El Idiota. Федор Достоевский
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Название: El Idiota

Автор: Федор Достоевский

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9782377937103

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СКАЧАТЬ te da vergüenza, salvaje, tirano de mi familia, déspota, monstruo? ¡Me has despojado de todo, me has comido hasta la médula de los huesos! ¿Hasta cuándo he de ser tu víctima, hombre sin vergüenza y sin honor?

      –¡Marfa Borisovna, Marfa Borisovna! Te… presento al príncipe Michkin. El general Ivolguin y el príncipe Michkin… —balbució Ardalion Alejandrovich; desconcertado y tembloroso.

      –¿Quiere usted creer —interrumpió la señora Terentiev dirigiéndose al príncipe— que este hombre sin pudor no ha respetado siquiera la orfandad de mis hijos? Todo me lo ha robado, se lo ha llevado todo, lo ha vendido todo, hipotecado todo, sin dejar nada. ¿Y qué voy a hacer ahora con tus pagarés, hombre sin conciencia, pérfido? Responde, embustero; responde, monstruo insaciable. ¿Con qué voy a dar ahora de comer a mis hijos huérfanos? Ahora llega borracho como una cuba, y no puede ni sostenerse sobre las piernas… ¡Oh! ¿Por qué habré incurrido por culpa tuya en la ira divina? Contesta, malvado, hipócrita.

      El general no acertó a ponerse a la altura de la situación.

      –Marfa Borisovna, ahí van veinticinco rublos. Es todo lo que puedo. Y aun esos los debo a la generosidad de mi noble amigo, el príncipe. Me he equivocado dolorosamente… ¡Así es la vida! Y ahora… dispénsenme, pero… me siento débil —dijo Ardalion Alejandrovich mientras, en pie en medio de la sala, saludaba en todas direcciones—. Me siento débil, sí… Dispénsenme… Lenotchka, hijita, un almohadón.

      Lenotchka, una niñita de unos ocho años, corrió a buscar una almohada y la puso sobre un duro sofá de desgarrado cuero. El general se proponía decir muchas cosas, pero, apenas instalado en el sofá, volvió la cara a la pared y se durmió con el sueño de los justos. Marfa Borisovna, con talante ceremonioso y afligido, ofreció una silla al príncipe junto a una mesita de juego, sentóse frente a él, apoyó la barbilla en la mano y, mirándole fijamente, comenzó a suspirar. Dos niñas (la mayor de las cuales era Lenotchka) y un niño pequeño se acodaron en ella y contemplaron a Michkin. Kolia salió del cuarto contiguo.

      –Me alegro mucho de haberle encontrado, Kolia —dijo el príncipe—. ¿Podía prestarme un servicio? Necesito a toda costa ver a Nastasia Filipovna. Había pedido a su padre que me llevara, pero ya ve que se ha dormido. ¿Quiere servirme de guía? No conozco el camino; sólo sé que Nastasia Filipovna habita cerca del Gran Teatro, en la casa Mitovtzov.

      –¡Pero si Nastasia Filipovna no ha vivido nunca ahí! Además, papá no ha estado jamás en su casa. Me extraña que se haya confiado usted a él. Nastasia Filipovna habita cerca de la calle Vladimirsky, en Cinco Esquinas, que es un sitio mucho más cercano. Ahora son las nueve y media. Si quiere, le acompañaré.

      Y Kolia y el príncipe salieron. Michkin no tenía siquiera dinero para tomar un coche y hubieron de encaminarse a pie.

      –Quisiera —dijo Kolia— haberle presentado a Hipólito, que es el hijo mayor de la señora que acaba usted de conocer. Está enfermo y ha pasado en cama todo el día. Pero como es muy sensible, me ha parecido que le disgustaría verse con usted. Ha llegado en tan mal momento… A mí eso me avergüenza menos que a él, porque se trata de mi padre, y en el caso de Hipólito, de su madre. La cosa es distinta; pues lo que deshonra a una mujer no afecta al honor de un hombre. Quizá la sociedad haga mal condenando en un sexo lo que disculpa en el otro. Hipólito es un muchacho muy inteligente, pero esclavo de ciertos prejuicios.

      –¿Dice que está tuberculoso?

