El Idiota. Федор Достоевский
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Название: El Idiota

Автор: Федор Достоевский

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 9782377937103

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СКАЧАТЬ Antes era sólo una muchacha bonita, pero ahora… Totsky se reprochaba no haber sabido durante cuatro años leer en su rostro. Mucho de su aspecto de ahora se debía sí, a su cambio; mas él, por otra parte, recordaba que ya en ciertos momentos habíanle asaltado extrañas ideas mirando los ojos de la joven. Aparecía en ellos, en cierto modo, una oscuridad profunda y misteriosa, como la proposición de un enigma. Durante los dos años últimos le había extrañado a menudo el cambio que se operaba en el rostro de Nastasia Filipovna, el cual se volvía poco a poco más pálido, y, por extraño que pareciera, más bello en su palidez. Totsky, como todos los vividores, consideraba hasta entonces con desprecio lo barato que le había costado el conseguir aquella alma virginal; pero últimamente este sentimiento perdía firmeza. La primavera anterior había pensado en que acaso conviniese dar una buena dote a Nastasia Filipovna a fin de casarla con algún sujeto inteligente y correcto que sirviese en alguna otra provincia. (¡Oh, qué horrible y maliciosamente la nueva Nastasia Filipovna se burlaba ahora de la idea!). Pero al presente, Atanasio Ivanovich, fascinado por la novedad de aquella mujer, pensaba que podía serle útil aún. Decidió, pues, instalarla en San Petersburgo y rodearla de lujos y comodidades. Con ella aun podía satisfacer su vanidad y ganar cierta reputación —que Atanasio Ivanovich estimaba mucho— en determinados círculos.

      Desde entonces pasaron cinco años y en su curso se aclararon muchas cosas. La situación de Totsky no era envidiable. Habiéndose dejado intimidar una vez, no lograba recuperar la confianza en sí mismo. Temía no sabía qué, aunque en realidad sólo temía a Nastasia Filipovna. Durante los dos primeros años supuso que ella deseaba casarse con él y que, a causa de su extraordinario orgullo, nada decía, esperando que él se lo ofreciese. La idea podía parecer extraña; pero Totsky se había vuelto muy suspicaz. Su rostro ensombrecíase a menudo y su mente se entregaba a penosas meditaciones. Grande y desagradable (el corazón humano es así) fue la sorpresa que experimentó cuando tuvo la convicción de que incluso si él hiciese una oferta de matrimonio a su protegida, no le sería aceptada. Pasó largo tiempo antes de que pudiese comprender el motivo. Sólo cabía una explicación: la de que aquella mujer, «ofendida y fantástica» hubiese extremado su orgullo hasta el punto de expresarle su desprecio definitivo negándose a casarse con él, prefiriendo esta venganza al hecho de asegurar su futura posición y elevarse a casi inaccesibles alturas de grandeza. Para colmo, Nastasia Filipovna mostrábase superior a él de un modo muy molesto. No influían en ella consideraciones venales, por importantes que fuesen, y, aunque aceptando el lujo que él le ofrecía, vivía muy modestamente y apenas se preocupó de guardar dinero en aquellos cinco años. Totsky inició sutiles tácticas para romper sus cadenas, procurando tentar a la joven con los más idealísticos métodos de tentación. Pero los ideales en forma de príncipes, húsares, secretarios de embajada, novelistas, poetas y hasta socialistas no ejercieron la menor influencia sobre Nastasia Filipovna. Dijérase que escondía una piedra en lugar de corazón y que todos sus sentimientos se habían agotado. Llevaba una existencia retirada, leía, estudiaba y le gustaba la música. Tenía pocas amistades: tratábase con pobres y grotescas mujeres de empleados, con dos actrices y con varias ancianas. También la unía muy buena amistad con la numerosa familia de un respetable profesor, todos los miembros de la cual la querían mucho y la recibían calurosamente en su casa. A menudo la visitaban durante las veladas cinco o seis amigos. Totsky iba a verla asidua y regularmente. El general Epanchin, tras algunas dificultades, había logrado conocimiento con ella desde algún tiempo atrás. Y a la vez un joven empleado público llamado Ferdychenko, hombre mal educado y beodo, con pretensiones de gracioso, pero un bufón en realidad, había conseguido sin trabajo alguno ser admitido en la casa. Otro miembro del círculo de Nastasia Filipovna era un extraño joven llamado Ptitzin, modesto, correcto, de corteses maneras, que, elevándose desde la pobreza, se había convertido en prestamista. Finalmente, Gabriel Ardalionovich fue presentado a la joven… Nastasia Filipovna acabó granjeándose una curiosa reputación. Todos hablaban de su belleza y nada más. Ninguno podía jactarse de haber conseguido sus favores, ninguno podía decir nada contra ella.

