Название: El bienestar de todos
Автор: John Ruskin
Издательство: Bookwire
Жанр: Управление, подбор персонала
isbn: 9789561426092
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Nótese que digo la mayor cantidad de “beneficios”, pues el trabajo de un empleado no es necesariamente la mejor cosa que él o ella le puede entregar a su empleador. De hecho, le pueden entregar otros tipos de beneficio: puede realizar trabajo físico o proteger los intereses y la confianza de su empleador, o buscar ocasiones novedosas e inesperadas para ayudarlo.
En términos generales, lo anterior no es un ápice menos verdad aun cuando la amabilidad y el esfuerzo por lo general sean abusados y la bondad devuelta con ingratitud. Pues el empleado que, tratado amablemente, no agradece, cuando sea tratado de forma negativa se volverá vengativo; la persona que es deshonesta con un empleador justo intentará dañar al injusto.
Sea cual sea la situación, tratar a cualquier persona de forma bondadosa siempre entregará los mejores resultados. Como se puede apreciar, ahora estoy considerando el afecto y los sentimientos solamente como una fuerza motriz, y no como cosas en sí mismas ni nobles, ni deseables, ni en ningún sentido buenas de forma abstracta. El afecto y los sentimientos son fuerzas anómalas, que invalidan todos los cálculos del economista; y, aun cuando este quiera integrar estos nuevos elementos dentro de sus estimados, no puede manipularlos, porque solo se vuelven una fuerza motriz real cuando avanzan sin considerar los otros motivos y condiciones de la economía. Trata bien a tu empleado, con la idea de que su gratitud se torne para ti un beneficio económico, y de esta manera obtendrás lo que mereces: ni gratitud ni dinero por tu amabilidad. Trata a tu empleado amablemente, sin ninguna meta económica por detrás, y lograrás todos tus fines económicos con respecto a él. En este caso, como en todos los otros, quienquiera salvar su vida debe primero perderla, pues quien solo quien la pierda la podrá encontrar1.
El segundo ejemplo más claro y simple para entender las relaciones entre un empleador y su empleado es el del comandante de un regimiento y sus subordinados.
Supongamos que el comandante quiere aplicar un reglamento de disciplina, de modo tal que él tenga que esforzarse lo menos posible. Sin embargo, su meta es que su regimiento se vuelva el más eficiente. Bajo esta premisa egoísta, nunca podrá lograr que sus subordinados den lo mejor de sí, sin importar el tipo de reglas o la forma como administre el regimiento. Si es una persona inteligente y seria, podrá, como en el caso anterior, producir un mejor resultado que el oficial débil; pero supongamos que la inteligencia y la seriedad son la misma en ambos casos, y seguramente el oficial que tiene la relación más directa con su gente, el que se preocupe más de sus intereses, y el que más valore sus vidas, será capaz de obtener de ellos sus mejores esfuerzos, los cuales serán motivados por el afecto que despierta su persona y la confianza que inspira su carácter a tal grado que sería imposible conseguir lo mismo con otros medios. Esta ley se puede aplicar de manera aún más precisa con cifras mayores: un ataque usualmente puede salir airoso, aun cuando los soldados no quieran a sus oficiales; sin embargo, el mismo batallón ganará pocas batallas a menos que sus miembros amen a su general.
Si vamos de los ejemplos más sencillos a las relaciones más complejas que existen entre un empleador y sus empleados, nos encontramos, primero, con ciertas interesantes dificultades, al parecer producto de un estado más frío y duro de la relación entre los elementos morales. Es fácil imaginar que existe un afecto entusiasta entre los soldados y su coronel. No es tan fácil imaginar el mismo tipo de cariño entre un grupo de trabajadores textiles y el dueño de la compañía. Un grupo de personas asociadas para robar (como el clan de las Tierras Altas que existía en los tiempos antiguos en Escocia) debe estar unido por un afecto perfecto, y cada uno debe estar dispuesto a entregar su vida para salvar la de su líder. No obstante, la motivación de un grupo de personas asociadas legalmente para producir y acumular riquezas al parecer no guarda relación con tales emociones; y ninguna de estas personas sacrificaría su vida por la de su jefe. En la administración de un sistema, no solo nos encontramos frente a esta anomalía en temas morales, sino que también nos encontramos con otras relacionadas. A diferencia del soldado o del sirviente, quienes trabajan por un salario fijo y por un tiempo definido, muchos trabajadores tienen un salario que varía según la demanda de trabajo, por lo que corren el constante riesgo de que su situación cambie debido a las vicisitudes del mercado laboral. Ahora, bajo estas premisas, no es posible que haya afecto, sino solo un peligroso desafecto, por lo que debemos considerar dos cosas.
