Название: Novelas completas
Автор: Jane Austen
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211188
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—Aquí viene Marianne —exclamó sir John—. Ahora, Palmer, verás a una muchacha extraordinariamente hermosa.
Se dirigió de inmediato al corredor, abrió la puerta del frente y él mismo la acompañó. Apenas apareció, la señora Jennings le preguntó si no había estado en Allenham; y la señora Palmer se rio con tantas ganas por la pregunta como si la hubiese entendido. El señor Palmer la miró cuando entraba en la habitación, le clavó la vista durante algunos momentos, y después volvió a su periódico. En ese momento llamaron la atención de la señora Palmer los dibujos que colgaban en los muros. Se levantó a inspeccionarlos.
—¡Ay, cielos! ¡Qué bellos son estos! ¡Vaya, qué preciosidad! Mírelos, mamá, ¡qué atractivos! Le digo que son una gozada; podría quedarme contemplándolos para siempre y volviendo a sentarse, muy pronto olvidó que hubiera tales cosas en la habitación.
Cuando lady Middleton se levantó para irse, el señor Palmer también lo hizo, dejó el periódico, se estiró y los miró a todos a vista de pájaro.
—Amor mío, ¿has estado durmiendo? —preguntó su esposa, riendo.
El no le contestó y se limitó a observar, tras examinar de nuevo la habitación, que era de techo muy bajo y que el cielo raso era curvo. Después de lo cual hizo una inclinación de cabeza, y se marchó con el resto.
Sir John había insistido en que pasaran el día siguiente en Barton Park. La señora Dashwood, que prefería no cenar con ellos más frecuentemente de lo que ellos lo hacían en la casita, por su parte rehusó en redondo; sus hijas podían hacer lo que quisieran. Pero estas no tenían curiosidad alguna en ver cómo cenaban el señor y la señora Palmer, y la perspectiva de estar con ellos tampoco prometía ninguna otra diversión. Intentaron así excusarse también; el clima estaba inestable y no prometía mejorar. Pero sir John no se dio por satisfecho: enviaría el carruaje a buscarlas, y debían ir. Lady Middleton también, aunque no presionó a la señora Dashwood, lo hizo con las hijas. La señora Jennings y la señora Palmer se unieron a sus peticiones; todos parecían igualmente ansiosos de evitar una reunión familiar, y las jóvenes se vieron obligadas a decir que sí.
—¿Por qué tienen que invitarnos? —dijo Marianne apenas se marcharon—. El alquiler de esta casita es considerado bajo; pero las condiciones son muy duras, si tenemos que ir a cenar a la finca cada vez que alguien se está quedando con ellos o con nosotras.
—No pretenden ser menos amables y gentiles con nosotros ahora, con estas continuas invitaciones —dijo Elinor— que con las que recibimos hace unas pocas semanas. Si sus reuniones se han vuelto aburridas e insulsas, no son ellos los que han cambiado. Debemos buscar ese cambio en otro lugar.
Columella es la protagonista de una obra de Richard Graves, Columella, or the Distressed Anchoret (1779), que tras una vida de ocio destina a sus hijos a diversos oficios. Un personaje histórico muy anterior, del mismo nombre, es Lucio Junio Moderato Columela (siglo I d.C.), uno de los mejores técnicos latinos con dominio sobre diversas materias, y autor de un importante tratado agrícola en verso (De re rustica). Los diez libros de este tratado van más allá del temario tradicional agrícola, para tratar asuntos como la avicultura, los estanques para peces y los árboles frutales.
Capítulo XX
Al día siguiente, en el instante en que las señoritas Dashwood entraban en la sala de Barton Park por una puerta, la señora Palmer lo hizo corriendo por la otra, con el mismo aire alegre y festivo que le habían visto antes. Les tomó las manos con grandes muestras de cariño y manifestó gran placer en verlas de nuevo.
—¡Estoy contento de verlas! —dijo, sentándose entre Elinor y Marianne— porque el día está tan feo que temía que no vinieran, lo que habría sido espantoso, ya que mañana marchamos de aquí. Tenemos que irnos, ya saben, porque los Weston llegan a nuestra casa la próxima semana. Nuestra venida aquí fue algo muy súbito y yo no tenía idea de que lo haríamos hasta que el carruaje iba llegando a la puerta, y entonces el señor Palmer me preguntó si iría con él a Barton. ¡Es tan gracioso! ¡Nunca me dice nada! Siento tanto que no podamos permanecer más tiempo; pero espero que muy pronto nos encontremos otra vez en la ciudad.
Elinor y Marianne se vieron precisadas a frenar tales expectativas.
—¡Que no van a ir a la ciudad! —exclamó la señora Palmer con una sonrisa—. Me desilusionará extraordinariamente si no lo hacen. Podría conseguirles la casa más bonita del mundo junto a la nuestra, en Hanover Square. Tienen que ir, de todas maneras. Créanme que me sentiré feliz de acompañarlas en cualquier instante hasta que esté por dar a luz, si a la señora Dashwood no le gusta concurrir lugares públicos.
Le agradecieron, pero se vieron obligadas a resistir sus peticiones.
—¡Ay, mi amor! —exclamó la señora Palmer dirigiéndose a su esposo, que acababa de entrar en la habitación—. Tienes que ayudarme a convencer a las señoritas Dashwood para que vayan a la ciudad este invierno.
Su amor no le contestó; y tras inclinarse suavemente ante las damas, comenzó a lamentarse del clima.
—¡Qué espantoso es todo esto! —dijo—. Un clima así hace despreciable todo y a todo el mundo. Con la lluvia, el tedio invade todo, tanto bajo techo como al aire libre. Hace que uno deteste a todos sus conocidos. ¿Qué diablos pretende sir John no teniendo una sala de billar en esta casa? ¡Qué pocos saben lo que son las comodidades! Sir John es tan necio como el clima.
No pasó mucho tiempo antes de que llegara el resto de la concurrencia.
—Temo, señorita Marianne —dijo sir John—, que no haya podido realizar su habitual caminata hasta Allenham hoy día.
Marianne puso una cara muy seria, y no respondió.
—Ah, no disimule tanto con nosotros —dijo la señora Palmer—, porque le aseguro que sabemos todo al respecto; y admiro mucho su gusto, pues pienso que él es extremadamente gentil. Sabe usted, no vivimos a mucha distancia de él en el campo; me atrevería a decir que a no más de diez millas.
—Mucho más, cerca de treinta —manifestó su esposo.
—¡Ah, bueno! No hay mucha diferencia. Nunca he estado en la casa de él, pero dicen que es un lugar preciso, muy hermoso.
—Uno de los lugares más horribles que he visto en mi vida —dijo el señor Palmer.
Marianne se mantuvo en perfecto silencio, aunque su cara traicionaba su interés en lo que hablaban.
—¿Es muy feo? —continuó la señora Palmer—. Entonces supongo que debe ser otro lugar el que es tan bonito.
Cuando se sentaron a la mesa, sir John observó con tristeza que entre todos llegaban únicamente a ocho.
—Querida —le dijo a su esposa—, es muy penoso que seamos tan pocos. ¿Por qué no invitaste a los Gilbert a cenar con nosotros hoy?
—¿No le dije, sir John, cuando me lo recordó antes, que era imposible? La última vez fueron ellos los que vinieron aquí.
—Usted y yo, sir John —dijo la señora Jennings— no nos andaríamos con tantas ceremonias.
—Entonces sería muy descortés —exclamó el señor Palmer.
—Mi СКАЧАТЬ