Название: E-Pack Bianca octubre 2020
Автор: Varias Autoras
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Pack
isbn: 9788413752396
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Y tardó unos segundos en darse cuenta de lo más importante.
No lo había traicionado, a pesar de haber tenido la oportunidad.
No lo había traicionado.
Y fue como si el suelo se abriera bajo sus pies, como si el mundo se detuviera.
Como si él hubiera explotado por dentro y hubiera vuelto a reunir los fragmentos de bordes punzantes.
No podía respirar ni pensar.
Ella no lo había traicionado.
Cecilia volvió a mirarlo y todo lo demás desapareció.
Solo estaban sus ojos, llenos de ira, tristeza, furia y algo más que no sabría describir.
Solo estaba ella, vestida con la ropa que le había comprado, con el aspecto de la esposa ideal con la que había soñado.
Porque ella era el único sueño que había tenido durante todos aquellos años.
Ella.
Cecilia.
La única persona viva que no lo había traicionado a la primera oportunidad.
El hecho de que ambos siguieran allí, a la vista de aquella manada de tiburones, lo impactó como si fuera algo lejano.
Pascal se separó de la mesa, asombrado de que su cuerpo le respondiera, de que la explosión en su interior no lo hubiera hecho caer de rodillas; de que, aunque aún notara los bordes punzantes de los fragmentos, no fueran visibles.
La cabeza le daba vueltas y el corazón le latía desbocado. Supuso que le temblarían las manos al tendérselas a Cecilia para dirigirla hacia la puerta, pero no le temblaban.
Pidió disculpas, o tal vez cantara una canción. Nunca lo sabría. En su interior solo había ruido, preguntas… y ella.
Además, ya le daba igual lo que pensaran los miembros del consejo de administración.
Condujo a Cecilia fuera de la sala y, por primera vez, maldijo los despachos abiertos de los que se había sentido tan orgulloso. La guio por un laberinto de cristal y miradas hasta su propio despacho, donde habría una puerta que cerrar e intimidad.
Cuando llegaron, él, sin prestar atención a Guglielmo, hizo que ella lo precediera. Cecilia entró y se dirigió hacia los ventanales.
Durante unos instantes, él se limitó a observar la antigua y hermosa ciudad fuera del despacho y a Cecilia dentro.
Y el pecho comenzó a dolerle.
–¿Por qué lo has hecho? –le preguntó mientras cerraba la puerta con llave, como medida de precaución. Y apretó el botón que oscurecía los cristales que los rodeaban y les proporcionaba, por fin, intimidad.
Pero no se movió de la puerta.
–Mejor sería preguntar por qué lo has hecho tú –respondió ella sin volverse–. ¿Por qué has dado a conocer fotos de nuestra boda al mundo entero? ¿Y por qué –fue entonces cuando se volvió hacia él con los ojos llenos de furia– has dejado que se publiquen fotos de Dante?
Y durante unos segundos a él le pareció que no recordaba por qué había tomado esa decisión, como si bastara que ella lo mirara para que se sintiera perdido.
Pero se negó a aceptarlo.
Y se dispuso a explicarle los motivos. No era que no los tuviera o no hubiera creído que se los iba a pedir. Al fin y al cabo, había hecho un arte de comportarse como un canalla.
Pero, bajo la firme mirada de ella, supo que no podía hacerlo.
Cecilia no lo había traicionado, pero él no podía decir lo mismo.
Entonces se acordó de su madre llorando en el suelo tras otro rechazo de su padre.
«Somos la porquería que pisa», había gritado.
Pascal había pasado tanto tiempo regocijándose con esa situación, dándole la vuelta para convertirla en una virtud, que se había olvidado de lo que era en realidad. Podía llamarla como quisiera, adornarla o aprovecharse de ella, como había hecho.
Pero la porquería era porquería.
Miró a su hermosa esposa, que era inocente hasta que lo conoció. Y supo que si la seguía teniendo a su lado la corrompería.
La cubriría de porquería. ¿No lo había hecho ya?
Ella era pura y la había corrompido. Ella se había creado una vida, después de que él se marchara, recogiendo los pedazos y convirtiéndola en algo hermoso. Y él también la había destrozado.
La había obligado a ir con él amenazándola con quitarle a su hijo.
Eso era él: alguien que no había conocido a uno de sus progenitores y que había sufrido por ello, pero que se había lanzado de cabeza a presionar al único progenitor de su hijo para que hiciera lo que quería.
Porquería y más porquería. Basura que lo manchaba por muy elegantemente que vistiera. Eso era él.
La distancia entre ellos le pareció mucho mayor que el espacio que los separaba en el despacho.
Ojalá hubiera hecho algo en una de esas torturantes noches en que estaba despierto con ella en sus brazos. Ojalá la hubiera besado.
¿Dónde estarían ahora?
Pero no lo había hecho porque lo convertía todo en un desafío.
Porque solo sabía estar en guerra.
Si de verdad fuera un hombre, caería de rodillas allí mismo y le suplicaría, como él le había dicho que ella haría.
Si fuera algo más que un triste monumento a una vida dedicada a vengarse de un hombre al que él no le importaba en absoluto, le hubiera dado las gracias.
La hubiera querido y cuidado.
Eso era lo que había prometido en el único lugar del mundo donde había pensado que podía ser algo más que un hombre airado; por ejemplo, un hombre bueno.
Pero no pudo hacerlo.
No pudo obligarse a hacerlo.
–Lo he hecho porque soy así –dijo, y su voz le pareció la del anciano en que se convertiría: amarga y vieja–. Intento lograr mis propios fines. Siempre. No sé actuar de otro modo.
Ella tomó aire como si le hubiera dado un puñetazo, por lo que él prosiguió.
–Nada ni nadie está a salvo conmigo. Te utilizaré. Utilizaré a nuestro hijo. Utilizaré lo que sea si sirve a mis propósitos. ¿Esperabas otra cosa de alguien que te ha amenazado como lo he hecho yo?
Estaba СКАЧАТЬ