Novelas completas. Jane Austen
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Название: Novelas completas

Автор: Jane Austen

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211188

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СКАЧАТЬ se sometían sus primas. Observaba cómo les desataban sus cintos, les tiraban el cabello que llevaban suelto alrededor de las orejas, les registraban sus costureros y les sacaban sus cortaplumas y tijeras, y no le cabía ninguna duda acerca de que el gusto era mutuo. Parecía indicar que lo único que la sorprendía era que Elinor y Marianne estuvieran allí sentadas, tan compuestas, sin pedir que las dejaran formar parte de lo que sucedía.

      —¡John está tan contento hoy! —decía, al ver cómo cogía el pañuelo de la señorita Steele y lo arrojaba por la ventana—. No deja de hacer diabluras.

      Y poco después, cuando el segundo de sus hijos pellizcó con fuerza a la misma señorita en un dedo, comentó llena de cariño:

      —¡Qué juguetón es William! ¡Y aquí está mi dulce Annamaría —agregó, acariciando tiernamente a una niñita de tres años que se había mantenido sin hacer ni un ruido durante los últimos dos minutos—. Siempre es tan gentil y sosegada; ¡nunca ha existido una chiquita tan sosegada!

      Pero por desgracia, al llenarla de abrazos, un alfiler del tocado de su señoría rasguñó levemente a la niña en el cuello, provocando en este modelo de gentileza tan violentos chillidos que a duras penas podrían haber sido superados por ninguna criatura reconocidamente ruidosa. La consternación de su madre fue extraordinaria, pero no pudo superar la alarma de las señoritas Steele, y entre las tres hicieron todo lo que en una emergencia tan crítica el afecto indicaba que debía hacerse para mitigar los sufrimientos de la pequeña doliente. La sentaron en la falda de su madre, la llenaron de besos; una de las señoritas Steele, arrodillada para atenderla, enjugó su herida con agua de lavanda, y la otra le llenó la boca con ciruelas confitadas. Con tales premios a sus lágrimas, la niña tuvo la sabiduría suficiente para no dejar de llorar. Continuó chillando y sollozando fuertemente, dio patadas a sus dos hermanos cuando intentaron tocarla. Y nada de lo que hacían para calmarla tuvo el menor resultado, hasta que felizmente lady Middleton recordó que en una escena de similar llanto, la semana anterior, le habían puesto un poco de mermelada de damasco en una sien que se había magullado; se propuso insistentemente el mismo remedio para este desdichado rasguño, y el ligero intermedio en los gritos de la jovencita al escucharlo les dio motivos para esperar que no sería rechazado.

      Salió entonces de la sala en brazos de su madre a la búsqueda de esta medicina, y como los dos chicos quisieron seguirlas, aunque su madre les rogó encarecidamente que se quedaran, las cuatro jóvenes se encontraron a solas en una tranquilidad que la habitación no había conocido en muchas horas.

      —¡Pobre criaturita! —dijo la señorita Steele apenas marcharon—. Pudo haber sido un accidente de incalculables consecuencias.

      —Aunque difícilmente puedo imaginármelo —exclamó Marianne—, a no ser que hubiera ocurrido en circunstancias muy distintas. Pero esta es la manera habitual de incrementar la alarma, cuando en realidad no hay nada de qué alarmarse.

      —Qué mujer tan tierna es lady Middleton —dijo Lucy Steele.

      Marianne se quedó silenciosa. Le era imposible decir algo que no sentía, por trivial que fuera la ocasión; y de esta forma siempre caía sobre Elinor toda la tarea de decir mentiras cuando la cortesía así lo demandaba. Hizo lo mejor posible, cuando el deber la llamó a ello, por hablar de lady Middleton con más entusiasmo del que sentía, aunque fue mucho menor que el de la señorita Lucy.

      —Y sir John también —exclamó la hermana mayor—. ¡Qué hombre tan encantador!

      También en este caso, como la buena opinión que de él tenía la señorita Dashwood no era más que sencilla y justa, se hizo presente sin grandes alardes. Tan solo observó que era de muy buen talante y amistoso.

