Название: El Idiota
Автор: Федор Достоевский
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782377937103
isbn:
VII
Cuando Michkin dejó de hablar todas las que le oían le miraron jovialmente, incluso Aglaya; pero la que más satisfecha se mostró fue Lisaveta Prokofievna.
–¡Ea, ya le hemos examinado! —exclamó—. Vosotras, hijas, os proponíais protegerle en calidad de pariente pobre, y he aquí que él apenas se digna aceptar vuestra protección, y aun esto con la advertencia previa de que os visitará poco a menudo. De modo que hemos quedado burladas, e Ivan Fedorovich más que nosotras aún. ¡Me alegro mucho! ¡Bravo, príncipe! Se nos había encargado hacerle un examen… Lo que ha dicho usted de mi cara es la pura verdad: yo soy una niña y lo sé. Lo sabía antes de que usted lo dijera y usted ha definido mi pensamiento en una palabra. Creo que su carácter es absolutamente semejante al mío y que nos parecemos como una gota de agua a otra, lo que me satisface mucho. La única diferencia consiste en que usted es hombre y yo mujer; que usted ha estado en Suiza y yo no.
–No te precipites, maman —dijo Aglaya—. El príncipe ha declarado que tenía sus motivos para hablar con esa franqueza y que no lo hacía por ingenuidad.
–¡Sí, sí! —apoyaron, riendo, las otras dos jóvenes.
–No riais, hijas. Puede que el príncipe sea más astuto que las tres juntas. ¡Ya veréis como sí! Pero no ha dicho usted nada de Aglaya. Ella espera sus palabras y yo también.
–No puedo decir nada por ahora. Ya hablaré más adelante.
–¿Por qué? No creo tan difícil estudiarla.
–No, no lo es. Mas Aglaya Ivanovna resulta una beldad tan extraordinaria que se siente temor de mirarla aunque sólo se trate de intentar conocerla.
–Bien; pero ¿y su carácter? —insistió la generala.
–Juzgar la belleza es difícil. Aún no me siento con fuerzas para hacerlo. La belleza es un enigma.
–Eso es proponer el enigma a Aglaya —dijo Adelaida—. Anda, Aglaya, descífralo. ¿Así que le parece guapa, príncipe?
–¡Extraordinariamente guapa! —repuso él, considerando con fascinados ojos a la interesada—. Casi tanto como Nastasia Filipovna, aunque con un semblante muy diferente.
La generala y sus hijas se miraron profundamente asombradas.
–¿Quieeeén? —preguntó la generala ¿Nastasia Filipovna? ¿De qué conoce usted a Nastasia Filipovna? ¿A qué Nastasia Filipovna se refiere?
–A una cuyo retrato ha mostrado hace poco Gabriel Ardalionovich, y éste ha mostrado al general.
–¿Dónde está el retrato? —dijo vivamente la generala—. ¡Quiero verlo! Si ella se lo ha dado, Gabriel Ardalionovich debe tenerlo aún. Y Gabriel Ardalionovich está sin duda en el despacho de mi marido. Viene a trabajar todos los miércoles y nunca se marcha antes de las cuatro. ¡Qué venga en seguida! Pero no: no siento tanto interés por verle. Haga el favor, querido príncipe, de ir a pedirle ese retrato y traérnoslo. Dígale que queremos verle. Háganos este servicio.
–Es simpático, pero demasiado ingenuo —comentó Adelaida cuando Michkin salió.
–Tan ingenuo —confirmó Alejandra— que casi toca en ridículo, hablando francamente.
Las dos jóvenes parecían ocultar parte de su pensamiento.
–Hablando de nuestras caras —dijo Aglaya— ha sabido salir muy bien del apuro. Nos ha adulado a todas, incluso a mamá.
–¡Déjate de indirectas, te lo ruego! —replicó la generala. No es que me haya adulado; es que yo he encontrado lisonjeras sus palabras.
–¿Crees que ha obrado con malicia? —preguntó Adelaida.
–Creo que dista de ser tan tonto como parece.
–Bueno, basta —dijo con vehemencia la generala—. A mí vosotras me parecéis más absurdas que él. El príncipe es ingenuo, sí, pero sabe lo que se dice y es un socarrón, en el sentido más noble de la palabra. Es exactamente lo mismo que yo.
Michkin, entre tanto, camino del despacho, reflexionaba, sintiendo algún remordimiento de conciencia.
«He cometido una indiscreción hablando del retrato. Pero acaso haya convenido…».
Gabriel Ardalionovich, aún en el despacho del general, estaba abstraído ante sus papelotes. Era evidente que la compañía no le pagaba su sueldo por holgar. Cuando el príncipe le pidió el retrato y le explicó que las señoras deseaban verlo, se sintió tremendamente desconcertado.
–¿Eh? ¿Y qué necesidad tenía de haber hablado de tal cosa? ¡De una cosa de la que usted no está enterado para nada! —exclamó, presa de violento enojo. Y añadió para sí—: ¡Idiota!
–Perdone, lo he mencionado sin darme cuenta en el curso de la conversación. Sin querer, declaré que Aglaya era casi tan bella como Nastasia Filipovna.
Gania le pidió que le relatase con exactitud todo lo ocurrido. Michkin lo hizo y el secretario le miró sarcásticamente.
–Veo que tiene usted a Nastasia Filipovna dentro del cerebro —murmuró.
Y se tomó pensativo. Notándole absorto, Michkin le recordó el retrato.
–Escuche, príncipe —dijo Gania de pronto, como si le acudiese de súbito una idea a la mente—: tengo que pedirle un inmenso favor. Pero en verdad no sé si…
Interrumpióse, turbado. En su interior parecía librarse una violenta lucha. Michkin esperaba en silencio. Gania volvió a mirarle con ojos penetrantes e inquisitivos.
–Príncipe —continuó—, las señoras en este momento deben de estar disgustadas conmigo a causa de una circunstancia extraña y absurda de la que no tengo culpa ciertamente… Es inútil entrar en detalles… El caso, repito, es que las señoras están, a lo que parece, algo molestas conmigo de algún tiempo a esta parte y por eso evito en lo posible pasar a sus habitaciones. Y yo tengo ahora gran necesidad de hablar con Aglaya Ivanovna. Le he escrito unas líneas —y mostraba un papelito cuidadosamente plegado que tenía entre los dedos— y no sé cómo hacérselas llegar. ¿Quisiera, príncipe, encargarse de llevárselas a Aglaya Ivanovna? Mas habría que entregárselas en propia mano y a escondidas de todos. ¿Comprende? No es un secreto grave ni cosa parecida, pero… ¿Puede hacerme este favor?
–Confieso que el encargo no me agrada —contestó Michkin.
–¡Oh, príncipe! —suplicó Gania—. ¡Si supiera cuánto interés encierra esto para mí! Ella acaso contestará y… Créame que se trata de algo urgente, muy urgente, para que me atreva a pedirle… ¿Por quién enviaría yo esto? ¡Y es tan importante, tan importante!
Gania, temerosísimo de que el príncipe persistiera en su negativa, le miraba con expresión de acendrado ruego.
–Bien; lo entregaré.
–¿Pero sin que nadie lo note? —insistió Gania, jubiloso—. ¿Cuento con su palabra de honor príncipe?
–No lo enseñaré a nadie —dijo Michkin—. El pliego no está cerrado, pero…
Y el secretario СКАЧАТЬ