Название: Máscaras De Cristal
Автор: Terry Salvini
Издательство: Tektime S.r.l.s.
Жанр: Зарубежные детективы
isbn: 9788835413295
isbn:
―Sí, es verdad, pero también podrías haberme llamado tú.
―Bueno, estaba muy ocupada y la boda de Hans me ha dejado sin fuerzas. E incluso las ganas de casarme, si John me lo preguntase un día.
Escuchó una breve risotada al otro lado de la línea.
―Siempre la vieja historia de la zorra que no logra coger las uvas...
―¡No me tomes el pelo, venga! Tienes algo que contarme, ¿verdad?
―Sí… algo hay.
―¡No te andes por las ramas!
―Es algo serio y prefiero hablarte de ello personalmente, si no tienes inconveniente...
―Perfecto, también a mí me gustaría pasar un rato juntos.
―Si estás libre nos podríamos ver mañana a primera hora de la tarde, en tu casa.
―¿Digamos a las tres?
―A las tres.
Loreley acabó la conversación recordando con melancolía el rostro delicado y sonriente de Davide. Echaba de menos los días pasados con él, sobre todo en la época de la universidad, y los buenos y despreocupados momentos que le había dado.
Todo pasa y, como sucede a menudo, las cosas más hermosas son también las que menos duran.
Puso el pie en el pedal del freno e imprecó apretando el volante entre las manos: el automóvil delante de ella había frenado de golpe y por un pelo ella no le había embestido.
¡Maldita sea! Habitualmente respetaba la distancia de seguridad. Se quedó inmóvil durante unos segundos, respiró profundamente y en cuando oyó los cláxones de los autos que estaban detrás del suyo, se volvió a poner en marcha.
¡Siempre con prisas, todos! Algunas veces echaba de menos su querido Zurich con su orden y su calma. Tan distinta de la eléctrica y frenética New York.
Una ligera lluvia comenzó a golpear sobre el parabrisas. Resopló: se había olvidado de coger el paraguas. Y sin embargo sabía que en octubre el tiempo era imprevisible.
***
A la tarde siguiente, vestida con unos sencillos pantalones vaqueros y una camiseta de la misma tela y color, Loreley salió de casa. Fuera del portal estaba su amigo Davide esperándola.
En cuanto estuvo cerca de él le echó los brazos al cuello y durante unos segundos no lo dejó moverse.
―¡Qué entusiasmo! ―dijo él estrechándola a su vez.
―Nunca habíamos estado alejados tanto tiempo ―se defendió ella separándose. ―¿A dónde quieres ir?
―Con el hermoso sol de hoy podríamos pasear un poco.
―¡Perfecto!
Loreley se puso la bolsa en bandolera sobre el hombro y lo cogió de la mano pero después, a los pocos pasos, se paró.
―¡Pobre de ti si coges la cartera! ―le dijo levantando el dedo índice ―Esta vez me encargo yo, ¿entendido?
―¡Vaya un esfuerzo para alguien como tú!
―¿Qué quieres insinuar? ―le preguntó con las manos en las caderas. ―Estoy esperando...
―Tus padres son… bueno, no están tan mal.
―Son ricos, puedes decirlo. Pero eso no tiene nada que ver conmigo.
―Olvidemos este discurso y vamos a relajarnos un poco. Cualquier cosa que quieras hacer, por mí está bien.
Davide no quería hacer nada excepcional. Dejaron el coche y caminaron hasta el Corona Park. En aquel día otoñal el parque era poco frecuentado y estaba inmerso en una ligera capa de silencio y de finísima niebla, con hojas alfombrando los pies de los árboles desnudos a medias, que remarcaban el lánguido y nostálgico encanto del otoño, a pesar de la persistente presencia de macizos de flores que iban desde el amarillo intenso hasta el violeta.
Habrían podido escoger pasear en Central Park, más grande y no muy lejos de su casa, en vez de atravesar todo el distrito de Queens pero ella sabía que a Davide no le gustaban los lugares demasiado grandes y multitudinarios. En honor a la verdad, a él ni siquiera le gustaba ir a sitios donde la riqueza y, sobre todo, quien la poseía, mandasen en él, pensó mientras caminaba a su lado. Ella era su única amiga adinerada.
Cuando los músculos de las piernas comenzaron a doler por el cansancio, se sentó en un muro cerca de la Unisphere, un enorme monumento de acero que representaba un globo terrestre. Loreley habló de la boda del hermano y de lo que le había sucedido aquella noche, omitiendo sin embargo el nombre del hombre con el cual había compartido la cama: todavía no se sentía preparada para revelarlo, ni siquiera a su amigo. Él pareció comprenderlo porque evitó preguntárselo, pero sobre su frente había aparecido una arruga que antes no estaba.
―Sé en lo que estás pensando ―dijo ella mirándolo a los ojos azul celeste que parecían reprocharle algo ―Me daría de bofetadas a mí misma. Johnny no merece lo que le he hecho y no sé como salir de ésta sin hacerle daño.
―¿Estás indecisa acerca de si decírselo o no, verdad?
―Tengo miedo de que no me lo perdone. Y también me falta el valor… ―apartó la mirada durante un instante.
―Si te conociese tan bien como yo te conozco se percataría de que tú nunca habrías acabado en aquella cama si hubieras estado sobria.
―¡Lo ves muy fácil!
Davide la observó contrariado.
―No es nunca sencillo. ¿Crees que a mí no me ha costado confesarte mi traición? Tenía un miedo loco de perderte para siempre, incluso como amiga. Pero luego tú has comprendido...
―Me sentí igualmente mal de todas formas, aunque no lo dejé ver demasiado. Durante años no he querido saber nada de muchachos: para mí, en ese momento, sólo importaban los estudios y el patinaje.
Él suspiró.
―Ya ha pasado tiempo desde entonces pero veo que todavía te pones nerviosa cuando hablamos.
Ella movió la cabeza.
―Perdóname, Davide… ―le acarició la mejilla ―No estoy nerviosa por el pasado sino por el presente.
―Ya te he dicho mi opinión.
―Reflexionaré sobre ello, te lo prometo ―lo tranquilizó para acabar con aquella embarazosa conversación.
Mejor buscarme otro.
Lo miró como si sólo en aquel momento se hubiese acordado de algo importante.
―A propósito de confesiones: todavía no me has hablado de la noticia a la que te referías por teléfono. ―Se puso en una posición más СКАЧАТЬ