Название: Memorias de una época
Автор: Álvaro Acevedo
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9789585274075
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Finalmente, el enfoque identitario estudia la conformación de los nuevos movimientos sociales en el marco de la crisis de las sociedades posindustriales, caracterizadas por el fin del Estado de Bienestar y la pérdida de legitimidad, credibilidad y confianza de los canales de representación política y del mismo Estado. Uno de los principales autores de esta escuela es Alain Touraine quien considera a los movimientos sociales como interacciones entre actores enfrentados, cada uno con interpretaciones del conflicto y del modelo social que se pretende defender o deslegitimar. Las identidades colectivas se ubican en el centro de la reflexión, por lo tanto la noción de movimiento social da un giro hacia la conformación en términos socioculturales. Para el sociólogo francés, todo movimiento se estructura a partir de tres principios articulados.
La identidad, referida a la definición del actor mismo y a la cohesión interna que existe en el movimiento social generalmente afectado por un mismo problema. La oposición alude al conflicto que se desarrolla con el adversario, situación que fortalece el principio de identidad. La totalidad tiene que ver con el proyecto social de conjunto del que hace parte un movimiento social y en el que se lleva a cabo la disputa por el poder y el control de lo social.
Autores como Claus Offe han señalado que este giro identitario en el estudio de los movimientos sociales puede ser aprehendido más fácilmente si se piensa en términos de viejos y nuevos movimientos sociales. La diferencia hace énfasis en el tipo de iniciativas que cada uno defiende. Los nuevos reivindican valores posmateriales y sus miembros no pertenecerían a una clase claramente identificada sino que predominaría la diversidad en su composición. Los nuevos movimientos presentan un grado mayor de individuación y diferenciación, de allí que la colectividad se vuelva menos duradera. Es decir, en este tipo de movimientos sociales, la identidad individual fundada en el reconocimiento de la diferencia respecto al conjunto de la sociedad se convierte en un elemento central de su estructuración a pesar de que afecte su permanencia en el tiempo. En esta corriente, todo movimiento social se relaciona con un cambio estructural de la política, pues implica un proceso de aprendizaje de la sociedad civil a partir de la autorreflexión y la organización en la vida cotidiana.
En la escuela identitaria se piensan los movimientos sociales como una conjunción de relaciones en forma de red. En los denominados nuevos movimientos se enfatiza la reivindicación en términos de derechos tanto sociales como de reconocimiento y de control del poder político. Esto conduce a una reformulación en la comunicación entre la sociedad y las esferas de poder a partir de la fragmentación de identidades que experimentan los sujetos. En esta lógica, el movimiento social contempla la creación de identidades grupales y comunitarias referidas a las causas que defiende, las cuales pueden ser globales y locales a la vez. En este proceso, la creación de códigos culturales y de significados alternativos es relevante al desarrollar los principios de identidad y oposición en la materialización del poder. En otros términos, el estudio de los movimientos sociales además de tener en cuenta las condiciones estructurales, debe fijar su mirada en las negociaciones de sentido que configuran los conflictos. Esto es lo que Villafuerte denomina el enfoque cognitivo. Una perspectiva analítica a los movimientos sociales permite comprender cómo la protesta o lucha social está en permanente relación con representaciones culturales y simbólicas. Las prácticas políticas internas y externas se han de ubicar en un marco cultural determinado que incide en la construcción de los miembros del movimiento y en su identidad colectiva. Siguiendo a Villafuerte11, metodológicamente este enfoque pretende reconstruir los elementos discursivos de los movimientos situándolos en relación con sus prácticas internas y externas, como los referentes que producen la identidad grupal e individual.
