Название: Placer y negocios
Автор: Diana Whitney
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Julia
isbn: 9788413487403
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Quería saber más cosas sobre aquella encantadora mujer, quería saberlo todo sobre ella, qué cosas le gustaban y cuáles la disgustaban, qué la hacía reir, qué hacía brillar aquellos gloriosos ojos marrones.
Un vistazo a su escritorio le dio algunas pistas. No había fotografías familiares, ni objetos personales. No había anillo en su dedo anular, detalle del que ya se había percatado cuando la vio amenazando a la máquina. Vio una planta en el extremo de su escritorio. Era pequeña, pero estaba bien cuidada. Al lado había un vaso de papel con el anagrama de un café cercano a la oficina. Le gustaban las plantas y el buen café. En el suelo, al lado de la silla había una bolsa de deportes, con un par de zapatillas de correr atadas al asa. Probablemente hacía jogging, y él supuso que aprovecharía la hora del almuerzo para ir a correr a un parque que había cerca. Estaba todavía escrutando los objetos que la rodeaban cuando de pronto ella se volvió y le preguntó:
—¿Quiere alguna otra cosa más, señor Blaine?
—Eh… bonita planta.
—Gracias.
Sintiéndose echado, se retiró hasta llegar a donde estaba Frank Glasgow que lo miraba con expresión de claro reproche.
—No es de mi incumbencia —dijo Frank—, pero creí que tenías normas muy estrictas en contra de, bueno, de mezclar el trabajo con el placer, para expresarlo de alguna manera.
—¿Es tan evidente?
—Me temo que sí.
Frank tenía razón, las reglas eran las reglas, pero había algo en Catrina Jordan…
—Las normas son como los espejos. Nunca quieres romperlos, pero a veces los rompes.
Frank movió la cabeza:
—Espero que sepas lo que estás haciendo.
—Yo también lo espero —respondió Rick en voz baja—. Yo también lo espero.
Capítulo 2
UN café solo en vaso grande, para llevar, por favor.
Empujada por la multitud que se agolpaba frente al mostrador, Catrina trató de sacar el dinero que necesitaba para pagar la compra, cuando un cliente la golpeó el brazo, lanzando el monedero al suelo. Al agacharse para recogerlo comprobó que estaba bajo una gran bota. Definitivamente iba a ser uno de esos días…
—Perdóneme señor. ¿Señor? —dudó, después tiró del extremo inferior de los pantalones vaqueros que cubrían la bota culpable. Un hombre de barba rala la miró con extrañeza. Catrina tragó saliva e intentó sonreír—. Está pisando mi monedero.
Él parpadeó, frunció el ceño y se echó a un lado. Con un murmullo de agradecimiento, Catrina recogió su monedero, ahogando un chillido de horror al comprobar cómo se abría y un puñado de monedas salía rodando por el suelo. El pretender meterse en aquel bosque de piernas para recuperarlas era tarea para masoquistas. Catrina se pudo de rodillas y trató desesperadamente de recuperar tantas como pudo. Cuando finalmente pudo depositar sobre el mostrador las monedas, junto a su último billete de un dólar, estaba toda despeinada, con el rostro sudoroso, un agujero en sus medias, a la altura de la rodilla, del tamaño del estado de Wyoming, y la certeza de que su desodorante le había fallado.
Apenas eran las siete y media de la mañana.
Se colgó el bolso al hombro, tomó su café, y se abrió paso entre la multitud con la secreta esperanza de que se hubiese terminado su racha de mala suerte, cuando se dio de narices contra un musculoso pecho envuelto en un jersey deportivo que desprendía un aroma a jabón y cedro.
—Bueno, qué casualidad encontrarte aquí —dijo Rick Blaine abriendo mucho los ojos como alucinado por la coincidencia—. ¿La señorita Horton? ¿Catherine, no es cierto?
Ella consiguió esbozar una sonrisa, y corrigió entre dientes:
—Jordan, Catrina Jordan.
—Por supuesto, ahora recuerdo —sonrió, y abriendo la puerta de cristal la sostuvo para dejarla pasar.
Ella masculló su agradecimiento y rozándole, salió a toda prisa del establecimiento. No le sorprendió nada, cuando él se colocó a su lado.
—Veo que ambos tenemos un gusto excelente en lo que a café se refiere —y echando una ojeada al recipiente cubierto que llevaba en la mano preguntó—. ¿Café con leche, descafeinado?
—Café solo, con cafeína.
—Ah, eso lo explica todo.
—¿Explica qué?
—Tu actitud tensa y enérgica.
Ella se volvió a mirarlo:
—¿Perdón?
—No he pretendido ofenderte, por supuesto. Todo el que empieza el día con suficiente cafeína como para resucitar a un muerto, tiene derecho a estar un poco atacada de los nervios, eso es todo.
—No estoy atacada de los nervios.
—Todavía no has tomado el café.
—Con café o sin café no soy una persona nerviosa —aquel hombre era increíble, pensó Catrina, aun siendo un completo extraño se consideraba con derecho a hacer comentarios acerca de su personalidad—. Es ridículo por su parte hacer un juicio tan categórico sobre una persona que no conoce.
—En eso tienes toda la razón. Y la única manera en la que puedo reconsiderar mi absurdo juicio es rectificando esa situación. ¿Qué te parece si cenamos juntos esta noche?
Tan solo entonces se percató ella del brillo de sus ojos y comprendió que había caído en la trampa.
—No, gracias.
—¿Mañana por la noche?
—No. Gracias.
—¿Alguna vez?
—Probablemente no.
—Ah, ese «probablemente» deja una puerta abierta.
—No, no la deja —se recordó a sí misma que aquel hombre tenía el poder para quitarle el trabajo, un trabajo que necesitaba desesperadamente para poder hacerse cargo de su hija—. Por favor, no te lo tomes como algo personal. Simplemente no estoy en disposición de establecer una relación romántica, o cualquier otro tipo de relación, de hecho.
—¿Ni siquiera una amistad?
—Por mi experiencia puedo decir que la palabra «amistad» no es nada más que el término que emplean los hombres cuando quieren referirse a sexo sin compromiso.
Él se atragantó con el café, y tosió hasta que le salieron lágrimas. Cuando finalmente pudo volver a hablar, se quedó mirándola fijamente realmente СКАЧАТЬ