Название: Educación, filosofía y política en la Argentina 1560-1960
Автор: Juan Carlos Pablo Ballesteros
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789508441454
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El clero estaba subordinado a la Corona y se ha hablado del regalismo de los Austrias, que encuentra su prolongación con Felipe V y Fernando VI, endureciéndose con Carlos III. Pero en realidad en la época de los Austrias lo que existió fue el Patronato, que tuvo lugar ante la imposibilidad de la Santa Sede de sostener económicamente la empresa de evangelización en América, tarea asumida por la Corona, que cobraba los diezmos, fundaba diócesis y enviaba religiosos, dando cuenta de todo esto a Roma. Este Patronato con los Borbones se transformó en un verdadero galicanismo, que tomaron de Francia, por el cual se subordinaba la Iglesia al Estado. Así, las reformas de los Borbones en asuntos religiosos estuvieron relacionadas “con la consolidación de la potestad de las monarquías en sus respectivos territorios, en detrimento de otras fuentes de poder político y religioso”.46 Sin embargo, en América la ilustración no alteró la catolicidad de la población.
Un momento particular fue la expulsión de los jesuitas por Carlos III en 1767, influenciado por sus consejeros más cercanos que eran enemigos de la Compañía como Campomanes, el conde de Aranda y Floridablanca. El decreto de expulsión fue un exponente de la arbitrariedad en que podía caer el poder real absoluto. El hecho de que Carlos III, un hombre personalmente piadoso, no experimentara dudas sobre su resolución indica cuán profundo había incorporado su sentido de omnipotencia. Al mismo tiempo se había desarrollado en la corte un sentimiento antirreligioso. No fue ajena a la expulsión de los jesuitas la acción de Manuel de Roda y Arrieta, ministro de Justicia y antiguo alumno de la Compañía, con los ya mencionados Campomanes, Floridablanca y el conde de Aranda, que fue el primer Gran Masón español.47 No obstante, Campomanes cambió mucho su actitud sobre la Iglesia en su vejez, Floridablanca terminó su vida entregado a la piedad y Roda legó su biblioteca al Seminario de Zaragoza.48 Esto parece darle la razón a don Miguel de Unamuno, quien escribió que en su vejez algunos hombres “terminan entregados a las copas y a las misas”.
En 1816 el papa Pío VII promulgó su Encíclica Etsi longissimo cuyo solo encabezamiento da cuenta de su orientación: “A los Venerables [Hermanos], Arzobispos y Obispos y a los queridos hijos del Clero de la América sujeta al Rey Católico de las Españas”. Esta Encíclica impactó fuertemente en los americanos, pero igual el clero local apoyó la separación de España, ya que quería una Iglesia independiente del poder real. Además debe considerarse que con la muerte en 1812 de Benito Lué, último sacerdote español designado por la Corona para ejercer el obispado de Buenos Aires como capital del Virreinato del Río de la Plata, “el cargo quedó acéfalo por más de veinte años al no reconocer los Estados Pontificios a las Provincias Unidas del Río de la Plata.”49
Seguramente en el ánimo de Pío VII influyó la historia reciente del papado y el trato que recibió de Napoleón. Desconociendo la realidad americana consideró que los movimientos de independencia eran similares a la agitación revolucionaria que observaba en Europa. La encíclica mencionada, pedida por Fernando VII contra los rebeldes hispanoamericanos, solicitaba a obispos y clérigos de América a destruir totalmente la semilla revolucionaria sembrada en sus países y a dejar claro las fatales consecuencias de rebelarse contra la autoridad legítima: “Fácilmente lograréis tan santo objeto si cada uno de vosotros demuestra a sus ovejas con todo el celo que pueda los terribles y gravísimos prejuicios de la rebelión, si presenta las ilustres y singulares virtudes de Nuestro carísimo Hijo en Jesucristo, Fernando, Vuestro Rey Católico, para quien nada hay más precioso que la Religión y la felicidad de sus súbditos…”. Sin embargo, los criollos que buscaban la emancipación de una España que ya no sentían como propia “aprendieron a vivir con ella sin crisis de conciencia.”50 En efecto, la encíclica fue promulgada a fines de enero de 1816, y el 9 de julio del mismo año en Tucumán se proclamó la independencia. De los veintinueve diputados que la firmaron, once eran sacerdotes y otro más, Mariano Sánchez de Loria, se ordenó después, al quedar viudo.