      –Sí, y creo que le valdría más morir cuanto antes. Yo, en su lugar, desearía la muerte con toda mi alma. Sufre mucho pensando en la suerte de sus hermanos, que son los niños que ha visto usted. Si él y yo tuviésemos dinero, abandonaríamos los dos a nuestras familias y nos instalaríamos en una casa para los dos. Ése es nuestro sueño. A propósito, ¿sabe una cosa, príncipe? Hace poco, cuando le hablé de su caso con Gania, Hipólito se ha enojado, y dice que ha perdido usted el honor, pues cree que quien recibe una bofetada y no lleva a su agresor al terreno es un cobarde. Y como es muy irascible he dejado de discutir con él… ¿Así que está usted invitado por Nastasia Filipovna?

      –A decir verdad, no.

      –Entonces, ¿cómo va a visitarla? —exclamó Kolia, deteniéndose, sorprendido, en medio de la acera—. Y además ¿piensa presentarse en una reunión con ese traje?

      –Realmente, no sé cómo me arreglaré para entrar. Si me reciben, bien. Y si no, habrá sido un asunto fracasado. En cuanto a mi traje, ¿qué le parece que puedo hacer?

      –¿Tiene algo que resolver en casa de Nastasia Filipovna? ¿O no va más que pour passer le temps en buena compañía?

      –Mi visita tiene por objeto… Es decir, voy por un asunto que… Es difícil explicarlo, pero…

      –Sea lo que fuere, no tengo por qué entrar en ello. Lo importante para mí es saber que no va usted allí por el mero placer de pasar el rato en una fascinadora reunión de mujeres fáciles, generales y usureros. De ser así, permítame que le diga, príncipe, que me parecería usted ridículo y comenzaría a despreciarle. Aquí las personas honradas escasean terriblemente. Incluso no hay una que merezca absoluta estimación. Uno no puede prescindir de mirar a todos con desdén, aunque todos exigen el mayor respeto, empezando por Varia. ¿Ha notado usted, príncipe, que en nuestra época no se encuentran más que aventureros? Y sobre todo en Rusia, nuestra querida patria. Cómo se haya organizado todo esto, no lo sé. Los cimientos de las cosas parecen firmes, pero ¿qué sucede? Se descorren todos los velos, se pone el dedo sobre todas las llagas, asistimos a una orgía de relaciones escandalosas. Los padres son los primeros en rectificar sus principios, sintiéndose avergonzados de su moral a la antigua. En Moscú ha habido un padre que exhortaba a su hijo a no retroceder ante nada para ganar dinero. La Prensa lo ha hecho público. Fíjese en mi padre, y vea en lo que se ha convertido. Aunque, por otra parte, le tengo por un hombre honrado. Se lo digo de verdad. No se le puede reprochar más que su afición al vino y a las irregularidades. ¡Sí; es como le digo! Papá incluso me da lástima, aunque no me atrevo a decirlo, porque todos se burlan de mí; pero me da lástima. ¿Y qué son los demás, los que se juzgan inteligentes? ¡Todos usureros, del primero al último! Hipólito elogia la usura, afirmando que es necesaria, hablando de movimiento económico, de afluencia y reflujo de capitales y del diablo sabe qué más. Me duele mucho oírle decir esas cosas, pero como sé lo amargado que está… ¡Imagine que su madre obtiene dinero para papá y luego se lo presta a intereses semanales exorbitantes! ¿No es una vergüenza? ¿Y sabe usted que mamá proporciona a Hipólito toda clase de auxilios, dinero, ropa blanca, vestidos? También a través de Hipólito ayuda a los pequeños, en vista de que su madre los desatiende en absoluto. Varia hace lo mismo.

      –Usted decía que no existen más que usureros. Vea, sin embargo, que hay también personas de carácter vigoroso: su madre y Varia. Socorrer al prójimo en tales condiciones, ¿no es acaso una prueba de fuerza moral?

      –Varia obra así por amor propio, por ostentación, por no ser menos que mi madre. En cuanto a mamá… sí, realmente, mamá merece respeto por ello. La apruebo y estimo su conducta en lo que vale. El mismo Hipólito lo reconoce por muy endurecido que tenga el corazón. Al principio se burlaba diciendo que eso era una bajeza por parte de mamá, pero ahora hay veces en que se siente realmente enternecido. ¡Hum! ¿Llama usted a eso fuerza moral? Lo tendré en cuenta. Gania no cree lo que usted. Diría que eso es favorecer el vicio.

      –¿Gania no cree lo que yo? Parece que hay varias cosas que Gania no cree —dejó escapar Michkin, que había quedado pensativo oyendo la última frase de Kolia.

      –Usted, príncipe, me agrada mucho. No se me va de la cabeza el modo que ha tenido de proceder antes.

      –También usted me es muy simpático, СКАЧАТЬ