En síntesis, los movimientos sociales son la sociedad civil en acción. Se forman cuando una serie de individuos llevan sus intereses particulares coincidentes al espacio público para reivindicarlos como derechos conculcados, o también para plantearle al poder político demandas de diversa índole o proponer formas distintas de vida. Los movimientos sociales son formas de acción colectiva, esto es que involucran un gran número de personas capaces de hacerse visibles en el espacio público, sin importar la escala espacial de esta. Otra condición para hablar de un movimiento social es la permanencia en el tiempo, aunque es muy difícil definir una duración mínima es necesario considerar la persistencia de su acción colectiva. No se requiere que el movimiento social esté en todo momento activo; más allá de los estallidos de los conflictos, las actuaciones se preparan en periodos de latencia. Esto permite diferenciar la existencia del movimiento propiamente de las expresiones organizativas formales12.
Chaparro. Así celebró Bucaramanga el 8 de junio. Archivo Vanguardia Liberal. 9 de junio de 1957. Bucaramanga
En la conceptualización de los movimientos sociales otra variable a tener en cuenta remite al grado de cohesión de los mismos. Pueden existir movimientos que se caracterizan por un alto grado de dispersión e incluso aislamiento, mientras que se pueden encontrar experiencias altamente organizadas y centralizadas. En el fondo de este asunto está la relación entre los movimientos, las organizaciones sociales y los procesos de institucionalización de la sociedad civil. La centralización de los movimientos sociales se vincula con la fuerza y coherencia interna que pueden adquirir estos para desarrollar sus luchas, lo cual se traduce en mayor visibilidad pública y en la posibilidad de tener un mayor impacto social. No obstante, es posible que los aparatos organizativos suplanten y sustituyan finalmente al movimiento social o que puedan terminar burocratizando las luchas sociales e incluso desmovilizando a los actores. Con base en estas consideraciones analíticas, hace algunos años se ha planteado la posibilidad de pensar la actuación visible del estudiantado universitario colombiano como un movimiento social bajo la denominación de movimiento estudiantil. Las protestas estudiantiles alcanzaron a ser una forma de expresión y acción colectiva de un sector específico de la sociedad civil con impacto en la escena pública local y nacional. En el mismo sentido, defendieron intereses, reivindicaron y exigieron sus derechos, sin excluir que tuvieron periodos de latencia. Incluso hacia 1971 propusieron una serie de lineamientos para la educación universitaria. Esto se pudo realizar sin la existencia de una organización formal que aglutinara a los universitarios, pero sí a través de la convergencia de diferentes grupos y corrientes políticas estudiantiles13.
A pesar de la amplia definición que ofrece Luis Alberto Restrepo14 de la acción social colectiva adecuada a las particularidades del estudiantado universitario, Mauricio Archila15 sugiere algunos reparos al empleo de la noción de movimiento estudiantil. La heterogeneidad de intereses, la intermitencia en su accionar y la variabilidad temporal en su composición son las variables que advierten un uso cuidadoso de este concepto. Al respecto, se puede decir que estas observaciones parten de cierta idealización en la constitución de los movimientos sociales. En efecto, al ser una acción colectiva no se puede esperar la homogeneidad de los intereses del estudiantado, pese a que las demandas generalmente compartidas en ciertos momentos de actuación puedan seguir siendo las mismas.
En la historia del movimiento estudiantil colombiano hubo dos periodos claramente discernibles: un primer periodo (1910-1957) en el que a pesar de que se clamaba por la autonomía universitaria y la modernización de la educación, la relación de los estudiantes con los partidos políticos tradicionales era mucho mayor que la que se viviría en el segundo periodo (1958-1984), cuando el estudiantado luchaba por conseguir la autonomía política y la modernización de la universidad desde la orilla contraria a la de los partidos tradicionales. Sobre la intermitencia de los estudiantes, ya se dijo que los periodos de latencia no han de ser considerados como tiempo vacío en los movimientos sociales. De forma que se ha de trascender la concepción que predomina de la acción pública para hablar de la existencia de un movimiento social. No obstante, todavía son casi inexistentes los estudios sobre acciones e identidades colectivas en periodos de latencia.
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