían por delante ese día.
La extensa jornada incluía el juramento en el Congreso de la Nación con su respectivo discurso ante senadores y diputados y una marcha en auto descapotado hacia la Casa de Gobierno, por Avenida de Mayo.
Las actividades protocolares continuaban con el traspaso de los atributos del poder en la Casa Rosada, con un discurso como en la campaña desde los balcones del Cabildo frente a la Casa Rosada, con la jura de sus ministros, con una recepción para los presidentes y los representantes extranjeros en la Cancillería y, finalmente, con una velada de gala, a la noche, en el Teatro Colón.
Sobre la plazoleta de la avenida 9 de Julio y Lavalle, antes de que la luz de la mañana estuviese a pleno, los termómetros registraban 20 grados centígrados. Ya se habían instalado grupos de militantes que se identificaban con banderas rojiblancas de sectores juveniles del radicalismo y de otras agrupaciones políticas. Estaban a pocos metros de la Plaza de la República, donde el 26 de octubre de 1983 Alfonsín había cerrado su larga marcha con un discurso que culminó con el Preámbulo de la Constitución Nacional y que disparó emociones en cada uno de los que lo escucharon por la intensidad que imprimía a sus palabras el candidato radical.
Un rezo laico, una oración patriótica, dijo del preámbulo, y remató aquel acto con el deseo de “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad…”.
Esos mismos jóvenes sentían que algo había cambiado. Lo habían acompañado días y noches por las grandes ciudades y los pueblos de la Argentina.
Ahora hacían el aguante desde la calle y percibían que desde el momento en que el líder radical había ganado las elecciones el contacto personal con él era una distancia que solo podía acortarse con alguien de su entorno. Cada mañana o cada tarde, pibes y pibas de cualquier lado y distancia insistían con tener algún contacto con el hombre más requerido de la Argentina, pero les resultaba difícil o imposible lograrlo.
De todos modos, las autoridades de la Juventud Radical, agrupados en la Junta Coordinadora y en el Movimiento de Renovación y Cambio, habían mantenido varias reuniones con Alfonsín. En ellas habían quedado notificados de que podían ocupar algunos puestos en la segunda línea del nuevo gobierno, pero que tenían que esperar. Primero acumular y desarrollar experiencia, y después ver si podían jugar en primera.
En el búnker, cerca de las seis y media de la mañana, Alfonsín terminó de acomodarse los zapatos negros con cordones, la camisa y la corbata de seda a rayas, se colocó unas gotas de su perfume preferido de marca nacional Crandall y pidió hablar por teléfono con alguno de sus asesores. Había escuchado hacía segundos el sonido remoto de las campanas que se propagaba desde varias iglesias del centro con un repiqueteo que parecía distinto esta vez.
El Flaco Borrás, su mano derecha, le hizo un parte muy escueto, impreciso. Le dijo que todo marchaba según lo previsto y que la hoja de ruta que habían planificado se presentaba sin modificaciones.
En otro cuarto del hotel, las mujeres de la familia también se preparaban para el acontecimiento.
Una modista y un peluquero se encargaban del atuendo con sombrero y vestido claro de María Lorenza Barreneche de Alfonsín, su esposa desde 1949, y de los detalles, también, de la vestimenta de Marcela, Ana María e Inés Alfonsín, las tres hijas mujeres, y de la nieta mayor Rocío Alconada Alfonsín, de doce años: uno de sus abuelos estaba por convertirse en presidente de la nación y el otro en ministro de Educación y Justicia.
Los diarios porteños habían anticipado sus ediciones matutinas y desde las dos de la mañana se agotaban en los kioscos. Sus principales títulos referían a ese acontecimiento histórico y a la figura que representaba el inminente cambio institucional.
“Asume Alfonsín”, tituló escuetamente, pero de forma contundente, Clarín. La revista La Semana asumió que éramos “Libres”, el diario La Nación resumió con su estilo formal que “El doctor Raúl Alfonsín asume hoy la presidencia de la nación” y el primer número de diciembre del quincenario Humor, la revista que encabezó la resistencia mediática a la dictadura, destacaba que “Empezó el baile popular”.
The Washington Post editorializó que “hoy es un día espléndido para el continente. La democracia vuelve a la Argentina con la asunción de Alfonsín como presidente”. La revista estadounidense Time publicó en su tapa un dibujo de Alfonsín con un sol naciente detrás y resaltó en su principal título que había un nuevo comienzo, que nacía una nueva estrella (“A fresh start”).
A las 7.30 de la mañana de aquel sábado 10 de diciembre de 1983, Alfonsín se despidió de sus familiares que irían a la ceremonia del Congreso por su cuenta.
Junto al jefe de su custodia, Oscar Tirelli, su secretaria Margarita Ronco y dos colaboradores más, bajaron hasta el subsuelo del hotel Panamericano y se subieron a los automóviles que les habían asignado para los traslados.
Los móviles que trasladaban a los hombres del presidente eran autos civiles de la Policía Federal. Los mismos Ford Falcon que la dictadura había usado para los operativos de represión clandestinos durante años.
Alfonsín se subió a un viejo Rambler Ambassador, negro, sin patente, solo con su chofer, su edecán militar y el jefe de la custodia presidencial, y empezaron a andar hacia el Congreso junto con la guardia del Regimiento de Granaderos a Caballo y media docena del cuerpo motorizado de la Policía Federal.
El hotel que había sido testigo de cientos de reuniones quedaba atrás como un barco anclado ya sin pasajeros a bordo.
“No estaba nervioso, pero empezaba a sentir la responsabilidad de lo que iba a venir”, dijo Alfonsín de ese momento.
Pero, aunque quisiera desmentirlo, mientras la caravana avanzaba por la avenida Corrientes y doblaba luego por Callao hacia el Sur, se secaba recurrentemente con un pañuelo de tela blanca la transpiración que le surcaba ambos lados de la cara.
A los costados del camino que lo llevaba a la Asamblea Legislativa miles de personas lo saludaban. Desde los balcones de las calles céntricas de Buenos Aires se repetían los gestos de apoyo con papeles al aire, banderas y manos levantadas.
Algunos carteles que se meneaban en esa bienvenida recordaban las consignas que el equipo del publicista David Ratto había desparramado por los medios de comunicación y que según los especialistas “permearon la voluntad de la clase media argentina”. “Ahora Alfonsín, el hombre que hace falta”, se leía en una de esas pancartas.
En los oídos de los manifestantes todavía repicaban las palabras que con “la democracia, se come, se cura y se educa”, que Alfonsín desplegaba como un concepto imprescindible en sus discursos de 1983.
También sonaba en uno de los parlantes, que el Gordo Julio había colocado precariamente en una esquina conectado a una batería de auto, junto a una mesa donde se ofrecían escudos, libros y boinas radicales, la canción convertida en himno, Venceremos, de María Elena Walsh. “Quiero que mi país sea feliz, con amor y libertad”, rezaba la letra de esperanza de la poetisa.
El Rambler Ambassador, de vidrios polarizados y blindados, ascendió unos pocos minutos antes de las ocho de la mañana por la rampa de la avenida Entre Ríos y se estacionó en la puerta principal de seis columnas altas del palacio legislativo, СКАЧАТЬ