Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael Azerrad
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СКАЧАТЬ de «Academy Fight Song», lo que contribuyó a que se reeditaran muchas de las referencias de Burma.

      Al mezclar a principios de los 80 guitarras ruidosas y agresivas, una batería martilleante y lo que eran sin duda alguna gloriosas melodías pop, a Burma siempre se les considerará «adelantados a su tiempo».

      —Supongo que en cierto modo es un honor ser avanzado a tu tiempo —explica Conley con voz cansada—. Pero, por otro lado, también hubiera estado bien encajar en tu época.

      Mission of Burma contribuyeron a poner los cimientos para muchos, muchísimos grupos que siguieron su estela.

      —Ayudaron a crear un entorno «comercial» cuando a nadie le importaba una mierda esos grupos —dice Gerard Cosloy—. Y ayudaron a crear un entorno creativo en el que esos grupos pudieron hacer lo que hicieron.

      Así pues, las irrisorias ventas de discos y cifras de asistencia no fueron en vano.

      —Gracias a lo que hicieron, grupos como Yo La Tengo o Unwound son capaces de hacer lo que quieren, cuando quieren —explica Cosloy—. Ese es el legado.

      Pero quizá el mayor logro de Mission of Burma es que, tal y como Prescott dice: «Nunca fuimos una mierda».

      CAPÍTULO 4 MINOR THREAT

      MUCHA GENTE QUE CONOZCO —QUIZÁ TODO EL MUNDO— SIENTE UNA GRAN IMPOTENCIA. ERES UN SER HUMANO Y EL MUNDO ES TAN GRANDE; TODO ES TAN INTOCABLE E INALCANZABLE. SOLO QUIEREN HACER ALGO DE LO QUE PUEDAN FORMAR PARTE Y PUEDAN MOLDEAR Y DAR FORMA.

      IAN MACKAYE, 1983

      Quizá Black Flag fueran sus padrinos y quizá los Bad Brains aceleraron su tempo a la velocidad de la luz, pero el hardcore no tiene ningún grupo más definitivo que Minor Threat. Los ritmos adrenalínicos, la feroz agresividad y las canciones sorprendentemente melodiosas del grupo les diferencian de todos los grupos anteriores y posteriores. La música no podría haber tenido un sentido más perfecto para los adolescentes sin camisa que se agolpaban en sus conciertos —era una actuación impecable de violencia precisa, alucinante por la economía de su agresión—. Y sin embargo, el grupo combinaba semejante vehemencia tonificante con una bonhomía contagiosa.

      Minor Threat encarnaba una de las mayores fuerzas del hardcore: era música underground hecha por, para y sobre chicos librepensadores. Esos chicos no estaban en la misma longitud de onda que los modernillos-bohemios, bien porque no eran ni modernillos ni bohemios, bien porque pensaban que todo ese viaje era innecesariamente exclusivo y elitista. No es difícil pensar que el hardcore se haría popular en una ciudad decididamente aburrida como Washington D. C. El hardcore no era una pose de drogata tomada de Rimbaud, versaba sobre cosas que su público encontraba cada día y, ciertamente, no era ninguna estrategia de márketing empresarial de mínimo común denominador; los chicos del hardcore conocían las consecuencias de drogarse y entendían las implicaciones de participar de las estrategias comerciales. Y tenía un ritmo con el que podían bailar.

      Incluso tan pronto como en 1981, el underground se estaba balcanizando. Tenías que ser un iniciado para llegar a conocer la existencia de Minor Threat, ya no digamos para oír su música. Eran superestrellas de un subconjunto (el hardcore de D. C.) de un subconjunto (la escena hardcore nacional que Black Flag había creado) de un subconjunto (el punk). Y no hicieron ningún esfuerzo por convertirse en algo más grande, aunque, al final, esa posibilidad acabó con el grupo.

      Inspirado en gran medida en los intensamente espirituales Bad Brains, el grupo, especialmente el cantante Ian MacKaye, aportó un sentido de honradez al underground norteamericano. A pesar del ruido intimidante que generaban, el grupo estaba compuesto por cuatro chicos buenos de Washington D. C. que trabajaban duro, tocaban bien y siempre estaban dispuestos a echar una mano a cualquiera que quisiera seguir el camino que ellos habían escogido.

