Tormenta de guerra. Victoria Aveyard
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Tormenta de guerra - Victoria Aveyard страница 31

Название: Tormenta de guerra

Автор: Victoria Aveyard

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Reina Roja

isbn: 9788412177923

isbn:

СКАЧАТЬ la cena se enfriara por esperarlo —señala con una mano la mesa de servicio, con nuestro primer plato—, su puntualidad no es mi culpa ni mi problema.

      A pesar de que sus palabras son ásperas, su actitud es franca y amigable. Si Davidson resulta difícil de descifrar, su esposo es un libro abierto, lo mismo que Evangeline en este instante.

      Mira a Carmadon con tanta envidia que pienso que se pondrá verde. ¡Y no es para menos! La vida de esta pareja, un matrimonio como éste, es imposible en nuestro país. Está prohibido. Se considera un desperdicio de sangre plateada. Aquí no.

      Junto las manos en el regazo, intento no inquietarme a pesar de la energía nerviosa que se deja sentir en la mesa. Anabel no ha dicho nada hasta ahora, sea porque reprueba a Carmadon o porque le disgusta comer codo a codo con Rojos. Podrían ser ambas cosas.

      Farley baja un poco la cabeza para agradecerle a Carmadon que llene su copa de un vino burbujeante y casi negro, que consume de un solo trago.

      Yo me ciño al agua con hielo servida con rodajas de resplandeciente limón. Lo último que necesito es que me dé vueltas la cabeza y no pueda pensar con claridad con Tiberias Calore cerca. Lo veo entrar y paso los ojos por sus conocidos y amplios hombros bajo los bordes de una capa roja. Las luces vivaces de la terraza acentúan su aspecto de flama.

      Cuando se vuelve, bajo la mirada. Escucho como se aproxima, su presencia pesa en el aire. Una silla de hierro forjado raspa contra el suelo de piedra con un movimiento irritantemente lento y cadencioso. Casi me sobresalto al ver dónde ha decidido sentarse.

      Tiberias roza mi brazo con el suyo durante justo un segundo y me envuelve con su calor. Maldigo esta conocida comodidad, en contraste con el frío de la montaña.

      Por fin me atrevo a alzar la vista, y veo a Carmadon con la cabeza ladeada y la barbilla sobre un puño. Se muestra sumamente divertido, y a su lado Farley está a punto de vomitar. No tengo que mirar a Anabel para saber que ha fruncido el ceño.

      Uno mis manos bajo la mesa y entrelazo tan fuerte los dedos que mis nudillos se vuelven blancos, no de temor sino de cólera. Tiberias se inclina junto a mí, pone un codo sobre el brazo de la silla; podría murmurar algo en mi oído si quisiera. Aprieto los dientes y resisto el instinto de escupir.

      Al otro lado de la mesa del banquete, Evangeline ronronea. Desliza una mano por sus pieles y sus zarpas decorativas destellan.

      —¿De cuántos platos constará la cena, milord Carmadon?

      El esposo de Davidson no deja de mirarme y tuerce los labios en lo que podría ser una sonrisa.

      —De seis.

      Con el ceño fruncido, Farley bebe el resto de su copa.

      Carmadon sonríe y les hace señas a los sirvientes, que permanecen en las sombras.

      —Dane y su Lord Julian se nos unirán más tarde —dice mientras pide el primer plato con un ligero chasquido de los dedos—. Espero que les guste; pusimos especial esmero en preparar algunas de las especialidades de Montfort.

      El servicio es rápido y fluido, tan eficiente como en los palacios de los reyes Plateados, pero menos formal. Carmadon preside mientras unos platitos de elegante porcelana son colocados frente a nosotros. Observo una rodaja rosada de pescado del tamaño de mi pulgar cubierta por una especie de espárragos con queso crema.

      —¡Salmón fresco, del río Calum, en el oeste! —explica Carmadon antes de llevárselo entero a la boca y Farley sigue su ejemplo—. El Calum desemboca en la costa occidental, en el océano.

