Название: ¿Nos conocemos?
Автор: Caridad Bernal
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413485089
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Vera era mayor que yo, llevaba ya cinco años ejerciendo el oficio y se notaba en sus manos expertas las horas que había dedicado a la enfermería. Admiraba sus minúsculos puntos de sutura, apenas perceptibles, que me avergonzaban cada vez que pensaba en el pobre hombro de aquel sargento en Dunkerque. También era especial su manera de tratar al paciente, sin perder la atención sobre su estado mientras los aseaba con ternura y sin recelo, algo en lo que a mí me faltaba todavía bastante soltura. Se dirigía a ellos por su nombre, siempre en un tono armonioso, que animaba a cualquiera. Incluso se atrevía a coquetear con los más diestros, pero sin olvidar de ningún modo el código moral que nos habían impuesto. Era certera hasta en la escrupulosa forma de colocar el material antes de una operación, haciéndome repetir uno por uno, hasta el aburrimiento, el nombre de todo lo que allí desplegábamos sobre la bandeja como en una exposición.
En esos atareados días también pude conocer su historia, que no era muy diferente a la mía. Se unió a la Cruz Roja al día siguiente de saber que su prometido había fallecido, por eso odiaba tanto la guerra. Decía que había roto sus planes y los de mucha más gente. Se iba a comprar una casa, tener hijos… ¡pero ahora solo Dios sabía cuándo podría hacer todo eso!
—Las cosas no volverán a ser como antes, Leah —dijo mi compañera después de subir los ciento veinticinco escalones que nos separaban del exterior.
Nosotras, al no ser oficiales ni pertenecer a ninguna autoridad británica, no teníamos permiso para descansar bajo tierra. Tampoco nos entusiasmaba mucho esa idea, pues aquel sitio era un poco claustrofóbico.
Lo primero que hacíamos al salir era mirar el cielo. Aunque estuviera plagado de nubes, nos sentíamos felices al respirar por fin aire puro, y entonces nos mirábamos y sonreíamos. Era nuestro mejor segundo en el día..
—¡No seas tan pesimista, Vera! Pues claro que volverán a ser como antes. Y antes de lo que tú crees te verás de nuevo comprometida. Eres bonita, lista, trabajadora. Estoy segura de que pronto conocerás a tu próximo pretendiente.
En realidad los tenía, y muchos, pero no se ajustaban a su ideal de hombre perfecto. Es decir, con dinero. El suficiente como para dejarle una buena pensión si se quedaba viuda. Así de práctica era mi amiga, para ella el amor poco importaba en tiempos de guerra.
—Últimamente los únicos hombres interesantes que conozco están demasiado ocupados para preocuparse por esas cosas —murmuró mirando sus zapatos demasiado gastados, al igual que los míos, y pensando en algún doctor que le traía de cabeza esos días.
Si se hubiesen casado el mismo día en que se lo pidió su prometido, me decía, habría podido salir adelante sin necesidad de seguir trabajando como enfermera. Pero él quería presentársela antes a su madre.
—¡El muy estúpido! —maldecía por lo bajo.
Así era Vera. También me confesó, en una de esas interminables conversaciones mientras cortábamos gasas para hacer vendas, que nunca tomó precauciones con aquel chico, ya que deseaba quedarse embarazada a toda costa. Pero eso, me aconsejaba, no era del todo correcto:
—Puedes enfermar, ya sabes.
Pero la verdad es que yo no sabía a qué se refería.
De nuevo tenía que lamentar no haber prestado demasiada atención en las clases de patología. Nadie, hasta que conocí a Vera, me había hablado tan claro de ciertos temas como el sexo. Muchas chicas huérfanas, como mi amiga, confiaban en un embarazo para que la familia de él las acogiera en su casa de manera inmediata sin oponer resistencia. La sangre es la sangre, me repetía. Pero sin bebé a la vista, ni anillo en el dedo, no tenía un sitio donde caerse muerta, y por eso no tenía otra salida que seguir ejerciendo como enfermera.
A pesar de esa frivolidad que la caracterizaba, me daba pena. Anhelaba tener una familia o formar parte de una, y ese sentimiento era algo que no podía compartir con ella. Yo, a pesar de lo que había hecho, seguía muy unida a mis padres. Incluso a mi hermano. Por eso la atraje hacia mí con el brazo para consolarla mientras nos adelantaban por el camino un par de vehículos del ejército.
—Gracias a Dios que te tengo a ti —ronroneó en mi oído mientras un par de soldados, sentados en la parte trasera, nos saludaron sonrientes.
La ciudad estaba en el punto de mira de ingleses y alemanes. Dover se había convertido en ese lugar estratégico que todos marcaban en rojo en sus mapas, y por ello el refuerzo armamentístico en la zona era más que sobresaliente.
De pronto, un joven se interpuso en nuestro campo de visión, haciéndonos parar en seco. Nos miró desde arriba, ya que era mucho más alto que cualquiera de nosotras, y se despidió diciendo:
—¡Os esperamos, chicas!
Vera me arrancó el papel de la mano y comenzó a leer en voz alta:
—«Celebra con nosotros la noche de fin de año». ¡Oh, cielos, Leah! Esto es maravilloso. Dime, ¿desde cuándo no bailas?
Preferí no responder. A la última fiesta que había asistido fue al cumpleaños de mi hermano, en la que tuve que retirarme sobre las seis, precisamente antes de que comenzasen a bailar.
—No, Vera. Olvídate de mí.
—Pero ¿qué dices? ¡Esto es una oportunidad de oro!
A pesar de mis insistentes negativas, Vera estaba dispuesta a salir de todas maneras, llevándome a rastras si fuera preciso. No le valían las excusas del tipo: no me apetece, no tengo nada que ponerme o no sé bailar, aunque todas fueran ciertas.
Desde Dunkerque no habíamos podido regresar a casa debido a los bombardeos. Mis padres, recuperándose del disgusto que había supuesto para ellos el que me hiciese voluntaria, preferían que siguiera trabajando en un refugio militar subterráneo. Ellos no podían ofrecerme tanta seguridad, aunque quisieran, ya que habían tenido que guarecerse en el metro en alguna ocasión después de mi marcha. De modo que yo solo contaba con un vestido negro para ir a esa fiesta, el mismo que mi madre me había comprado para el entierro de mi hermano. Vera criticó el color, porque decía que estaba harta de que todo tuviera que ver con la muerte, pero prometía que esa noche podríamos resarcirnos después de tantas horas de trabajo:
—Vamos a emborracharnos y a divertirnos como nunca —decía con esa sonrisa ladina con la que lograba que la invitasen a todas las copas que quisiera.
Yo la escuchaba entretenida, porque realmente estaba emocionada por aquel acontecimiento, aunque no estaba muy segura de querer hacer lo mismo. Desde mi punto de vista, debía seguir guardando un tiempo de duelo por Frank, aunque ella no lo hiciera por su prometido. Además, no era propio de una señorita fumar o beber en público, o eso era lo que me habían enseñado en casa. Sin embargo, Vera se moría por tener un cigarrillo en los labios.
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