      —¡Y qué encantadora familia tienen! En toda mi vida había visto tan excelentes niños. Créanme que ya los adoro, y eso que en verdad me gustan los niños con locura.

      —Me lo habría imaginado —dijo Elinor con una sonrisa—, por lo que he visto esta mañana.

      —Tengo la idea —dijo Lucy— de que usted cree a los pequeños Middleton demasiado mimados; quizás estén al borde de serlo, pero es tan natural en lady Middleton; y por mi parte, me encanta ver niños llenos de vida y energía; no los soporto si son dóciles y tranquilos.

      —Confieso —replicó Elinor—, que cuando estoy en Barton Park nunca pienso con temor en niños dóciles y tranquilos.

      A estas palabras siguió una pequeña pausa, rota primero por la señorita Steele, que parecía muy inclinada a la conversación y que ahora dijo, de manera algo súbita:

      —Y, ¿le gusta Devonshire, señorita Dashwood? Supongo que lamentó mucho dejar Sussex.

      Algo sorprendida ante la familiaridad de esta pregunta, o al menos ante la forma en que fue hecha, Elinor respondió que sí le había costado.

      —Norland es un sitio increíblemente maravilloso, ¿verdad? —agregó la señorita Steele.

      —Hemos sabido que sir John tiene una extraordinaria admiración por él —dijo Lucy, que parecía creer que se necesitaba alguna excusa por la libertad con que había hablado su hermana.

      —Creo que todos lo que han estado allí tienen que admirarlo —respondió Elinor—, aunque es de suponer que nadie aprecia sus bellezas tanto como nosotras.

      —¿Y tenían allá muchos admiradores con porte? Me imagino que en esta parte del mundo no tienen tantos; en cuanto a mí, pienso que siempre son un gran aporte.

      —Pero, ¿por qué —dijo Lucy, con aire de sentirse avergonzada de su hermana— piensas que en Devonshire no hay tantos jóvenes guapos como en Sussex?

      —No, querida, desde luego no es mi propósito decir que no los hay. Estoy segura de que hay una gran cantidad de galanes muy gentiles en Exeter; pero, ¿cómo crees que podría saber si hay jóvenes agradables en Norland? Y yo solo temía que las señoritas Dashwood encontraran aburrido Barton si no encuentran aquí tantos como los que acostumbraban tener. Pero quizás a ustedes, jovencitas, no les importen los galanes, y estén tan a gusto sin ellos como con ellos. Por mi parte, pienso que son extraordinariamente agradables, siempre que se vistan de manera elegante y se comporten con cortesía. Pero no soporto verlos cuando van sucios o son maleducados. Vean, por ejemplo, al señor Rose, de Exeter, un joven fantásticamente elegante, bastante guapo, que trabaja para el señor Simpson, como ustedes saben; y, sin embargo, si uno lo encuentra en la mañana, no se lo puede ni mirar. Me imagino, señorita Dashwood, que su hermano era un gran galán antes de casarse, considerando que era tan rico, ¿no es cierto?

      —Le prometo —replicó Elinor— que no sabría decírselo, porque no entiendo bien el significado de la palabra. Pero esto sí puedo asegurarle: que si alguna vez él fue un galán antes de casarse, lo es todavía, porque no ha experimentado el menor cambio en él.

      —¡Ay, querida! Una nunca se figura a los hombres casados como galanes... Tienen otras cosas que hacer.

      —¡Por Dios, Anne! —exclamó su hermana—. Solo hablas de galanes. Harás que la señorita Dashwood crea que solo piensas en eso.

      Luego, para variar de tema, comenzó a manifestar su admiración por la casa y el mobiliario.

      Esta muestra de lo que eran las señoritas Steele fue suficiente. Las vulgares libertades que se tomaba la mayor y sus bobadas la dejaban sin nada a favor, y como a Elinor ni la belleza ni la perspicaz apariencia de la menor le habían hecho perder de vista su falta de real prestancia y naturalidad, se marchó СКАЧАТЬ