El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells
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Название: El Santuario de la Tierra

Автор: Sixto Paz Wells

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9788416994304

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СКАЧАТЬ y estallando desconsoladamente en sollozos como un niño.

      A medida en que avanzaba por el camino, la naturaleza quebrada del paisaje lo llevó a subir una veintena de ásperos y empinados escalones trabajados en la piedra. Mientras ascendía, un impresionante nevado se erguía a la distancia, mudo testigo de la tristeza que se abatía sobre aquel hombre. El camino continuaba por una cornisa rocosa que lo llevó directamente a un espectacular puente colgante hecho de cuerdas que lo conduciría por encima de un profundo cañón en cuyo fondo discurría el agua del deshielo de los glaciares. Mientras avanzaba se sujetaba bien con las cuerdas entre las manos, a la vez que medía sus pasos con sus pies calzados con sandalias de cuero de llama y ataduras de lana negra. Lo largo del puente hacía que este se doblara en el medio, y el viento que soplaba por aquellas alturas le hacía estremecer. Al final del puente, como al principio, las cuerdas se sujetaban a poderosos torreones de piedra.

      El camino continuó por terrenos de cultivo, resguardados a ambos lados por muros laterales de adobe, como medida precautoria del daño que pudieran causar las tropas movilizadas en las campañas militares. Unos mitmaj o mitimaes (colonos por castigo arrancados de su tierra) se encontraban trabajando la chakra (campo de cultivo) cuando vieron al correo pasar veloz. Se detuvieron a observar su premura asiendo con fuerza sus chaqui-tacllas (arados manuales). En sus rostros, que lucían la protuberancia del acullicu (bolo hecho con hojas de la planta de coca que se masca extrayendo las propiedades de la planta), se dibujaba una mueca de desprecio a la que acompañó el sonido seco de un escupitajo irreverente, lanzado violentamente sobre la tierra por uno de los más jóvenes.

      Al chasqui Churo Mullo lo siguieron otros relevos que en conjunto pudieron cubrir en solo cinco días la gran distancia que separaba Cajamarca de Qosqo (Cuzco), calculada en unas doscientas leguas.

      El último chasqui fue el portador de la terrible noticia: el Cápac Ucha o «gran delito» se había consumado con el asesinato del Sapan Inca Huáscar. También se daba a conocer el número de zungazapas (hombres barbados) que venían a pie o montados en una suerte de llamas gigantes (caballos, que por aquel entonces eran desconocidos en Sudamérica), y se informó del número de pueblos indígenas que se habían aliado con ellos y los acompañaban.

      Huayna Cápac, padre de Huáscar y de Atahualpa, había ascendido al trono en el año 1481, a los treinta años de edad. Había sucedido a su padre, Túpac Inca Yupanqui.

      Dato interesante es que, como regalo de bodas, la princesa Quilago de Quito le regaló a su consorte, el Inca Huayna Cápac, la «Umiña», un cristal verde o esmeralda gigante con ciertas propiedades mágico-espirituales. Una piedra misteriosa venida de las estrellas.

      El soberano marchó a Quito en compañía de Ninan Cuyuch, donde permaneció diez años, quedando su otro hijo Huáscar al frente del gobierno en Qosqo. Huáscar se reunía permanentemente con los cuatro suyuyuj apu –que eran los jefes de cada suyo, región o punto cardinal–, para escuchar sus ideas y peticiones, y coordinar acciones e ir ganando experiencia.

      Huayna Cápac gobernó más de tres décadas, continuando con la política de expansión territorial y fortalecimiento de la organización estatal iniciada por su padre, el Inca Túpac Yupanqui, gran conquistador y estadista.

      Al pie de la ciudad selvática se construyó una laguna con forma cuadrada para asegurar los recursos hídricos. Este lugar, considerado un santuario por las tribus locales, se encontraba al lado de una gran cascada y de una montaña atravesada por profundas cavernas. Ocasionalmente, del interior de las grutas se veía salir hombres muy altos vestidos de blanco o con trajes de color ocre, por lo que la avanzadilla inca, no solo tuvo que solicitar autorización de los indígenas de la zona para establecerse allí, sino también de los habitantes de los subterráneos o «guardianes primeros». Se decía que estos eran los Paqo Pacuris, sobrevivientes de una civilización anterior que se extendió por toda la región amazónica y que por aquel entonces formaban parte de una comunidad intraterrena.

      Huayna Cápac tuvo que enfrentar, igual que su padre, gran cantidad de insurrecciones de distintos pueblos sojuzgados, por lo que para mantener la integridad territorial aplicó castigos ejemplares como el que sufrieron los nativos de la Punta de Santa Elena y Tumbes, a quienes se les llamó «los desdentados»: hombres, mujeres y niños fueron sometidos a la terrible y dolorosa extracción de los dientes de la mandíbula superior. O el caso de los habitantes de Carangue, que fueron vencidos en batalla y quince mil de los cuales fueron degollados como escarmiento y ejemplo para evitar futuras insurrecciones.

      Las sublevaciones en el Norte del imperio fueron aprovechadas por Huayna Cápac para consolidar territorios, como el golfo de Guayaquil y la región de los Chachapoyas, así como para llevar la frontera hasta el río Ancasmayo (en el territorio de la actual Colombia).

      Huayna Cápac se encontraba en Quito cuando fue informado de una invasión de los antis (selváticos chirihuanos de la familia de los guaraníes). Como en ocasiones anteriores, asediaban la frontera del Sureste, pero fueron repelidos prontamente por las tropas imperiales al mando del apusquipays (general) Yasca.

      El final de Huayna Cápac llegaría con el arribo de los viracocha (los enviados del cielo), tal como se interpretó la llegada de los españoles que llegaron a la costa norte, ya que a partir de entonces se extendió la epidemia de viruela por todo el reino, introducida por ellos y por los esclavos negros que los acompañaban. El propio Inca enfermó pronto del terrible mal que cubría todo el cuerpo de dolorosas pústulas. Cuando se encontraba postrado, tuvo la visión, al pie de su lecho, de tres seres humanoides enanos y grises, con cabezas grandes que le querían hablar.

      El soberano consultó entonces con el oráculo de Pachacamac (el más importante centro de adivinación de Sudamérica, situado en la costa central del Perú) sobre su enfermedad y el significado de aquella extraña aparición. El sacerdote y vidente le reveló que no moriría de aquel mal. Pero no fue así, la enfermedad lo consumió.

      A la muerte de Huayna СКАЧАТЬ