Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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Para hacerle justicia, hizo todo lo que estaba en su mano para animar una relación sin reservas entre ellas, y con tal fin dio a conocer a las señoritas Steele todo lo que sabía o suponía respecto de la situación de sus primas en los aspectos más íntimos; y así Elinor no las había visto más de un par de veces antes de que la mayor de ellas la felicitara por la suerte de su hermana al haber conquistado a un galán muy distinguido tras su llegada a Barton.
—Seguro será una gran cosa haberla casado tan joven —dijo—, y me han dicho que es un gran galán, y muy gallardo. Y espero que también usted tenga pronto la misma buena suerte... aunque quizá ya tiene a alguien listo por ahí.
Elinor no podía suponer que sir John fuera más prudente en proclamar sus sospechas acerca de su afecto por Edward, de lo que había sido respecto de Marianne; de hecho, entre las dos situaciones, la suya era la que prefería para sus burlas, por su mayor novedad y porque se prestaba a mayor pábulo de conjeturas: desde la visita de Edward, jamás habían cenado juntos sin que él brindara a la salud de las personas queridas de ella, con una voz tan cargada de significados, tantas cabezadas y guiños, que no podía menos de alertar a todo el mundo. Invariablemente se sacaba a colación la letra F, y con ella se habían nutrido tan incontables chanzas, que hacía ya tiempo se le había impuesto a Elinor su calidad de ser la letra más ingeniosa del alfabeto.
Las señoritas Steele, tal como había imaginado que ocurriría, eran las destinatarias de todas estas chanzas, y en la mayor despertaron una gran curiosidad por saber el nombre del caballero al que aludían, curiosidad que, aunque con frecuencia expresada con imprudencia, era perfectamente consistente con sus constantes indagaciones en los asuntos de la familia Dashwood. Pero sir John no jugó demasiado tiempo con el interés que había gozado en despertar, porque decir el nombre le era tan agradable como escucharlo era para la señorita Steele.
—Su nombre es Ferrars —dijo, en un murmullo casi inteligible—, pero por favor, le ruego no decirlo, porque es un gran secreto.
—¡Ferrars! —repitió la señorita Steele—. El señor Ferrars es el afortunado personaje, ¿verdad? ¡Vaya! ¿El hermano de su cuñada, señorita Dashwood? Un joven muy simpático, con toda seguridad. Lo conozco muy bien.
—¿Cómo puedes decir tal cosa, Anne? —exclamó Lucy, que por lo corriente corregía todas las declaraciones de su hermana—. Aunque lo hemos visto una o dos veces en la casa de mi tío, es excesivo pretender conocerlo bien.
Elinor escuchó con atención y sorpresa todo lo anterior. “¿Y quién era este tío? ¿Dónde vivía? ¿Cómo fue que se conocieron?”. Tenía grandes deseos de que continuaran con el tema, aunque prefirió no unirse a la conversación; pero nada más se dijo sobre ello y, por primera vez en su vida, pensó que a la señora Jennings le faltaba o curiosidad tras tan pobre información, o deseo de manifestar su interés. La forma en que la señorita Steele había hablado de Edward aumentó su curiosidad, porque sintió que lo hacía con algo de perfidia y plantaba la sospecha de que ella sabía, o se imaginaba saber, algo en detrimento del joven. Pero su curiosidad fue inútil, porque la señorita Steele no prestó más atención al nombre del señor Ferrars cuando sir John aludía a él o lo mencionaba sin tapujos.
Capítulo XXII
Marianne, que nunca había sido demasiado tolerante de cosas como la impertinencia, la vulgaridad, la inferioridad de índole o incluso las diferencias de gusto respecto de los suyos, en esta ocasión estaba particularmente reacia, dado su estado de ánimo, a encontrar agradables a las señoritas Steele o fomentar sus avances; y a esta invariable frialdad en su conducta, que frustraba todos los intentos que hacían por establecer una relación de intimidad, atribuía Elinor en primer lugar la preferencia por ella que se hizo evidente en el trato de ambas hermanas, especialmente de Lucy, que no perdía ocasión de entablar conversación o de intentar una mayor aproximación mediante una fácil y franca comunicación de sus sentimientos.
Lucy era naturalmente lista; con frecuencia sus observaciones eran justas y amenas, y como compañía durante una media hora, a menudo Elinor la encontraba agradable. Pero sus capacidades innatas en nada habían sido complementadas por la educación; era ignorante e inculta, y la falta de todo refinamiento intelectual en ella, su deficiencia de información en los asuntos más corrientes, no podían pasar inadvertidas a la señorita Dashwood, a pesar de todos los esfuerzos que hacía la joven por parecer superior. Elinor percibía la falta de capacidades que la educación habría hecho tan respetables, y la compadecía por ello; pero veía con sentimientos mucho menos delicados la total falta de finura, de rectitud y de integridad de espíritu que traicionaban sus trabajosas y permanentes atenciones y lisonjas a los Middleton; y no podía encontrar satisfacción duradera en la compañía de una persona que a la ignorancia unía la insinceridad, cuya falta de instrucción impedía una conversación entre ellas en condiciones de igualdad, y cuya conducta hacia el resto quitaba todo valor a cualquier muestra de atención o deferencia hacia ella.
—Temo que mi pregunta le pueda parecer fuera de lugar —le dijo Lucy un día mientras caminaban juntas desde la finca a la cabaña—, pero, si me disculpa, ¿conoce personalmente a la madre de su cuñada, la señora Ferrars?
A Elinor la pregunta sí le pareció bastante fuera de lugar, y así lo reveló su semblante al contestar que nunca había visto a la señora Ferrars.
—¡Vaya! —replicó Lucy—. Qué extraño, pensaba que la debía haber visto alguna vez en Norland. Entonces quizá no pueda informarme sobre qué clase de mujer es.
—No —contestó Elinor, guardándose de dar su verdadera opinión de la madre de Edward, y sin grandes deseos de satisfacer lo que parecía una curiosidad impertinente—, no sé nada de ella.
—Con toda seguridad pensará que soy muy rara, por preguntar así por ella —dijo Lucy, observando atentamente a Elinor mientras hablaba—; pero quizá haya motivos... Ojalá me atreviera; pero, así y todo, confío en que me hará la justicia de creer que no es mi intención ser inoportuna.
Elinor le dio una respuesta amable, y caminaron durante algunos minutos en silencio. Lo rompió Lucy, que retomó el tema diciendo de modo algo vacilante:
—No soporto que me crea empecinadamente curiosa; daría cualquier cosa en el mundo antes que parecerle así a una persona como usted, cuya opinión me es tan valiosa. Y por cierto no tendría el menor temor de confiar en usted; en verdad apreciaría mucho su consejo en una situación tan incómoda como esta en que me encuentro; no se trata, sin embargo, de preocuparla a usted. Lamento que no conozca a la señora Ferrars.
—También yo lo lamentaría —dijo Elinor, perpleja—, si hubiera sido de alguna utilidad para usted conocer mi opinión sobre ella. Pero, en verdad, nunca pensé que tuviera usted relación alguna con esa familia y, por tanto, confieso que me sorprende algo que quiera saber tanto sobre el carácter de la señora Ferrars.
—Supongo que sí le extraña, y debo decir que СКАЧАТЬ