Название: Los novios
Автор: Alessandro Manzoni
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ópera magna
isbn: 9788432152399
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—Yo le enseñaré.
—Mañana, pues.
—Sí, mañana.
—A la caída de la tarde.
—Muy bien.
—¡Pero!... —dijo Lorenzo poniéndose otra vez el dedo en los labios.
—¿Es posible? —respondió Antoñuelo, doblando la cabeza sobre el hombro derecho con una cara que parecía decir—: Tú me agravias.
—¿Y si tu mujer pregunta, como sin duda preguntará?...
—Son tantas las mentiras que le debo a mi mujer, que por muchas que le diga, me parece que nunca saldaremos la cuenta. Ya inventaré alguna novela con que acallar su curiosidad.
—Mañana por la mañana —dijo Lorenzo— nos pondremos de acuerdo en casa para que la cosa salga bien.
Con esto salieron de la hostería: Antoñuelo se fue a su casa estudiando en el camino el enredo con que había de satisfacer la curiosidad de su familia, y Lorenzo a dar cuenta de los pasos que había dado.
En este intermedio, Inés se había cansado en vano tratando de convencer a su hija, que siempre respondía ya con la una, ya con la otra parte de su dilema: «O la cosa es mala y no se debe hacer, o no lo es. ¿Y por qué entonces no lo decimos al padre Cristóbal?»
Llegó en esto Lorenzo triunfante, hizo su relación, y concluyó diciendo: «¿Y bien?», expresión que equivale a decir: ¿No soy yo todo un hombre? ¿No sé yo hacer las cosas como se debe?
Lucía meneaba la cabeza; pero Inés y Lorenzo, enfervorizados, poco caso hacían de ella, mirándola como a un niño, a quien, no pudiendo hacer entender la razón, se espera que luego con súplicas o por autoridad se le obligará a prestarse a lo que se quiere.
—Todo va bien —dijo Inés—, pero ¿no te ha ocurrido una cosa?
—¿Qué falta? —preguntó Lorenzo.
—¿Y Perpetua? A Antoñuelo y Gervasio los dejará entrar; pero a ti no lo creo, y menos a los dos. ¿Te parece que no tendrá orden de no dejaros entrar?
—¿Cómo lo haremos? —dijo Lorenzo poniéndose pensativo.
—¡Ahí verás tú! A mí ya me ha ocurrido. Iré yo también en vuestra compañía, y tengo un secreto para entretenerla y embaucarla, de modo que no ponga atención en vosotros, y así podréis entrar. La llamaré, y le tocaré cierta tecla... En fin, ya lo veréis.
—¡Bendita sea usted! —exclamó Lorenzo—, siempre he dicho que usted es nuestro ángel tutelar.
—Pero todo esto de nada sirve, si no se convence a esta tonta, que se empeña en sostener que es pecado.
Ensayó también Lorenzo su elocuencia; pero Lucía no se daba a partido.
—Yo no sé —decía— qué responder a vuestras razones, pero veo que para hacer cosa tan santa, es necesario empezar con engaños, con mentiras y ficciones. Yo quiero ser tu mujer (esto lo decía poniéndose colorada), pero ha de ser por el camino derecho, en la iglesia; como lo manda la ley de Dios; y sobre todo, ¿por qué andar con misterios con fray Cristóbal?
Duraba todavía la disputa cuando ciertas pisadas presurosas de sandalias, y ruido de hábitos semejante al que hacen las velas de un buque con las ráfagas del viento, anunciaron que llegaba fray Cristóbal. Callaron todos; y la madre de Lucía sólo tuvo tiempo para decir al oído a Lucía:
—¡Cuidado con que le digas nada!
CAPÍTULO VII
Venía el buen religioso con el continente de un capitán veterano que, perdida sin culpa suya una batalla importante, acude afligido, mas no desalentado; pensativo, mas no aturdido; en retirada, mas no huyendo, adonde le llama la necesidad para defender los puntos amenazados, reunir las tropas, y dar nuevas órdenes.
—¡La paz sea con vosotros! —dijo al entrar—. Nada hay que esperar de aquel hombre endurecido; por lo mismo, es necesario poner más confianza en Dios; y yo tengo ya alguna prueba de su protección.
Aunque ninguno de los tres fundaba grandes esperanzas en la tentativa del padre Cristóbal, porque el ver en aquella época a un poderoso desistir de una acción violenta, por mera condescendencia a súplicas desarmadas, y sin ser obligado por la fuerza, era cosa rara, si no inaudita, sin embargo, la triste certeza fue un golpe terrible para todos. Las mujeres bajaron la cabeza; pero la ira en el ánimo de Lorenzo sobrepujó al abatimiento. Semejante noticia le hallaba ya afligido y exasperado por una serie de sorpresas tristes, de tentativas inútiles, y de esperanzas frustradas; y sobre todo, agitado en aquel momento por la obstinación de Lucía.
—Quisiera saber —dijo, rechinando los dientes y levantando la voz, como nunca lo había hecho en presencia del padre Cristóbal—, quisiera saber qué razones ha alegado aquel perro para pretender que Lucía no se case conmigo.
—¡Pobre Lorenzo! —respondió el capuchino con tono de lástima, y una mirada que encargaba con dulzura la moderación—. Si el poderoso que quiere cometer una injusticia tuviese que decir siempre los motivos, las cosas no irían como van.
—¿Conque el bribón ha dicho que no quiere, sin decir por qué no quiere?
—Ni eso ha dicho. ¡Pobre Lorenzo! Fuera también una ventaja el que para cometer una iniquidad hubiese que confesarla paladinamente.
—Pero alguna cosa ha debido decir, ¿y qué ha dicho aquel tizón del infierno?
—Yo he oído sus palabras, y no es fácil repetirlas. Las palabras del impío que es fuerte, penetran y se disipan. Puede ofenderse de que tú sospeches de él, y al mismo tiempo darte a conocer que tus sospechas son fundadas; puede insultar y suponerse insultado, vilipendiar y pedir una satisfacción, ofender y quejarse, desvergonzarse y creerse ultrajado; no me preguntes más. Ese hombre terco no ha tomado en boca tu nombre, ni el de esta inocente: no ha aparentado siquiera conoceros, ni manifestado la menor pretensión; sin embargo, he conocido, con harto dolor mío, que es inexorable. No obstante, ¡confianza en Dios! Vosotras, pobrecillas, no os desaniméis; y tú, Lorenzo, ¡ah! no creas que yo dejo de ponerme en tu lugar: sé lo que pasa en tu corazón; pero, ¡paciencia! Ésta es una palabra de poco valor para el que no cree; pero tú... ¡Ah, Lorenzo! deja obrar a Dios; yo tengo ya un hilo por donde podré ayudaros. No puedo deciros más por ahora. Mañana no vendré, porque tengo por vosotros que estar todo el día en el convento. Tú, Lorenzo, haz por llegarte allá, y si por algún accidente no pudieres, envíame un hombre de confianza o un muchacho de juicio, para avisaros de lo que ocurra. Ya es tarde, y no puedo detenerme. ¡Ánimo, pues, confianza! y buenas noches.
Con esto salió apresuradamente dirigiéndose a tropezones por un atajo pedregoso, a fin de no llegar tarde al convento y tener que sufrir una corrección o alguna penitencia que le impidiese estar al día siguiente en disposición de hacer lo que fuese necesario para servir a sus protegidos.
—¿Han oído ustedes —dijo Lucía— que el padre ha manifestado de no sé qué hilo que tiene para ayudarnos? Conviene, pues, confiar en él; es un hombre que cuando promete diez...
—¿Y СКАЧАТЬ