      Pese a que intento imaginar de qué habla, mi conocimiento de sus territorios es escaso, por decir lo menos. Si bien hay otro mar que bordea el extremo occidental del continente, eso es todo lo que sé por ahora.

      —Mi tío Julian está ansioso por conocer mejor su país —indica Tiberias; habla despacio, con convicción, y eso lo envejece una década—. Sospecho que sus preguntas son la causa del retraso del primer ministro.

      —Quizá, mi Dane es feliz en su biblioteca.

      Julian también. ¿El primer ministro desea establecer vínculos propios, aliarse con un afable Plateado de Norta, o sólo pasa gratamente el tiempo con otro sabio, deseoso de compartir información sobre su país?

      Después del salmón llega una sopa de verduras, humeante bajo el aire helado, y luego una ensalada de verduras frescas y arándanos silvestres cosechados en estas montañas. A Carmadon le tiene sin cuidado que nadie más que él hable. Llena el silencio con su parloteo, detalla con deleite cada aspecto de la cena que preparó: las particularidades del aderezo de la ensalada, la mejor época del año para recoger moras, cuánto tiempo deben cocerse las verduras, las dimensiones de su huerto personal, etcétera. Dudo que Evangeline, Tiberias o Anabel hayan cocinado un día en su vida y me pregunto si Farley ha comido en alguna ocasión algo que no fuera robado o racionado.

      Hago lo que puedo por mostrarme cortés, aunque tengo poco que decir, en especial cuando Tiberias está tan cerca de mí y huele todo lo que se lleva a la boca. Lo miro por doquier, para reunir breves destellos de su rostro: su mandíbula apretada, su garganta en acción. Antes no se afeitaba tan bien. Si yo no tuviera orgullo ni convicción, pasaría mis nudillos por su mejilla, sobre su suave piel.

      Esta vez me sorprende antes de que pueda desviar la mirada.

      Mi primera reacción es parpadear, interrumpir el contacto visual, volver a mi plato o quizá retirarme de la mesa. En cambio, me mantengo firme. Si el aspirante a rey quiere ponerme nerviosa, asediarme, de acuerdo; yo puedo hacerlo también. Elevo los hombros, me enderezo y recuerdo respirar. Tiberias es apenas un Plateado más que esclavizará a mi pueblo, por más que predique otra cosa. Es un obstáculo y un escudo. Hay que guardar un delicado equilibrio.

      Él es el primero en pestañear y vuelve a su plato.

      Hago lo mismo.

      Arde estar junto a él, tan cerca de una persona en la que antes confiaba, un cuerpo que conozco tan bien. Una decisión, una palabra y las cosas serían distintas. Esta cena se dedicaría a un intercambio de miradas, a comunicarnos a nuestro modo sobre Evangeline, Anabel o la ausencia de Davidson. O bien, ellos no estarían aquí. Seríamos los únicos en la terraza, bajo las estrellas, rodeados por una nación de nuevo cuño, tal vez imperfecta pero un modelo a seguir de todas formas. Carmadon es Plateado, su esposo es un nuevasangre Rojo, los sirvientes no son esclavos. Pese a que he visto poco de Montfort, es suficiente para saber que este lugar sería distinto, y nosotros en él, si Tiberias lo permitiese.

      Aunque todavía no porta una corona, la veo sobre él, en sus hombros, sus pupilas, sus lentas pero firmes maneras. Es un rey a la altura de cualquier otro, en la sangre, hasta los huesos.

      Cuando los sirvientes retiran los platos de la ensalada, Carmadon se gira hacia la puerta como si esperara que Davidson se nos uniera de un momento a otro. A pesar de que frunce el entrecejo porque nadie aparece, hace señas para que se sirva el siguiente plato.

      —Éste es un manjar exclusivo de Montfort —finge una sonrisa.

      Un plato se desliza ante mí. Tiene la apariencia de un filete demasiado grueso y sustancioso, rodeado de patatas fritas, champiñones, cebollas y verduras de hoja cocidas en salsa. En pocas palabras, luce delicioso.

      —¿Un filete? —pregunta la reina Lerolan mientras se inclina con una sonrisa desagradable—. СКАЧАТЬ