      Pero además de las innovaciones formales, un movimiento social que ha pervivido hasta hoy y algunos discos increíbles y conciertos vertiginosos, Ian MacKaye y Jeff Nelson de Minor Threat también promovieron Dischord Records, el sello que estableció criterios éticos, estilo indie, desde su gestación. El sello se convirtió en un mito de la escena de D. C., inspirando a gente en ciudades de todo el país con parecida mentalidad a iniciar sus propias escenas —al fin y al cabo, si se podía hacer en la estéril Washington D. C., se podía hacer en cualquier lado—.

      En 1974, cuando tenía trece años, Ian MacKaye y su familia se trasladaron a Palo Alto, California, durante nueve meses al obtener su padre una beca por la Universidad de Stanford. Mientras estuvo fuera, algunos de sus amigos empezaron a fumar hierba y a beber.

      —Me perdí esa pequeña transición —comenta MacKaye—. Si hubiera estado allí, no sé… Dudo que hubiera ido con ellos, pero siempre me lo he preguntado. Pero lo que sí que me dio fue la oportunidad de volver a casa para ver los resultados de esa transición.

      Los resultados, entre otras cosas, fueron que sus amigos habían empezado a cometer pequeños delitos y a colocarse.

      —Pensé: «Vaya gilipollez, tío» —dice—. «¿Estos chicos tienen doce, trece años y eso es todo? ¿Eso es lo que piensan hacer el resto de su vida?» Porque eso parecía. Es la búsqueda eterna para que te den por culo. ¿Eso es diversión? Y una mierda. No me interesaba.

      Mientras MacKaye estaba en California, alguien entró en la casa del nuevo chico del barrio, Henry Garfield, y robó algunas cosas. Garfield acusó a los amigos de MacKaye y les pegaba siempre que podía. Y cuando MacKaye volvió de California, Garfield intentó incluso pegarle a él.

      —Cada vez que veía a Henry, tenía que correr —explica MacKaye—. Porque nos daba unas palizas de muerte.

      Entonces, un día, justo antes de que MacKaye cumpliera los catorce, él y sus amigos iban con monopatín cuando Garfield pasó por allí.

      —Nos vio y le dijimos: «¡Vamos!» —cuenta MacKaye. Garfield olvidó su rencor y se unió a ellos. Después de aquello, Garfield y MacKaye se hicieron inseparables hasta que tuvieron veintipocos años, cuando Garfield se unió a Black Flag y se convirtió en Henry Rollins; actualmente siguen siendo grandes amigos.

      MacKaye y Garfield empezaron a interesarse por el hard rock, sobre todo por un mito gonzo de la guitarra de los 70 como Ted Nugent.

      —Leímos cosas sobre The Nuge y lo que realmente nos impactó fue el hecho de que no bebiera, no fumara ni tomara drogas —dice Rollins—. Era lo más loco que habíamos visto sobre un escenario, y ese tipo en plan: «No me drogo». Aquello nos impresionó.

      También aprendieron una importante lección cuando vieron tocar a Led Zeppelin.

      —Dios mío, fue uno de los mejores conciertos de todos los tiempos —dice Rollins—. Y vimos cómo se desmayaba la gente en las sillas. Había tipos babeando, dormidos, porque estaban colocados. Ambos dijimos: «Nosotros nunca seremos así». Íbamos en bici o monopatín hasta las tres de la madrugada, nos quedábamos en el desván escuchando singles hasta las tres de la madrugada. No nos interesaba colocarnos ni perder el conocimiento.

      Rollins recuerda que MacKaye jamás hacía las cosas que hacían los demás porque sí.

      —Ian decía: «Bueno, a ver: ¿Por qué?», —recuerda Rollins—. Cuando estábamos en el último curso del instituto, cada día de verano era en plan: «A ver, es lunes por la mañana, ¿qué hace Ian?». Porque eso iba a ser lo que hiciéramos ese día.

      MacKaye СКАЧАТЬ