Название: Lady Felicity y el canalla
Автор: Sarah MacLean
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Romantica
isbn: 9788417451967
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Whit asintió, pero no dijo lo que ambos estaban pensando: que el hombre al que Londres llamaba Robert, duque de Marwick, el muchacho al que una vez habían conocido como Ewan, era más animal que aristócrata, y el único que casi había conseguido superarlos. Pero eso había sido antes de que Diablo y Whit se convirtieran en los «Bastardos Bareknuckle», los reyes de Covent Garden, y aprendieran a empuñar las armas con precisión y a vencer cualquier amenaza.
Esa noche le demostrarían que Londres era su territorio, y le harían regresar al campo. Tan solo era cuestión de entrar y recordarle la promesa que habían hecho mucho tiempo atrás.
El duque de Marwick no engendraría herederos.
—Buena caza.—Las palabras de Whit sonaron como un gruñido, pues su voz sonaba rasgada por el desuso.
—Buena caza —respondió Diablo, y los dos se desplazaron en completo silencio hacia las oscuras sombras del largo balcón. Sabían que tendrían que actuar con presteza para evitar ser vistos.
Con una elegante agilidad , Diablo escaló el balcón, saltó por encima de la balaustrada y aterrizó con sigilo en la oscuridad que había al otro lado, con Whit siguiéndole los pasos. Se dirigieron hacia la puerta; sabían que la galería estaría cerrada y, por tanto, vedada a los huéspedes, lo que la convertía en el perfecto punto de acceso a la casa. Los bastardos habían escogido un atuendo formal para poder mezclarse entre la multitud hasta que encontraran al duque y asestaran el golpe.
Marwick no sería ni el primero ni el último aristócrata en recibir un castigo de los Bastardos Bareknuckle, pero Diablo y Whit nunca habían deseado aplicar uno tan a conciencia.
La mano de Diablo apenas había rozado el picaporte cuando este giró solo. Lo soltó al instante y retrocedió para volver a desvanecerse en la oscuridad mientras Whit volvía a saltar el balcón y caía sobre el césped sin emitir sonido alguno.
Y entonces apareció la joven.
Cerró la puerta a toda velocidad y apoyó la espalda en ella, como si así, solo porque lo deseara, pudiera evitar que otros la siguieran.
Curiosamente, Diablo pensó que sería capaz de hacerlo.
Se aferraba con fuerza a la puerta y apoyaba la cabeza contra ella. La palidez de su cuello destacaba bajo la luz de la luna, y su pecho subía y bajaba, mientras una solitaria mano enguantada se apoyaba sobre la piel del escote que las sombras cubrían para tratar de calmar su agitada respiración. Años de observación le revelaron a Diablo que los movimientos de la joven no eran calculados, sino naturales: no sabía que estaba siendo observada. No sabía que no estaba sola.
La tela de su vestido brillaba a la luz de la luna, pero era demasiado oscura como para adivinar su verdadero color. Azul, tal vez. ¿Verde? La luz la volvía plateada en algunos lugares y negra en otros.
«Luz de luna». Parecía estar vestida de luz de luna.
Aquella extraña idea se le ocurrió mientras ella se acercaba hasta la balaustrada de piedra y, en un instante de locura, Diablo sintió deseos de salir a la luz para poder observarla mejor.
Fue un impulso fugaz, hasta que escuchó el trino suave y bajo de un ruiseñor: era Whit avisándolo. Recordándole su plan, en el que no entraba esa joven. Lo único que ella estaba consiguiendo era evitar que lo pusieran en marcha.
Ella no sabía que el pájaro no era tal y giró la cara hacia el cielo, apoyando las manos en la barandilla de piedra mientras lanzaba un largo suspiro y bajaba la guardia. Sus hombros se relajaron.
La habían perseguido hasta allí.
Una sensación desagradable le recorrió el cuerpo al pensar que ella había huido hasta una habitación oscura y había salido a un balcón todavía más oscuro donde había un hombre que podía ser mucho peor que todos lo que había dentro. Y entonces, como si de un disparo en la oscuridad se tratara, escuchó su risa. Diablo se envaró, los músculos de sus hombros se tensaron y agarró con más fuerza el mango plateado de su bastón.
Tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no acercarse a ella. Para recordar que había estado esperando ese momento durante años, tantos que apenas podía traer a su memoria un instante en el que no estuviera preparado para luchar contra su hermano.
No iba a permitir que una mujer lo desviara de su camino. Ni siquiera podía verla con claridad y, aun así, no podía despegar los ojos de ella.
—Alguien debería decirles lo horribles que son —dijo mirando al cielo—. Alguien debería plantarse frente a Amanda Fairfax y contarle que nadie cree que su lunar sea real. Y alguien debería decirle a lord Hagin que apesta a perfume y que no le vendría mal un baño. Y me encantaría recordarle a Jared aquella vez en que se cayó de espaldas en un estanque en la fiesta de la casa de campo de mi madre y tuvo que depender de mi amabilidad para poder secarse la ropa sin que lo vieran.
Hizo una pausa lo suficientemente larga como para que Diablo creyera que había terminado de hablar al aire.
Pero en vez de eso, volvió a la carga.
—¿Y de verdad tiene Natasha que ser tan desagradable?
—¿Y solo se le ocurre hacer esto, lady Felicity? —Se sorprendió a sí mismo al decir esas palabras; no era el momento de ponerse a conversar con una charlatana solitaria en un balcón.
Y todavía asombró más a Whit, a juzgar por la estridente llamada del ruiseñor que sonó justo después de que las pronunciara.
Pero la que más se asombró de todos fue la joven.
Con un pequeño chillido СКАЧАТЬ