Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael Azerrad
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      Garfield escupía la letra como un subastador beligerante mientras el grupo aporreaba un ritmo chumpa chumpa absurdamente rápido. Junto con otros pocos grupos de D. C., S.O.A. estaba fundando el hardcore de la Costa Este.

      —La razón por la que tocábamos canciones cortas y tan rápidas era porque [Simon Jacobsen, el batería original] jamás llegó a tocar realmente la batería; era solo un chico con mucho talento que se apuntaba a lo que fuera —cuenta Rollins—. De modo que no teníamos mucho más que un dunt-dun-dunt-dun-dunt-dun como ritmo. Y no había nada sobre lo que cantar que no te pudieras ventilar con cinco palabras, como «Estoy loco y tú das pena». No había necesidad alguna de una sección de guitarra solista, ni siquiera era algo en lo que hubiéramos pensado.

      Garfield había encontrado su vocación. Ciertamente, era el clásico líder.

      —Lo único que tenía era actitud —recuerda— y una gran necesidad de que la gente me viera, una apremiante necesidad de que me prestaran atención.

      En los conciertos, Garfield se ganó rápidamente la reputación de camorrista.

      —Debía de tener diecinueve años y era un joven de una pasión desbordante. Me metía a menudo en peleas durante los conciertos, expresamente, con toda la intención —cuenta—. Me encantaba meterme en las peleas. Eran como peleas de carneros en la montaña. No se me daba demasiado bien, pero disfrutaba como un condenado.

      Mientras tanto, había ido ascendiendo hasta convertirse en encargado de la tienda Häagen-Dazs de Georgetown y ganaba suficiente dinero como para tener su propio apartamento, un equipo estéreo y muchos discos. Era una vida muy cómoda para un muchacho de veintidós años. Pero todo aquello estaba a punto de cambiar.

      Un día, un amigo dio a Garfield y MacKaye el EP Nervous Breakdown de Black Flag, que conocían por Slash, el fanzine punk de Los Ángeles. Fue una revelación. Al cabo de pocos meses, en diciembre de 1980, MacKaye oyó que Black Flag tocaría en el 9:30 Club de D. C., de modo que llamó a SST, habló con Chuck Dukowski por teléfono y ofreció al grupo un sitio donde alojarse: la casa de sus padres. Aceptaron su oferta. Garfield y todos sus colegas punks aprovecharon la ocasión para conocer al grupo en persona.

      —Pensamos: «Vaya, podremos ir allí y tocar a los increíbles Black Flag» —cuenta—. Pasamos un buen rato con ellos. Era un grupo cuyo repertorio era para volverse loco, cuyo disco nos volvía locos. Era una gente realmente genial. De pronto, nos encontramos hablando con un grupo de rock de verdad que iba de gira y al que admirábamos. Y eso fue fantástico.

      Dukowski le cogió simpatía a Garfield y le dio una cinta en la que el grupo había estado trabajando. Garfield conectó un montón con las canciones, pero no pudo evitar pensar que él las podía cantar mejor que Cadena. Dukowski permaneció en contacto con Garfield, le enviaba cartas y le descubría a grupos como Black Sabbath y The Stooges. Lo llamaba en plena gira para hablar de música y de lo que pasaba en la escena de D. C.

      Black Flag volvió a la Costa Este esa misma primavera y Garfield condujo hasta Nueva York para asistir a su concierto. Llegó horas antes y pasó todo el día con Ginn y Dukowski, vio su actuación en el Irving Plaza y luego les acompañó hasta un bolo no anunciado en el 7A, una meca del hardcore. Era muy tarde, y Garfield, al darse cuenta de que tenía que volver a D. C. a tiempo para abrir la tienda de helados a las nueve de la mañana, pidió «Clocked In», el himno de los que odian su trabajo.

