El Idiota. Федор Достоевский
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Название: El Idiota

Автор: Федор Достоевский

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9782377937103

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СКАЧАТЬ sorprendido de aquel encuentro—. ¡Y siempre con polainas! —suspiró.

      Olvidando en el acto la presencia del príncipe, dirigió la mirada a Nastasia Filipovna, hacia la que avanzaba como atraído por una fuerza magnética.

      Nastasia Filipovna contemplaba a los recién llegados con mezcla de curiosidad e inquietud.

      Gania recuperó su presencia de ánimo. Miró con severidad a los intrusos y preguntó, con voz fuerte, hablando en especial a Rogochin:

      –¿Quieren decirme lo que significa esto? Creo, señores, que no entran ustedes en una cuadra. Mi madre y mi hermana están en el salón.

      –Ya lo vemos —murmuró Rogochin, entre dientes.

      –Eso está a la vista —agregó Lebediev, por decir algo.

      El atleta, creyendo sin duda llegado el momento, emitió un gruñido sordo.

      –Sin embargo —continuó Gania, cuya voz alcanzó bruscamente un diapasón aún más elevado—, en primer lugar pasen y luego háganme saber…

      Rogochin no se movió de su sitio.

      –¿Conque no sabes nada? —inquirió con aviesa sonrisa—. ¿No te acuerdas de Rogochin?

      –Me parece haberle visto en algún sitio, pero…

      –¡Le parece! ¿No oís? Pues no hace más de tres meses que me ganaste al juego doscientos rublos que pertenecían a mi padre. El viejo ha muerto antes de que se enterara de esa pérdida. Tú distrajiste mi atención y entre tanto Kniv hizo trampa… Ptitzin fue testigo. ¿Y no te acuerdas de mí? Si yo saco tres rublos y te los enseño, eres capaz de andar en cuatro pies por el bulevar Vassilievsky. ¡Ése es tu carácter! ¡Ésa tu alma! He venido para comprarte. No repares en mis botas sucias; tengo mucho dinero. Te voy a comprar entero, amigo mío, te voy a comprar vivo y coleando… Y si quieres os compraré a todos, lo compraré todo —vociferó Rogochin, cuya embriaguez se hacía más patente por momentos—. ¡Nastasia Filipovna! —gritó—. Escúcheme: no le pido más que una palabra: ¿se va a casar con Gania? ¿Sí o no?

      Y al hacer aquella pregunta Rogochin estaba tembloroso como si se dirigiese a una divinidad, pero a la vez hablaba con la audacia del condenado que, ya al pie del patíbulo, no tiene por qué preocuparse de nada. Esperó la contestación, presa de mortal inquietud.

      Nastasia Filipovna le examinó de pies a cabeza con mirada burlona y provocativa; mas, después de contemplar sucesivamente a Gania, Nina Alejandrovna y Varia, cambió de aspecto.

      –¡Nada de eso! ¿Qué le pasa? ¿Cómo se le ha ocurrido la idea de preguntarme tal cosa? —repuso en tono bajo y grave donde parecía vibrar cierta sorpresa.

      –¡Ha dicho que no! —gritó Rogochin, arrebatado de alegría—. ¿Conque no? Pues me habían dicho… ¿No pretendían, Nastasia Filipovna, que había prometido usted su mano a Gania? ¿A él? ¿Cómo iba a ser posible? ¡Ya lo decía yo a todos! Por cien rublos podría comprarle entero. Si le pago mil rublos por renunciar a usted (y en caso necesario llegaré hasta tres mil) la víspera de la boda se eclipsaría, abandonándome la posesión plena y completa de su novia. ¿No es cierto, Gania? ¡Contesta, granuja! ¿Verdad que tomarás los tres mil rublos? ¡Tómalos: aquí los tienes! He venido para hacerte firmar una renuncia en regla. ¡He dicho que iba a comprarte, y te compraré!

      –¡Salga de aquí! ¡Está usted borracho! —gritó Gania, poniéndose encarnado y pálido alternativamente.

