Libertad. Varios autores
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Libertad - Varios autores страница 6

Название: Libertad

Автор: Varios autores

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417763855

isbn:

СКАЧАТЬ que debería dejarlo. Otros irían más allá: que se merecía lo que tenía, que él mismo se lo había buscado y que, si quisiera, terminaría con el vicio. Que le había estropeado la vida a su mujer, a sus hijos o a sus familiares.

      Yo no sabía qué pensar. Puede que todas esas opiniones se pasearan por mi mente si no hubiera sentido lo mismo que él. No era quién para juzgar su comportamiento, para hacer conjeturas de cómo y por qué había llegado a eso o de lo qué debería hacer para salir. Estaba lejos de dar un consejo así, cuando había sentido su inseguridad, su infelicidad, su resignación, su pesar, su odio a sí mismo. Pero ¿qué podría hacer yo por él? Nunca había lidiado con una situación parecida.

      Me desperté más agotada que nunca, como si hubiera corrido sin parar durante horas, pero mi mente estaba tranquila porque había descubierto lo que querían, lo había hecho y había salvado a todos esas personas. No había abierto jaulas, roto cadenas, trabajado por la mamá para que llevase a la niña a la playa ni cubierto el turno de la chica para que saliera con sus amigos, mucho menos había combatido un ejército o arrojado botellas de alcohol a la basura para llevar al señor a un centro. Lo único que había hecho había sido tocar con mi mano a cada uno de ellos. Eso bastó para que volvieran a sentirse felices y dichosos.

      Bajé las escaleras de dos en dos llamando a mi madre.

      —¿Qué ocurre? —me preguntó preocupada.

      —Lo he conseguido, mamá, he descubierto qué era lo que querían todas esas personas.

      —¿De qué hablas? ¿Has soñado otra vez?

      —Sí. Pero esta vez ha sido diferente. Ya sé lo que querían y les he ayudado.

      —Pero ¿qué iban a querer de ti? No tiene sentido. ¿Qué podrías hacer tú por esas personas tan diferentes entre sí? —dijo mi madre, como si me hubiese vuelto loca.

      —Todos querían lo mismo: necesitaban ayuda —le expliqué con énfasis y emoción.

      —¿Cómo ibas a poder ayudarlos tú, Libertad?

      Cristina Fernández

Image

      «Liberi» significa libre en latín. Lo recordaba de las clases de bachillerato, antes de hacer la carrera de magisterio para ser profesora de historia, como siempre soñó. Ese era uno de los pensamientos que iban y venían mientras caminaba de manera casi autómata y tranquila, preguntándose cómo había llegado a aquella situación. La brisa primaveral retiraba el pelo cobrizo de su rostro, compungido pero a la vez sereno. ¿Sabría vivir así?

      Al pasar por al lado del parque de la Ciutadela, recordó cómo Albert la había llevado algunos años atrás a dar un paseo en una de las bonitas barcas de lago para, cuando estuvieran en el centro, pedirle matrimonio.

      El sol de aquel día era cegador, y recordó cómo su propia sonrisa brillaba más que el mismísimo sol.

      Albert era todo lo que siempre había soñado: un hombre trabajador, bueno, muy guapo, sociable, y que la quería sobre todas las cosas. La quería tanto, que le repetía una y otra vez que era suya.

      La amaba tanto, que solo la quería para sí.

      O, al menos, eso pensaba.

      Perdida en sus propios recuerdos, seguía paseando, recorriendo un camino sin rumbo, del mismo modo en que lo hacía con sus pensamientos.

      Le vino a la cabeza aquel día, cuando se lo presentó a su prima, parte de su pequeña y única familia, ya que no tenía padres y fue criada por sus tíos maternos. Su prima Gema saltó de alegría al conocer a Albert por lo que aquello significaba: que Yaiza había encontrado el amor. O eso pensaba.

      Pero es que Albert se mostraba siempre tan correcto, tan encantador, tan enamorado… Siempre haciéndole arrumacos a su preciosa esposa, Yaiza, una chica diez años más joven que él. Con el pelo cobrizo y los ojos del color del mar que le cautivaron desde el primer momento en el que la vio. Además, su tío y tía estaban encantados con él, ya que, además de educado, gracioso y guapo, era arquitecto. Se ganaba la vida muy bien y podía darle a Yaiza una cómoda vida.

      Nadie sospechaba que bajo la fachada de aquel guapo y perfecto enamorado había un carcelero, un juez y un cruel verdugo para ella.

      Las lágrimas inundaron sus ojos, pero ella las mantuvo a raya. Estaba acostumbrada a disimular el dolor.

      Recordó la primera vez. Esa fatídica noche en la que Albert se quitó la máscara de buen hombre. Él se había retrasado horas en llegar a casa. Yaiza le había mensajeado, llamado, buscado por la oficina, sin ningún resultado.

      ¿Y si le había pasado algo? Ese era el pensamiento que se le cruzaba en la mente y hacía que sintiera una opresión en el pecho sin que esta le dejara respirar con normalidad.

      Estaba llamando a emergencias para denunciar su desaparición, ya que era más de medianoche y no sabía nada de su marido. Fue entonces cuando oyó cómo abrían la puerta. Colgó el teléfono sin darle ningún dato a la operadora.

      —¿Dónde has estado? —le preguntó Yaiza al acercarse a él, amorosa, pensando, equivocada, que algo le había pasado para producir ese retraso.

      Albert levantó la mirada y clavó los ojos en ella. Esos ojos que no reconocía. Unos que no había visto antes, a pesar de llevar unos meses ya casada con aquel hombre. Por un instante le pareció un desconocido.

      Estaba inclinado. Le pareció ebrio y, frunciendo el ceño, intentó ayudarlo repitiendo la fatal pregunta.

      De un brusco movimiento, Albert se enderezó a la vez que el dorso de su mano derecha y abofeteó la cara de Yaiza, que cayó al suelo más por la sorpresa que del propio golpe.

      La mejilla le ardía. Se puso la mano en el rostro golpeado y lo miró atónita, notando cómo algo caliente le rodaba por la comisura de los labios, hasta desembocar en su barbilla, goteando en el suelo y dejando ver un dibujo carmesí hecho con su propia sangre.

      Yaiza lo contempló mientras se levantaba. Él, con los ojos llenos de ira, le dijo: «No vuelvas a preguntarme adónde voy o de dónde vengo, puta». Dicho esto, se fue a su habitación, dejándola sorprendida, dolida y confusa.

      Una nueva ráfaga de viento hacía que ese doloroso recuerdo se disipara, pero a duras penas mantenía las lágrimas en su lugar, recordando qué equivocada estaba cuando pensó que a lo mejor no volvería a pasar.

      El ángel con el que se había casado pasó a ser el peor de los demonios. La aisló de su familia diciendo que lo menospreciaban. Casi no tenía relación con ellos más allá de las llamadas que les realizaba con el móvil que le había dado Gema. Lo hacía a escondidas los viernes por la noche, cuando él se retrasaba.

      Gema sabía que algo no iba bien. La había animado a dejar a ese engendro, pero, sin entender por qué, Yaiza decía que no era tan malo, que lo hacía sin querer, que casi siempre era culpa suya y que en el fondo ella lo quería.

      Se despertó de sus recuerdos y se sentó bajo el primaveral sol en un banco del paseo. Puso sus manos con los dedos entrecruzados СКАЧАТЬ