La primera: ¿hasta qué punto se pueden regular los salarios para que no varíen según la demanda de trabajo?
La segunda: ¿hasta qué punto es posible contratar y mantener grupos de trabajadores a sueldo fijo (sea cual sea el estado actual de la profesión), sin aumentar o disminuir su número, para que ellos puedan tener un interés permanente en la compañía, al igual que los empleados domésticos de una familia antigua; o una moral, como la que tienen los soldados de un regimiento desbandado?
Yo creo que la primera pregunta debería ser: ¿hasta qué punto es posible fijar los salarios sin tener que considerar la demanda de empleo?
Tal vez uno de los hechos más interesantes de la historia del error humano es la negativa, por parte de los economistas políticos comunes y corrientes, de aceptar la posibilidad de que los salarios sean regulados así; aun cuando en muchos trabajos importantes, y en otros no importantes, los sueldos sí se regulan de esta manera.
No ofrecemos el cargo de presidente en una subasta; ni, al morir un obispo, sin importar las ventajas generales de la simonía, le ofrecemos (a lo menos hasta ahora) la diócesis al primer clérigo que esté dispuesto a tomarla al precio más bajo. Es verdad: los cargos militares se venden, aunque no se vende el cargo de general de forma abierta. Si estamos enfermos, no buscamos al doctor que nos cobre menos; si nos encontramos en un juicio, no pensamos en ahorrarnos unos cuantos pesos; si está lloviendo, no regateamos con el taxista para ver si nos puede llevar por menos.
Es verdad que en todos estos casos, en última instancia existe, y en todos los casos debe existir, una referencia a la supuesta dificultad del trabajo o al número de candidatos que aspiren al puesto. Si fuera posible que suficientes estudiantes de medicina estuvieran dispuestos a convertirse en buenos médicos por un quinto menos del sueldo, la sociedad pronto dejaría de pagar ese quinto innecesario. En este sentido, el precio del trabajo siempre será regulado por su demanda. Sin embargo, a lo menos cuando consideramos la administración práctica e inmediata del tema, el mejor trabajo siempre ha sido y seguirá siendo pagado, como todo trabajo ha de ser, a un estándar fijo.
“¿Qué?”, se preguntará el lector, sorprendido. “¿Pagarle lo mismo a los trabajadores buenos y a los malos?”.
Así es. La diferencia entre el sermón de un sacerdote y el de su sucesor, o entre la opinión de un médico y la de otro, es mucho más grande con respecto a la facultades de la mente involucradas, y mucho más importante para ti en lo personal, que la diferencia entre una buena y una mala disposición de los ladrillos cuando estás remodelando tu casa (aunque en este punto la diferencia es mayor de lo que la mayoría de la gente supone). Sin embargo, no tienes problema con pagarle un sueldo regular a la gente que trabaja con tu alma y con tu cuerpo, sean buenos o malos trabajadores. Con más razón aún puedes pagarles alegremente a los albañiles a cargo de tu casa sueldos similares, sean buenos o malos.
“Pero yo elijo a mi doctor y a mi sacerdote, lo que sí demuestra que tengo un sentido de calidad con respecto a su trabajo”. Con toda razón haz lo mismo cuando elijas a tu albañil, pues la recompensa adecuada para un buen trabajador СКАЧАТЬ