El lado Norita de la vida. Pablo Melicchio
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Название: El lado Norita de la vida

Автор: Pablo Melicchio

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia Urgente

isbn: 9789878303086

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СКАЧАТЬ Me cebo un mate. Nos quedamos un instante en silencio. La dejo ir. Me dejo ir. Estoy entusiasmado, pero también siento un nudo en la garganta. Nora me habla, le habla al hombre que soy, al escritor y al psicoanalista, pero también se habla a sí misma. Como en una terapia, el psicólogo muchas veces no es más que el pretexto, el espejo donde el paciente se busca.

      –A medida que vaya hablando con vos, cuando te vayas, mañana, lavando los platos, tendré que seguir caminando mi memoria, no puedo meterme de golpe. El pensamiento te viene de pronto, lo relacionás con un hecho… –dice Nora y deja la frase inconclusa. Y yo me quedo detenido, como ante una pintura sumi-e en la que el artista dejó espacios en blanco con el propósito de que el observador complete la obra con su imaginación.

      De pronto suenan las campanadas del viejo reloj de madera marcando la hora que regula el mundo cronológico. Desde la radio, unas propagandas, una música suave, la voz de una periodista. Nora regresa de algún recuerdo y se queda mirándome, sé que espera una pregunta. Sobre la mesa ratona, mi cuaderno con mil preguntas. Busco una. Elijo un camino entre tantos. Pregunto:

      –¿Cuáles eran tus miedos antes de que desapareciera Gustavo?

      –Antes de que se llevaran a Gustavo teníamos miedos porque era militante. Miedo a que se lo llevaran y lo torturaran. Ya habían desaparecido algunos compañeros. Teníamos miedo de que se expusiera. Cuando desaparece Gustavo todavía no había desapariciones masivas, muy a la vista.

      –¿Y hablaste con él acerca de esa posibilidad?

      –Yo le pedí: “Gustavo, no vayas adelante en las movilizaciones”. Y él me respondió: “Y, mamá, ¿querés que vaya el hijo de otra madre? Es lo mismo, todos somos iguales”. Y después me dijo: “Prometeme que si me pasa algo no vas a sufrir”. Y yo le contesté: “No, eso no te lo puedo prometer”. Todas esas escenas terribles fueron pocas porque él no quería demostrarme que corría peligro, entonces eran escenas fugaces, cortas, de esas respuestas rápidas.

      –No se puede prometer no sufrir. Te pidió un imposible.

      –Claro, eso no se puede prometer. Todas las madres tienen miedo. Hay miedos primarios, de que le pase algo a un hijo por lo que sucede en la vida misma, en las grandes ciudades. Pero como él era militante político estaba más expuesto a que le sucediera algo… Hay chicos que salen y las madres no duermen. Antes de que militara, Gustavo, y Marcelo, que nunca militó, iban a bailar y todo eso, entonces teníamos el miedo que hoy tiene toda la gente. Ahora, cuando están militando en política, hay otra situación, sabés que lo pueden estar vigilando, que lo pueden estar siguiendo –dice, y me devuelve el mate.

      –Hoy, ¿tendrías los mismos miedos?

      Hace una pausa, revolea los ojos a su alrededor, como si la respuesta estuviera volando por el living.

      –Hoy… –responde–, si tuviera un hijo adolescente, no dormiría hasta que no entrara en la casa, hasta no sentir que se cierra la puerta. Pero en algún momento hay que aflojar. En aquella época, Gustavo se iba los sábados a la noche, nos creíamos que iba a bailar, pero iba a la Villa 31, a comer empanadas, a reunirse, y volvía el domingo a la mañana… era una preocupación, Carlos salía a buscarlo. Cuando empezó a estar de novio, sabía que la noviecita era de Ituzaingó, y Carlos se iba para allá, cosa que a Gustavo le reventaba el hígado, como a cualquier pibe.

      Nora atiende su teléfono celular. “Sí, estoy mejor, querida…. Claro… Ahora no, estoy con el psicólogo que está haciendo el libro. Sí, por supuesto. Llamame a la noche y te cuento. Sí. Un beso”.

