Obras completas de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Obras completas de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211201

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СКАЧАТЬ la esperanza de que aquella maldición se había alejado de la familia y que había acabado en la generación anterior. Sin embargo, me apresuré a tranquilizarme: ayer por la mañana cayó el golpe exactamente en la misma forma que había caído sobre mi padre.»

      El joven sacó del chaleco un sobre arrugado y, volviéndolo boca abajo encima de la mesa, hizo saltar del mismo cinco pequeñas semillas secas de naranja.

      —He aquí el sobre —prosiguió—. El estampillado es de Londres, sector del Este. En el interior están las mismas palabras que traía el sobre de mi padre: “K. K. K.”, y las de “Coloque los documentos encima de la esfera del reloj de sol”.

      —¿Qué ha hecho usted? —preguntó Holmes.

      —Nada.

      —¿Nada?

      —A decir verdad —y hundió el rostro dentro de sus manos delgadas y blancas— me sentí perdido. Algo así como un pobre conejo cuando la serpiente avanza retorciéndose hacia él. Me parece que estoy entre las garras de una catástrofe inexorable e irresistible, de la que ninguna previsión o precaución puede guardarme.

      —¡Vaya, vaya! —exclamó Sherlock Holmes—. Es preciso que usted actúe, hombre, o está usted perdido. Únicamente su energía le puede salvar. No son momentos estos de entregarse a la desesperación.

      —He acudido a la policía.

      —¿Y qué?

      —Pues escucharon mi relato con una sonrisa. Estoy seguro de que el inspector ha llegado a la conclusión de que las cartas han sido bromas pesadas, y que las muertes de mis parientes se deben a simples accidentes, según dictaminó el jurado, y no debían ser relacionadas con las advertencias.

      Holmes agitó violentamente sus puños cerrados en el aire, y exclamó:

      —¡Qué inaudita imbecilidad!

      —Sin embargo, me han otorgado la protección de un guardia, al que han autorizado para que permanezca en la casa.

      Otra vez Holmes agitó furioso los cuños en el aire, y dijo:

      —¿Cómo ha sido el venir usted a verme? Y sobre todo, ¿cómo ha sido el no venir inmediatamente?

      —Nada sabía de usted. Ha sido hoy cuando hablé al comandante Prendergast sobre el apuro en que me hallo, y él me aconsejó que viniese a verle a usted.

      —En realidad han transcurrido ya dos días desde que recibió la carta. Deberíamos haber entrado en acción antes de ahora. Me imagino que no poseerá usted ningún otro dato fuera de los que nos ha expuesto, ni ningún detalle sugeridor que pudiera servirnos de ayuda.

      —Sí, tengo una cosa más —dijo John Openshaw. Registró en el bolsillo de su chaqueta y, sacando un pedazo de papel azul descolorido, lo extendió encima de la mesa, agregando—: Conservo un vago recuerdo de que los estrechos márgenes que quedaron sin quemar entre las cenizas el día en que mi tío echó los documentos al fuego eran de este mismo color. Encontré esta hoja única en el suelo de su habitación, y me inclino a creer que pudiera tratarse de uno de los documentos, que quizá se le voló de entre los otros, salvándose de ese modo de la destrucción. No creo que nos ayude mucho, fuera de que en él se habla también de las semillas. Mi opinión es que se trata de una página que pertenece a un diario secreto. La letra es indiscutiblemente de mi tío.

      Holmes cambió de sitio la lámpara, y él y yo nos inclinamos sobre la hoja de papel, cuyo borde irregular demostraba que había sido, en efecto, arrancada de un libro. El encabezamiento decía “Marzo, 1869”, y debajo del mismo las siguientes enigmáticas noticias:

      “4. Vino Hudson. El mismo programa de siempre.

      7. Enviadas las semillas a McCauley, Paramore, y Swain, de St. Augustine.

      9. McCauley se largó.

      10. John Swain se largó.

      12. Visitado Paramore. Todo bien”.

      —Gracias —dijo Holmes, doblando el documento y devolviéndoselo a nuestro visitante—. Y ahora, no pierda por nada del mundo un solo instante. No disponemos de tiempo ni siquiera para discutir lo que me ha relatado. Es preciso que vuelva usted a casa ahora mismo, y que actúe.

      —¿Y qué tengo que hacer?

      —Solo se puede hacer una cosa, y es preciso hacerla en el acto. Ponga usted esa hoja de papel dentro de la caja de metal que nos ha descrito. Meta asimismo una carta en la que les dirá que todos los demás papeles fueron quemados por su tío, siendo este el único que queda. Debe usted expresarlo en una forma que convenga. Después de hacer esto, colocará la caja encima del reloj de sol, de acuerdo con las indicaciones. ¿Me comprende?

      —Perfectamente.

      —No piense por ahora en venganzas ni en nada por ese estilo. Creo que eso lo lograremos por medio de la ley, pero tenemos que tejer aún nuestra tela de araña, mientras que la de ellos está ya tejida. Lo primero en que hay que pensar es en apartar el peligro apremiante que le amenaza. Lo segundo consistirá en aclarar el misterio y castigar a los criminales.

      —Le doy a usted las gracias —dijo el joven, levantándose y echándose encima el impermeable. Me ha dado usted nueva vida y esperanza. Seguiré, desde luego, su consejo.

      —No pierda un solo instante. Y, sobre todo, cuídese bien entretanto, porque yo no creo que pueda existir la menor duda de que está usted amenazado por un peligro muy real e inminente. ¿Cómo va a hacer el camino de regreso?

      —Por tren, desde la estación Waterloo.

      —Aún no son las nueve. Las calles estarán concurridas, y por eso confío en que no corre usted peligro. Pero, a pesar de todo, por muy en guardia que esté usted, nunca lo estará bastante.

      —Voy armado.

      —Bien. Mañana me pondré yo a trabajar en su asunto.

      —¿Le veré, pues, en Horsham?

      —No, porque su secreto se oculta en Londres, y en Londres será donde yo lo busque.

      —Entonces. yo vendré a visitarle a usted dentro de un par de días, y le traeré noticias de lo que me haya ocurrido con los papeles y la caja. Lo consultaré en todo.

      Nos estrechó las manos y se retiró. El viento seguía bramando fuera, y la lluvia golpeaba y salpicaba las ventanas. Aquel salvaje y extraño relato parecía habernos llegado de entre los elementos descontrolados, como si la tempestad lo hubiese arrojado sobre nosotros como un tallo de alga marina, y se lo hubiese tragado luego otra vez.

      Sherlock Holmes permaneció algún tiempo en silencio, con la cabeza inclinada y los ojos fijos en el rojo resplandor del fuego. Luego encendió su pipa, se recostó en el respaldo de su asiento y se quedó contemplando los anillos de humo azul que se perseguían los unos a los otros en su ascenso hacia el techo.

      —Creo Watson —dijo, por fin, como comentario—, que no hemos tenido entre todos nuestros casos ninguno más fantástico que este.

      —Con excepción, quizá, del Signo de los Cuatro.

      —Bien, sí. СКАЧАТЬ