Название: Nueva antología de Luis Tejada
Автор: Luis Tejada
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9789587148701
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En fin, Tejada logró con la paradoja un sello de distinción como crítico de la cultura y dotó a la crónica de un sentido superior al del superfluo comentario cotidiano. Hacia 1922, sus contemporáneos admitían que Tejada se había convertido en el principal cronista del país. En efecto, los intelectuales barranquilleros reunidos en la revista Caminos, que antes habían hecho parte de la famosa revista Voces, proclamaron a Luis Tejada como “Príncipe de los cronistas colombianos”. Según la proclama, en Tejada se hallaba “un estilo, un agudo don de observación, un espíritu inquieto que penetra en las cosas, un desprecio total al chiste, al retruécano y a la anécdota”.10
Un artista cínico
La historia de la cultura intelectual —al igual que diversas corrientes de la sociología— afirma que las obras artísticas tienen, en últimas, un autor colectivo; que el artista simplemente singulariza en un lenguaje altamente elaborado, de manera lúcida y coherente, lo que sienten, anhelan y piensan los trozos de la sociedad con que el artista ha establecido sus relaciones más inmediatas. La obra de arte, por tanto, no se explica solamente por la insularidad maravillosa del creador ni por su genialidad ni por sus poses de ser anómalo y marginal. En el artista fluyen, se atraviesan y se plasman sentimientos colectivos. Cualquier creación artística tiene deuda hacia algún tipo de diálogo con la sociedad de su tiempo; el individuo, con su singular e irrepetible obra, es la punta de un iceberg, y por eso la tarea del historiador de la cultura es caminar en el sentido inverso al de la palpable inmediatez que ofrece la obra, en busca de determinantes, causalidades, conversaciones, motivos, influencias, temores de esa sociedad que se vuelven concretos en el producto que brinda el artista.
La paradoja de Tejada participó de un ambiente de conductas cínicas de artistas que encontraron así una manera de diferenciarse de unas tradiciones hostiles. Caminar al margen de las convenciones ha sido una buena terapia de vida para muchos creadores; les ha servido para garantizarse un grado de independencia moral en sus elecciones acerca de lo bueno y de lo malo; les ha permitido autodefinir derroteros estéticos que vulneran verdades establecidas por la institucionalidad cultural resguardada en las academias de letras y de bellas artes, y les ha ofrecido un panorama general de las sociedades para transgredir sus convenciones. Sin ese clima transgresor, la paradoja no se habría hecho visible o, de concretarse, no habría sido más que una cabriola intelectual. Para decirlo rápido, ni Tejada, ni ningún otro escritor de comienzos del siglo xx en Colombia, habría podido escribir paradojas si no hubiese tenido al frente una rígida institucionalidad cultural digna de ser burlada y si, además, no hubiese asumido la burla desde una actitud cínica. Creo, en consecuencia, que hubo una estrecha relación entre ser un artista cínico y escribir paradojas en aquellos años.
El cinismo fue y ha sido un método —si así puede llamarse— de distanciamiento de las convenciones de la cultura y un recurso predilecto de los artistas de vanguardia en Europa. En nuestro caso, la década del veinte fue generosa en preparar una simbología del cinismo: caricaturas, ensayos, crónicas estuvieron a disposición para aplaudir los desplantes bohemios de los artistas jóvenes de la época y también sirvieron para evocar la figura de Diógenes el Cínico. En 1925, por ejemplo, Enrique Restrepo, un escritor inmerecidamente ignorado, cronológicamente miembro de la generación del Centenario, publicó un conjunto de ensayos bajo el título El tonel de Diógenes, manual del cínico perfecto, donde reivindicó el espíritu de renuncia y de independencia que debía garantizar el libre ejercicio de la crítica frente a cuanto se “considera honorífico, a cuanto convencionalmente se poetiza y se embellece... El cinismo tiende a desvalorizar la falsa moneda que circula como legítima”.11 El cínico renunciaba a cualquier bien que comprometiera su actividad crítica; por eso Luis Tejada dijo que le bastaban “un tonel amplio y vacío y una buena dosis de espíritu de contradicción”12 para vivir a plenitud como crítico de la cultura.
