Obras completas de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle
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Название: Obras completas de Sherlock Holmes

Автор: Arthur Conan Doyle

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211201

isbn:

СКАЧАТЬ un vaso de ginebra de los de a cuatro, cuando descubrí de pronto un brillo de luz en la ventana de la casa en cuestión. Ahora bien: yo sabía que esas dos casas de los Jardines de Lauriston estaban deshabitadas, porque el dueño se empeña en no arreglar los desagües, siendo así que el último de los inquilinos que vivió en una de las casas había muerto de fiebres tifoideas. De ahí que al ver luz en la ventana me quedé de una pieza y sospeché que algo malo ocurría. Cuando me quedé a la puerta...

      —Usted se detuvo y regresó a la puerta de entrada del jardín —le interrumpió mi compañero—. ¿Por qué obró usted así?

      Rance tuvo un violento sobresalto y se quedó mirando fijamente a Sherlock Holmes con expresión de máxima estupefacción en sus facciones.

      —Pues sí, señor, eso es verdad —dijo—. Solo Dios sabe cómo se ha enterado usted de semejante cosa. Pues verá: cuando llegué a la puerta de la casa se hallaba todo tan en silencio y en tal soledad, que pensé que no vendría mal que alguien me acompañase. A mí no me asusta nada del lado de acá de la tumba; pero pensé que quizá el inquilino que murió de tifoideas pudiera andar realizando una inspección de los desagües que habían causado su muerte. Me dio como un vuelco el corazón ante semejante idea y retrocedí hasta la puerta del jardín por si distinguía desde allí la linterna de Murcher, pero no se veía por allí ni a él ni a nadie.

      —¿No andaba nadie por la calle?

      —Nadie, ni un alma viviente, señor, ni siquiera un perro. Hice de tripas corazón, volví sobre mis pasos y abrí la puerta, empujándola. Todo era silencio en el interior, y entré en la habitación donde brillaba la luz. Encima de la repisa de la chimenea ardía vacilante una vela de cera encarnada, y a la luz de la misma vi...

      —Sí, sabemos ya todo lo que usted vio. Se paseó usted varias veces por la habitación, se arrodilló junto al cadáver, después cruzó y trató de abrir la puerta de la cocina, y después...

      John Rance se puso en pie de un salto, con cara asustada y mirar receloso, y exclamó:

      —¿En qué lugar estaba usted escondido, que vio todo eso? Me parece que usted sabe muchas más cosas de las que debiera.

      Holmes se echó a reír y tiró su tarjeta al guardia desde el otro lado de la mesa diciendo:

      —No vaya usted a detenerme por el asesinato. Soy uno de los sabuesos y no el lobo, el señor Gregson y el señor Lestrade responderán por ello. Prosiga, entonces. ¿Qué hizo usted después?

      Rance se sentó de nuevo, sin perder, sin embargo, su expresión de azoramiento.

      —Retrocedí hasta la puerta del jardín e hice sonar mi silbato. Esto llamó a Murcher y a dos más.

      —¿No había entonces nadie más en la calle?

      —Le diré: no había nadie que pudiera servir para algo.

      —¿Qué quiere decir con eso?

      La cara del guardia se dilató con una sonrisa, y dijo:

      —He visto muchos borrachos en mi vida, pero ninguno tan perdidamente bebido como el fulano aquel. Cuando salí de la casa estaba apoyado en la verja, cantando a pleno pulmón yo no sé qué de una “Bandera Colombina Nueva de Barras” o algo por el estilo. No se tenía en pie, de modo que mucho menos podía prestar ayuda.

      —¿Cómo era ese individuo? —preguntó Sherlock Holmes. Esta digresión irritó a John Rance, y dijo:

      —Era un tipo de borracho fuera de lo corriente, y si no hubiéramos estado tan ocupados, a estas horas se encontraría en la comisaría.

      —Pero su cara, su ropa... ¿no se fijó usted en eso? —le interrumpió Holmes con impaciencia.

      —¿Cómo no iba a fijarme, si tuve que sostenerlo para que no se cayese? Sí, lo sostuvimos entre Murcher y yo. Era un individuo alto, de cara rubicunda, con la parte inferior de la misma embozada en...

      —No hace falta más —exclamó Holmes—. ¿Y qué se hizo de él?

      —Teníamos trabajo suficiente sin preocuparnos de él —contestó el guardia con voz apesadumbrada—. Apostaría a que supo llegar perfectamente a su casa.

      —¿Cómo iba vestido?

      —Con un gabán color marrón.

      —¿Empuñaba en la mano un látigo?

      —¿Un látigo...? Pues no.

      —Debió venir sin él —masculló mi compañero—. Y después de eso, ¿no vio ni oyó pasar un coche de alquiler?

      —No.

      —Aquí tiene usted medio soberano —dijo mi compañero, poniéndose en pie y agarrando el sombrero con tranquilidad—. Me temo, Rance, que no le espera a usted un futuro muy brillante en el cuerpo al que pertenece. Esta cabeza suya debería servirle para algo útil y no solo de adorno. Anoche pudo ganarse los galones de sargento. El hombre que usted tuvo entre sus manos tiene toda la clave de este misterio y es el que buscamos. No es este el momento de discutir sobre ello, pero le aseguro que es así. Vamos, doctor.

      Salimos juntos en busca de nuestro coche, dejando a nuestro informador poseído de incredulidad, pero evidentemente desasosegado.

      —¡Habrase visto estúpido semejante! —dijo Holmes con aspereza cuando íbamos en el coche, camino de nuestras habitaciones—. ¡Pensar que tuvo una suerte tan incomparable y que no la aprovechó!

      —Sigo estando bastante a oscuras. Es cierto que la descripción de este individuo encaja bastante con la idea que usted se formó del segundo personaje de este misterio. Pero ¿por qué tenía que regresar a la casa después de haberse ausentado de ella? Los criminales no suelen obrar así.

      —¡Por el anillo, hombre, por el anillo! Por eso volvió. Si no tuviésemos otros medios de echarle el guante, siempre podremos poner de cebo en nuestra caña el anillo. Lo atrapará, doctor. Le apuesto dos a uno a que me hago con él. Y a usted le tengo que dar las gracias por todo. De no haber sido por usted, quizá yo no habría ido, con lo cual me habría perdido el mejor tema de estudio con que hasta ahora he tropezado: un estudio en escarlata, ¿eh? ¿Por qué no hemos de emplear un poco el argot artístico? Nos encontramos con el hilo rojo del asesinato enzarzado en la madeja incolora de la vida, y nuestro deber consiste en desenmarañarlo, aislarlo y poner a la vista hasta la última pulgada. Y ahora vamos a almorzar, y después, a oír a Norma Neruda. La ejecución y el golpe de arco de esta mujer son maravillosos. ¿Cómo se titula esa piececita de Chopin que toca de manera tan magnífica? Tra-la-la-lira-lira-lay.

      Y mientras yo meditaba sobre las muchas facetas del alma humana, aquel sabueso amateur siguió lanzando gorgoritos igual que una alondra, mientras se recostaba dentro del coche.

      Capítulo V:

      Nuestro anuncio nos trae una visita

      Nuestro andar mañanero había sido realmente extenuante para mi físico, y por la tarde ya no podía conmigo mismo. Yo me tumbé en el sofá y traté de dormir un par de horas después que Holmes marchó al concierto. Un intento en vano. Mi cerebro se había excitado en exceso con todo lo que había ocurrido, y se agrupaban en su interior las más extrañas fantasías y conjeturas. En cuanto cerraba mis ojos veía ante mí el СКАЧАТЬ