Se interrumpió la comunicación de las diócesis rioplatenses con Charcas, Madrid y Roma. Para los criollos el Papa, por el poder temporal que tenía sobre los Estados Pontificios, no era más que la cabeza de una potencia extranjera que no reconocía la independencia. “El Papa –dirá un periódico porteño en 1823–, mientras no reconozca nuestra independencia, es para nosotros como cualquier otro príncipe extranjero; no podemos separar al pontífice romano del rey de Roma.”51 En la batalla de Ayacucho, en el sur del Perú, el 9 de diciembre de 1824, el mariscal Sucre venció al último ejército español en América, al mando del virrey José de la Serna. El mismo año el papa León XII promulgó la encíclica Etsi iam diu, con un espíritu marcadamente desfavorable para con los hispanoamericanos, en la que puede leerse: “…no podemos menos de lamentarnos amargamente, ya observando la impunidad con que corre el desenfreno y la licencia de los malvados; ya al notar cómo se propaga y cunde el contagio de libros y folletos incendiarios, en los que se deprimen, menosprecian e intentan hacer odiosas ambas potestades de un tenebroso pozo, esas Juntas que se forman en la lobreguez de las tinieblas, de las cuales no dudamos en afirmar con san León Papa, que se concreta en ellas, como en una inmunda sentina, cuanto hay y ha habido de más sacrílego y blasfemo en todas las sectas heréticas.” No es de extrañar que con estas palabras se vea a la Iglesia española y a la Santa Sede asociadas a las monarquías europeas, iniciándose un período de varias décadas en que el catolicismo hispanoamericano dependió fundamentalmente de sus curas locales. Habrá que esperar a 1865 para que Buenos Aires sea elevada a arquidiócesis como sede arzobispal.
Excursus: la masonería.
La masonería es una organización secreta que ha tenido influencia en los acontecimientos políticos en nuestro país a partir del siglo XIX, con una particular incidencia en nuestra educación. Esta influencia ha sido ocultada o al menos no mencionada suficientemente en los estudios de la historia educacional argentina por lo que es oportuno dedicarle aquí algunas páginas, sobre todo porque será mencionada más adelante con alguna reiteración.
Entre los primeros presidentes constitucionales fueron masones Urquiza, Derqui, Mitre, Sarmiento, Juárez Celman, Pellegrini, Quintana, Figueroa Alcorta, Sáenz Peña, de la Plaza, Yrigoyen y Justo. Cabe observar que Roca no lo fue, y que según parece Perón tampoco. También pertenecieron a la masonería José Hernández, iniciado en Paraná en 1861, Onésimo Leguizamón, ministro de Justicia, Culto e Instrucción de Avellaneda, ministro de la Suprema Corte y presidente del Congreso Pedagógico de 1882; Leandro N. Alem, fundador de la Unión Cívica Radical; Dardo Rocha y Joaquín V. González, relacionados con los orígenes de la Universidad Nacional de La Plata, Antonio Sagarna, ministro de Justicia e Instrucción Pública de Marcelo T. de Alvear y un largo etcétera.
Sobre el tema de la masonería hay abundante bibliografía, con sus detractores y apologistas, pero pocos documentos y fuentes confiables, lo que es razonable por ser una sociedad secreta, aunque en los últimos años algunas de sus actividades tienen más difusión pública.
El origen de la masonería es difícil de precisar, pudiéndose hacer solamente conjeturas (con algún fundamento) sobre su etapa más antigua. Algunos remontan su origen a la época de los constructores del Templo de Salomón, que se organizaron como aprendices, compañeros y maestros. De hecho, el nombre Hirám, arquitecto del Templo, desempeña un papel importante en el ritual masónico y denomina algunos grados en la estructura de algunas logias: el grado 5 del Escocismo Reformado, el grado 33 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, etc.52
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