Название: Cazador de almas
Автор: Alex Kava
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788490103593
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Subió varios peldaños, dejando que el toro bufara y pateara, y fingió seguir el divino precepto de poner la otra mejilla. Veía a lo lejos que la gente empezaba a acudir en bandadas al monumento a Franklin Delano Roosevelt.
Le extrañaba que Everett hubiera elegido aquel lugar para su mitin en Washington, en lugar de preferir el monumento a Jefferson. Jefferson parecía más en la onda del credo de Everett sobre las libertades individuales y el papel limitado del gobierno. ¿Acaso no había puesto en marcha Roosevelt algunos programas gubernamentales que Everett aborrecía? El bueno del reverendo era un cabrón retorcido. Pero él estaba decidido a exponer públicamente su verdadera faz. Y para impedírselo haría falta algo más que aquel gamberro con tantos humos.
9
Sede del FBI
Washington D. C.
Maggie esperaba a que Keith Ganza acabara la tarea que ella había interrumpido. Keith estaba acostumbrado a que irrumpiera en su laboratorio con invitación o sin ella. Normalmente, sin ella. Y, aunque a veces refunfuñaba, Maggie sabía que no le molestaba, aunque fuera sábado por la tarde, a última hora, y todos los demás se hubieran ido ya a casa.
Ganza, jefe del laboratorio de criminalística del FBI, había visto más cosas en sus treinta y tantos años de vida de las que debía ver cualquier persona en el curso de su existencia. Parecía, no obstante, tomárselo todo con calma, como si nada –pese a su apariencia exterior– pudiera desmadejarlo. Mientras aguardaba, observando su figura alta y flaca inclinada sobre el microscopio, Maggie se preguntó si alguna vez lo había visto vestido con algo que no fuera una bata blanca, o, mejor dicho, una chaquetilla de laboratorio arrugada, con el cuello amarillento y las mangas demasiado cortas para sus largos brazos.
Maggie sabía que no debía estar allí, que debía aguardar el informe oficial. Pero la tenacidad de Abby, aquella cría de cuatro años, sólo había logrado fortalecer su resolución de descubrir quién era el asesino de Delaney. Lo cual le recordó algo. Sacó una tira de regaliz rojo que le había dado Abby y comenzó a desenvolverlo. Ganza se detuvo al oír el crujido del plástico y la miró por encima del microscopio y de las medias gafas que llevaba en la punta de la nariz. La miraba con el sempiterno ceño fruncido, ceño que permanecía en su lugar ya estuviera contando un chiste, hablando sobre alguna prueba o, como en ese caso, observando a Maggie con impaciencia.
–Hoy no he comido –explicó ella.
–Hay medio sándwich de ensalada de atún en la nevera.
Maggie sabía que su ofrecimiento era generoso y sincero, pero nunca había podido acostumbrarse a comer algo que hubiera pasado algún tiempo en la nevera entre muestras de sangre y de tejidos.
–No, gracias –le dijo–. He quedado con Gwen dentro de un rato para cenar.
–¿Y te compras regaliz para matar el hambre? –Ganza frunció de nuevo el ceño.
–No. Este me lo han dado en el entierro de Delaney.
–¿Repartían regaliz rojo?
–Su hija, sí. ¿Ya puedo interrumpirte?
–¿Quieres decir que aún no lo has hecho? Esta vez, fue ella quien arrugó el ceño.
–Muy gracioso.
–Le llevaré el informe a Cunninghan el lunes a primera hora. ¿No puedes esperar hasta entonces?
Maggie no contestó. Dobló por la mitad la larga tira de regaliz, la sostuvo delante de sí para medirla y a continuación la partió por el pliegue y le dio una mitad a Ganza. Éste aceptó el soborno sin rechistar. Satisfecho, abandonó el microscopio, se puso a mordisquear el regaliz y buscó en la encimera una carpeta.
–En las cápsulas había cianuro de potasio. Un noventa por ciento, con una mezcla de hidróxido de potasio, un poco de carbonato y una pizca de cloruro potásico.
–¿Es difícil conseguir cianuro de potasio hoy día?
–No, no es difícil. Se usa en muchas industrias. Normalmente, como fijador o para limpiar. Se utiliza en la fabricación de plásticos, en algunos procesos de revelado fotográfico, hasta en la fumigación de barcos. Había unos setenta y cinco miligramos en la cápsula que escupió el chico. Habiendo poca comida en el tracto digestivo, esa dosis causa un colapso casi instantáneo y una parada respiratoria. Naturalmente, los efectos empiezan a notarse cuando la cobertura plástica de la cápsula se disuelve. Pero yo diría que es cuestión de minutos. El cianuro absorbe todo el oxígeno de las células. No es una forma agradable de morir. La víctima muere literalmente asfixiada de dentro afuera.
–Entonces, ¿por qué no se pegaron un tiro en la boca, como hacen casi todos los adolescentes que se suicidan? –ambas imágenes desagradaban a Maggie, y Ganza levantó las cejas al notar su tono de impaciencia y su sarcasmo.
–Tú conoces la respuesta a esa pregunta tan bien como yo. Psicológicamente, es mucho más fácil tragarse una píldora que apretar el gatillo. Sobre todo, si no estás muy por la labor desde el principio.
–Entonces, ¿no crees que fuera idea suya?
–¿Tú sí?
–Ojalá fuera tan sencillo –Maggie se pasó los dedos por el pelo y notó que lo tenía enredado–. Encontraron una radio en la cabaña, así que estaban en contacto con alguien. Pero no sabemos con quién. Y debajo de la cabaña había un arsenal enorme, claro.
–Ah, sí, el arsenal –Ganza abrió una carpetilla y rebuscó entre sus papeles–. Hemos podido seguir el rastro de los números de serie de unas cuantas armas.
–Qué rápido. Supongo que eran robadas, ¿no?
–No exactamente –sacó varios documentos–. Esto no va a gustarte.
–Ponme a prueba.
–Proceden de un almacén de Fort Bragg.
–Así que fueron robadas.
–Yo no he dicho eso.
–Entonces, ¿qué quieres decir exactamente? –Maggie se acercó a él y miró por encima de su brazo el documento que había sacado.
–El ejército no se enteró nunca de que habían desaparecido.
–¿Cómo es posible?
–Esas armas las retiraron hace tiempo y las mandaron al almacén. La persona que se las llevó debía tener acceso oficial, o algún tiempo de salvoconducto.
–¿Bromeas?
–Esto se pone cada vez más interesante –Ganza le entregó un sobre con el sello del Departamento de Documentación y le indicó que lo abriera.
Maggie sacó una escritura del estado de Massachusetts sobre un terreno de diez acres que incluía una cabaña y derechos de embarcadero en el río Neponset.
–Genial –dijo tras leer por СКАЧАТЬ