Pickle Pie. George Saoulidis
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Название: Pickle Pie

Автор: George Saoulidis

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Героическая фантастика

Серия:

isbn: 9788893987738

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СКАЧАТЬ rodillas de Patty cedieron, con la adrenalina fuera de su sistema, los nervios cedieron y produjeron una orina muy cara. Habían perdido.

      Vio a los médicos sobre su cara y todo se oscureció.

      CAÍDA DOS

      “¿Qué se supone que haga con esto?” Dijo Héctor devolviendo el pendrive.

      El cliente estaba nervioso, por decir lo menos. Seguía lamiéndose los labios, rascándose el codo hasta sangrar y sólo la mitad de esta conducta se debía al abuso de las drogas. “Vamos hombre, es una garantía. Te pagaré el resto tan pronto como logre ganar algo. Tengo un dato hombre, tengo un dato”.

      Héctor se sentó de nuevo y suspiró ruidosamente. Nunca se sentaría cuando tuviera un cliente en la tienda, pero Diego había dejado de ser un buen cliente. Un cliente desde hacía bastante tiempo, seguro ¿Pero uno bueno?

      No….

      Tomó una pieza de armadura y se puso a trabajar en ella para mantener sus manos ocupadas mientras que el drogadicto pedía disculpas y continuaba diciéndole como finalmente lograría su gran golpe de suerte y pagaría todas sus deudas.

      Arregló un detalle en la axila, el cliente se había quejado que se le hundía en la piel haciéndola muy incómoda. Tenía mucha pericia en la confección de armaduras hechas a la medida. Solo tomó sus herramientas y la arregló. Sí, pasó sus dedos sobre la curva, sin lugar a dudas había un borde afilado que podía morder la tela. Sólo tenía que limar un poco y poner una cinta de tela y quedaría más suave. Héctor cortó la tela con sus dientes y la puso en su lugar como un experto. La giró en la luz y ésta apenas podía notarse.

      “El torneo, hombre. Te digo que nos vamos a hacer ricos, asquerosamente ricos”. Diego puso el pendrive de nuevo sobre el mostrador. Sus dedos estaban sucios, sus uñas estaban peor y su ropa hedía a droga. Puso el pendrive en el mostrador con reverencia.

      Extrañamente, era la única cosa limpia del hombre.

      “Asquerosamente, sin lugar a dudas”, dijo Héctor levantando la vista hacia su cliente. “Por última vez, no soy un manager deportivo. Yo hago armaduras, las arreglo, las arreglo a la medida. Eso es lo que mi padre hacía y eso es todo lo que sé hacer. No sé un carajo sobre los deportes.

      “Pero, pero eso es. Es perfecto, te lo digo. Las chicas usan armaduras. ¿No te das cuenta que es una unión hecha en el cielo?” Diego unió sus manos para resaltar la idea.

      Héctor inspiró fuertemente e instantáneamente se arrepintió, el olor era…intenso. “Diego, sólo empéñala y tráeme parte del dinero que me debes”, dijo, tratando de zanjar el asunto.

      “No, hombre. Sólo a ti te confío a mi mujer”.

      “Eso es…Guao. Tan incorrecto en muchos niveles”.

      “La casa de empeño la venderá”, dijo Diego con la cabeza agachada. Se limpió las uñas nerviosamente. “Al menos contigo, sé que será bien tratada, como yo lo he hecho”.

      Héctor se inclinó hacia adelante y puso el pecho de la armadura a un lado. “Diego, por favor, no me malentiendas, pero necesito decirte esto y trataré de ser lo más claro posible. Me importa un carajo tu mujer, y me importa un carajo tus apuestas. Necesito el dinero que me debes. Canvas viene a cobrarme mañana. Piensa en algo, vende la clave de tu cadena de bloques, lo que sea”.

      Diego se mordió el labio, sus ojos miraban a todas partes, hacia afuera, a la calle. Héctor podía darse cuenta que el hombre quería correr, pero no lo iba a detener, era una causa perdida. Debía haberlo pensado mejor y no trabajar con un drogadicto, pero Diego era un cliente desde hacía mucho tiempo. Su padre lo habría detenido en seco, pero Héctor era muy blando para los negocios.

      No era ninguna sorpresa que se estuviera hundiendo.

      Su silla crujió. Sus estantes estaban prácticamente vacíos, no tenía clientes.

      Giró en su silla y tomó una decisión. “Diego, vete al carajo y consígueme el dinero. Por favor, ahora déjame hablar por teléfono con clientes que paguen de verdad, para ver si logro una orden de último minuto”.

      Héctor le dio la espalda.

      Diego se congeló y no dijo nada durante algún tiempo. Luego se fue de la tienda.

      CAÍDA TRES

      Héctor cerró la tienda y se fue al apartamento de arriba. Escribió algunos emails y después de beber un ouzo barato los envió a algunos clientes a través de una encriptación PGP. Era media noche, pero su clientela no era exactamente el tipo de gente que mantenía un horario de 9 a 5 por decir lo menos.

      Sorbió más ouzo para sentirse un poco relajado y se fue al balcón. Atenas se veía en calma. La vista no era muy buena, sólo un cielo borroso, marrón amarilloso por la humo niebla. Las lámparas LED de la calle lo hacían verse peor. Él estaba en una calle paralela a la avenida Syggrou, la calle tenía algunas tiendas de artesanos cómo él que vendían artículos especiales. Armas de fuego a la medida, empuñaduras, equipos, juguetes sexuales. Los clientes pertenecían al tipo no-preguntes-no-digas-nada. Aliases, negocios en canales encriptados y pagos en criptomonedas.

      Todo de la manera usual.

      Mañana debía tener 10 mil para Canvas. Echó una mirada hacia su campo de visión para ver la hora. Le quedaban trece horas.

      Canvas, el ejecutor local de Defensa Ares se aparecía mensualmente a pedir su parte del dinero. A cambio, te mantenía a salvo, principalmente de él mismo. Canvas era un titán, una torre de músculos y poder. Le gustaba follarse a los muchachos. A dos en particular: Michael y Ángelo. Le encantaba tomar largas caminatas por las tiendas, para mantener la paz y sacarles la sangre a sus enemigos para pintársela en el cuerpo. Le gustaba que uno de sus novios le pintara el cuerpo con sangre mientras se follaba al otro.

      La verdad era que había videos y todo lo demás.

      Héctor los había visto mientras se tapaba los ojos durante la mayor parte del tiempo de la exhibición. Tenía que admitir que era buena pornografía, bajo dos condiciones: Una, tenía que gustarte un trío gay, lo cual no le gustaba a Héctor y dos, debías de alguna manera ignorar el hecho que una persona había muerto sufriendo mucho dolor para que pudieras tener esta hermosa pieza de pornografía.

      Y ese hombre estaba a punto de tocar a su puerta en unas pocas horas.

      Olvídate de los emails.

      Héctor regresó al interior de su casa y se dedicó a la app encriptada. Haría algunas llamadas y molestaría a alguna gente. ¿Qué podían hacerle? ¿Matarle?”

      “Sí, los detalles están en el email que le envié. Ordene ahora con un pago inicial y obtendrá 50% de descuento en diez armaduras. Así es. Excelente, tan pronto como el dinero esté seguro, lo contactaré para que me dé sus especificaciones. ¿Ok? Perfecto, es un placer hacer negocios con usted”.

      Héctor colgó. ¡Sí! Cuatro mil euros, Era algo.

      El resto no había respondido o decían que no necesitaban nada en este momento. Héctor revisó las noticias. No había nada sobre disparos, allanamientos de morada, СКАЧАТЬ