Alguna relación existe entre las conductas cínicas y las tensiones de una generación intelectual que varias veces fueron resueltas acudiendo a la autoaniquilación. De manera muy simbólica, la revista Panida nació en homenaje a Gabriel Uribe Márquez, uno de los hermanos de los líderes socialistas de la década del veinte, quien se había suicidado en Londres en 1914. Su muerte inició un ciclo de autoaniquilamientos que distinguió en buena medida a la generación de Los Nuevos. En 1918, otro ex panida escogió ser verdugo de sí mismo: el pintor Teodomiro Isaza. Despúes, los célebres suicidios de Ricardo Rendón y Carlos Lozano y Lozano. Para otros, su destino fue la clínica psiquiátrica, y los más cuerdos prefirieron dedicarse a los estudios de la salud mental, con el fin de entender ese penoso hecho colectivo de ver desfilar a muchos de sus amigos hacia los manicomios; ese fue el caso del ex panida Eduardo Vasco Gutiérrez, transformado después en médico psiquiatra.
El cínico vive en las márgenes; visita los lupanares; sube a la montaña —como lo hacía el cronista Tejada— para contemplar el poblacho y burlarse de esas “intonsas gentes dando siempre opiniones”, como dicen unos versos de León de Greiff. Ha hecho parte del colorido anecdotario cínico de Los Nuevos dormir en los confesionarios, libar en los cementerios, sumergirse en los prostíbulos, mientras en las salas de redacción se esperaba con angustia la crónica o la caricatura del día. Cuando el distanciamiento con respecto a cualquier poder quedó en entredicho, en el caso extremo de Ricardo Rendón, se recurrió al suicidio. El cínico lleva consigo todas sus pertenencias. Luis Tejada hizo largos viajes entre Barranquilla y Medellín o entre Medellín y Bogotá llevando por todo equipaje un libro. A Pereira, él mismo lo dijo, regresó en 1921 “pobre como un santo y flaco como una escoba”.13 Rendón viajó de Medellín a Bogotá en 1918 y lo acompañaba solamente su carpeta con una colección de dibujos.
Por supuesto, había muchos conflictos interiores expresados en esas conductas, pero también fueron maneras provocadoras adoptadas para perturbar un unanimismo reinante, un orden habitual de la sociedad; era necesario escandalizar al burgués. “El cinismo pertenece a la dinámica de las luchas de liberación cultural”,14 de ahí que haya sido elemento utilizado, consciente o inconscientemente, por quienes pudieron haber representado nuestra vanguardia en los primeros años de este siglo.
El escritor político
La vida y la obra de Luis Tejada son dignas de ser leídas y releídas; en un estudio biográfico que publiqué en 1995, titulado Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura, creo que logro demostrar que este periodista provenía de una cultura política liberal radical y que en su corta e intensa vida de escritor evolucionó hacia la militancia en el naciente partido comunista. En efecto, Tejada perteneció a un círculo de familias de Antioquia con notorios antecedentes liberales radicales. Ser liberal en Antioquia, bastión del catolicismo intransigente desde la década de 1860, implicó un enfrentamiento cotidiano con el poder local del cura que, por ejemplo, rehusaba frecuentemente administrar los sacramentos a las familias liberales. Muchas de esas familias difundieron la práctica del matrimonio civil, el proyecto liberal de educación laica e, incluso, adoptaron actitudes próximas al libre-pensamiento o reprodujeron explícitamente una sociabilidad anticatólica. En Medellín, desde fines del mencionado decenio, ya había círculos de espiritismo formados por grupos de artesanos. Precisamente, el espiritismo, reivindicado como el “uso de la razón”, como la concreción de “la moral independiente”, como la expresión de un “catolicismo primitivo renovado” que contrastaba con las prácticas “supersticiosas y groseras” protegidas por la Iglesia católica, fue una conducta СКАЧАТЬ