      —Y justo antes de que ellos empezaran a tocar, pensé: «Bien, yo sé cantar esta canción», y dije: «¡Dez!», señalando el micro. «¿Puedo cantar?», pregunté. Y él va y me responde: «Joder, claro!». Así que subí al escenario y todo el resto de miembros de Black Flag pensaron: «Muy bien, Henry va a cantar. ¡Genial!». Y empezaron a tocar y canté la canción como pensaba que debía cantarse. Lo hice con una agresividad extrema. Y todos pensaron: «¡Bestial!». Tuve una respuesta inmediata. Vi cómo la gente del público decía: «¡Joder, sí!». Recuerdo que miré de reojo a Dukowski, que me miró como pensando: «Sí. Esto realmente está sucediendo».

      Dukowski acababa de darse cuenta de que Garfield podría ser el cantante que habían estado buscando.

      La canción terminó, Garfield bajó del escenario, se metió en su viejo y destartalado Volkswagen y condujo directamente hasta Washington.

      Al cabo de un par de días, Garfield recibió una llamada en la tienda de helados: era Dez Cadena, que le invitaba a subir a Nueva York y a tocar con ellos. Ellos le pagarían el billete de tren. Garfield estaba un poco perplejo.

      —Pensé que todavía estaban allí, que se aburrían y que querían que uno de sus colegas pasara a verlos —explica. Pero Cadena le contó que él tocaría a partir de entonces la guitarra y que el grupo necesitaba un nuevo cantante.

      Garfield se quedó estupefacto.

      —Pensé: «¡Hostia puta! ¿Me están pidiendo que haga una prueba para Black Flag?» —explica—. ¡Menuda propuesta descomunal para un tipo de apenas veintidós años con un bagaje tan anodino. De modo que le dije: «Voy de camino».

      Garfield conocía los gustos musicales eclécticos de Ginn y Dukowski y se había congraciado con ellos introduciéndoles en cosas tan curiosas como la música go-go, exclusiva de Washington D. C. Al hacerlo, Garfield había demostrado que tenía el registro estilístico necesario para evolucionar con el grupo y superar la ecuación fuerte-rápido del hardcore, que mostraba síntomas de agotamiento.

      —Pensábamos que Henry podía escapar de ese encasillamiento —cuenta Ginn.

      Garfield cogió un tren a las seis de la madrugada del día siguiente y poco des-pués estaba en una sórdida sala de ensayo del East Village, micrófono en mano.

      —Me dijeron: «Muy bien, ¿qué quieres que toquemos?» —explica—. Y recuerdo que miré a Greg Ginn y le contesté: «Police Story».

      Entonces, tocaron prácticamente todas las canciones de su repertorio, con Garfield improvisando en las canciones que no conocía. Luego, las volvieron a tocar todas.

      «Muy bien, es la hora de una reunión de grupo», anunció Dukowski. «Siéntate aquí», ordenó a Garfield. Cuando al cabo de unos minutos volvieron, Dukowski se limitó a decir: «OK».

      «OK, ¿qué?», dijo Garfield.

      «OK, ¿QUIERES ENTRAR EN EL GRUPO O NO?», bramó Dukowski.

      Garfield se quedó pasmado. Después, aceptó. Lo enviaron de vuelta a D. C. con una carpeta llena de letras que tenía que haberse aprendido para cuando se uniera a ellos en Detroit.

      Cuando llegó a casa, llamó a Ian MacKaye, su amigo de confianza, y le pidió consejo.

      «Ian, ¿crees que debería hacerlo?», preguntó Garfield.

      «Henry», respondió simplemente MacKaye, «adelante.»

      Garfield dejó el trabajo, el piso, vendió sus discos y el coche, y compró un billete de autobús para Detroit.

      Cadena quería acabar la gira como vocalista, de modo que Garfield se encargó de transportar el equipo, miró cómo funcionaba el grupo y cantó en todas las pruebas de sonido y en los bises durante todo el camino de regreso a Los Ángeles. Para gran alivio de Garfield, a Cadena le gustó cómo cantaba.

      —Era mi grupo preferido y, de repente, era СКАЧАТЬ