      Una explosión de murmullos acogió aquella frase. Hacía rato que la banda de Rogochin no esperaba más que una provocación para intervenir. Lebediev inclinándose al oído de Parfen Semenovich, le habló con animación.

      –¡Es verdad, funcionario! —gritó Rogochin—. ¡Es verdad! ¡Tienes razón, aunque estés como una cuba! ¡Hagámoslo así! Nastasia Filipovna —dijo con la expresión de un maníaco, pasando súbitamente de la timidez a la insolencia—, aquí tiene dieciocho mil rublos.

      Y mientras hablaba lanzó ante ella, sobre la mesa, un montón de billetes contenidos en un papel blanco atado con un cordón.

      –¡Ahí los tiene! Y luego habrá más…

      No era aquello exactamente lo que se había propuesto decir, pero no se atrevió a expresar del todo su pensamiento.

      Lebediev tornó a hablar en voz baja al oído de Rogochin.

      –¡No, no! —se le oyó cuchichear con aire consternado.

      Se comprendía que la magnitud de la suma asustaba al empleadillo y que proponía empezar ofreciendo una cifra mucho más baja.

      –No, amigo mío, tú no entiendes de esto… Y además, tú y yo somos dos imbéciles —respondió Rogochin, estremeciéndose bajo la airada mirada de Nastasia Filipovna—. ¡He hecho mal en escucharte! ¡Me has obligado a cometer una tontería! —exclamó con tono que delataba un profundo arrepentimiento.

      Viendo el aspecto abatido de Rogochin, Nastasia Filipovna prorrumpió en una carcajada.

      –¿Dieciocho mil rublos a mí? ¡Cómo se le nota que es un aldeano! —exclamó con descarada insolencia alzándose del sofá cual dispuesta a irse.

      Gania contemplaba aquella escena con el corazón abatido.

      –¡Cuarenta mil! ¡Cuarenta mil y no dieciocho mil! —replicó Rogochin inmediatamente—. Ptitzin y Biskup me han ofrecido entregarme cuarenta mil esta tarde, a las siete. ¡Cuarenta mil! ¡Todos para usted!

      Aquel chalaneo era francamente vergonzoso; pero Nastasia Filipovna parecía complacerse en prolongarlo, porque seguía riendo sin marcharse. Las dos Ivolguin se habían puesto en pie, esperando, silenciosas, el desenlace de la situación. De los ojos de Varia brotaban relámpagos. La escena parecía haber influido muy desagradablemente sobre Nimia Alejandrovna que temblaba y vacilaba, como a punto de desmayarse.

      –¡Si hace falta le doy cien mil! Hoy mismo pondré cien mil rublos a su disposición. Ptitzin, procúrame esa cantidad. Tendrás una buena ganancia.

      Ptitzin se acercó a Parfen Semenovich y le cogió por un brazo.

      –Has perdido la cabeza —le dijo en voz baja—. Hazte cargo de la casa en que te encuentras. Estás borracho. Vas a hacer que llamen a la policía.

      –Fantasea bajo los efectos de la bebida —insinuó, Nastasia Filipovna.

      –No fantaseo. El dinero estará preparado esta tarde. Ptitzin, usurero, cuento contigo. Necesito cien mil rublos para esta tarde al interés que quieras. Yo probaré que no vacilo ante nada —exclamó Rogochin, más exaltado cada vez.

      Ardalion Alejandrovich, profundamente irritado, al parecer, se acercó de pronto a Rogochin, y gritó amenazador:

      –¿Quiere decirme qué significa esto?

      El silencio observado hasta entonces por el general hacía harto grotesca aquella salida imprevista. Se oyeron risas.

      –¡Vaya una ocurrencia! —dijo Rogochin, con una carcajada—. Ea, buen viejo, acompáñanos y te pagaremos unas copas.

      –¡Qué cobardía! —exclamó Kolia, con lágrimas de vergüenza y de indignación.

      –¿Es СКАЧАТЬ