      –Yo sé lo que quiero –dice enseguida–, y sé lo que vos querés, entonces tengo que ir buscando por ese lado, cuáles son los detalles que quiero que salgan en el libro.

      –Ya están saliendo los detalles, Nora. Hay uno central, que es la desaparición de Gustavo y cómo tu vida se transforma a partir de esa tragedia.

      –Sí… Tengo que ir buscando, hurgando un poco para rescatar momentos que puedan quedar y que señalen el camino de lo que fueron la represión y los sentimientos en las conversaciones familiares.

      –¿Cuáles eran esos sentimientos? Por ejemplo, cuando estaban sentados a la mesa, los cuatro.

      Nora deja caer la cabeza. Permanece un instante en silencio, suspendida en la tierra de los recuerdos. Se potencian los golpeteos del segundero del viejo reloj de madera y la voz que viene de la radio escondida en el pequeño pasillo que divide la cocina de la habitación. Espero. Me tomo un mate. Pienso. No pienso. De pronto Nora levanta la cabeza, sus ojos chiquitos y luminosos me dicen que regresó con un recuerdo.

      –De política no hablábamos en la mesa. Como padre e hijo, generacionalmente, no coincidían. Gustavo no acordaba con lo que quería el padre. Carlos siempre estaba asustado, temía que fuera a pasarle algo.

      –Finalmente pasó algo. Era un miedo fundado.

      –Así es, era un miedo bien fundado en una situación política. Lo psicológico de la familia, del desenvolvimiento de los chicos, está ensamblado en lo político de esos años, de la situación.

      Suena otra vez su teléfono celular, es otra amiga. Hablan de su salud. Nora decodifica su dolor, lo traduce en palabras. La caída, el golpe, los golpes que da la vida. Y cómo se sigue luego de un golpe. “No te preocupes. Me cuidan… Un beso, chiquita. Dale. Chau”.

      –Fui a visitar a los familiares del ARA San Juan –dice ni bien cuelga el teléfono–: y una chica, cuyo hermano estaba en el submarino, me abrazó y llorando me preguntó: “Nora, ¿cómo se hace?”. “Luchando, no bajando los brazos. Ese es el camino”, le respondí.

      –La diferencia es que ellos saben que los cuerpos están en el mar… en tu caso, ¿cuál sigue siendo la lucha?

      –Al principio, fue que Gustavo apareciera con vida, porque suponíamos que estaba en algún lugar. Ahora, tantos años después, más que la verdad, que sí la quisiera, ¿quién?, ¿cómo?, ¿dónde? Esas preguntas que nos hacemos todos los familiares por años y años… antes de dónde está el cuerpo, en mi caso, es luchar para que se cumplan sus ideales.

      –¿Y cuáles eran esos ideales de Gustavo?

      –Que un mundo mejor es posible, que esos chicos de la foto –dice mientras contempla la fotografía que está sobre la mesita ratona; en ella su hijo se encuentra rodeado de niños en la Villa 31–, que esa escena hoy no se repita. Que los chicos puedan ser felices, que tengan comida, que tengan educación, que tengan bienestar. Esta foto sigue siendo una escena actual.

      –¿Qué sabés de esa fotografía? –pregunto y le cebo un mate.

      Nora toma el mate y adelanta su cabeza, como si quisiera meterse dentro de la fotografía.

      –Gustavo ahí tiene… unos veinte años. Está en la Villa 31. En un día de reunión con los chicos.

      –¿Cómo te llegó la foto?

      –Me la dio una compañera de Gustavo. Es la foto de la lucha por los ideales, que va a haber trabajo, que va a haber comida, que va a haber atención de la salud. La destrucción que hay día a día, de los hospitales, de todos los comedores que se fueron formando para paliar el hambre. Yo no estoy de acuerdo con que en el país haya todos comedores, pero tampoco quiero que la gente se muera de hambre. Están destruyendo todos los lugares de solidaridad, los lugares donde había protección de la infancia, todos los lugares donde había salitas de emergencias, СКАЧАТЬ