      Esta fama, la buena educación y el talento y elegancia de modales de la joven, acabaron confirmando a Totsky en el plan que ya bosquejaba. Por entonces el general Epanchin comenzó a tomar parte activa en el asunto.

      Cuando Totsky, discretamente, se confió a él pidiéndole un consejo de amigo respecto a declararse a una de sus hijas, le hizo una noble y sincera confesión general. Declaróle que estaba dispuesto a no retroceder ante medio alguno para recuperar su libertad; que no se sentiría tranquilo ni aun si Nastasia Filipovna le ofreciese dejarle tranquilo en el porvenir, y que, como las palabras significaban poco, él deseaba garantías positivas. Hablaron largamente y determinaron obrar de concierto. Se resolvió primero apelar a las buenas y tocar, por así decirlo, «las cuerdas más nobles del corazón» de Nastasia Filipovna. Fueron juntos a verla y Totsky le expuso la miseria moral de su situación. Achacóse todas las culpas y añadió que no podía arrepentirse de lo hecho porque era un desenfrenado epicúreo y no sabía dominarse; pero que ahora, deseando contraer un matrimonio honroso, todo dependía de ella y en ella ponía todas sus esperanzas. El general Epanchin, en su calidad de padre de la futura desposada, comenzó a hablar y habló razonablemente, evitando todo sentimentalismo, y limitándose a decir que reconocía el derecho de Nastasia Filipovna a resolver sobre el porvenir de Totsky. Luego, adoptando inteligentemente un aire de humildad, declaró que la suerte de una de sus hijas, y acaso la de las otras dos, dependía de la resolución de Nastasia Filipovna.

      Ésta les preguntó qué deseaban de ella y Totsky respondió con la franqueza que mostrara desde el principio de la conversación. Nastasia Filipovna habíale asustado de modo tal cinco años antes, que ahora nunca se sentiría completamente seguro de su actitud mientras ella no se casase. Apresuróse a añadir que semejante propuesta sería absurda de su parte a no tener algún fundamento en que apoyarla. Pero había observado y le constaba que un joven bien nacido y de distinguida familia, Gabriel Ardalionovich Ivolguin, a quien ella acogía con gusto en su casa, la amaba apasionadamente y daría con gusto la mitad de su vida sólo por la esperanza de conseguir su afecto. Gabriel Ardalionovich le había confiado su amor a él largo tiempo atrás, en el secreto de la amistad y con toda la sencillez de su puro corazón juvenil, e Ivan Fedorovich, protector del joven, conocía ese amor también. Finalmente, Totsky añadió que si él no estaba equivocado, Nastasia Filipovna debía, desde tiempo atrás, haber reparado en la pasión del joven y hasta no parecía mirarle con malos ojos. Desde luego, agregó Totsky, hablar de semejante cosa le era muy duro, más que a nadie; pero si Nastasia Filipovna creía que él albergaba al menos algún buen deseo hacia ella, además de pensar en su propio y egoísta interés, debía comprender que no la veía sin disgusto llevar una existencia solitaria, únicamente debida a su indefinible depresión y a su creencia de que no le era posible comenzar una nueva vida que podía hacerla conocer las nuevas satisfacciones del amor conyugal. Destruir sistemáticamente capacidades que acaso fuesen de las más brillantes, a cambio de entregarse a un sombrío pensar en la ofensa sufrida, constituía, en verdad, una especie de sentimentalismo indigno del buen sentido y el noble corazón de Nastasia Filipovna. Siempre repitiendo que le era más duro que a nadie hablar de aquel tema, acabó declarando su confianza en que ella no le contestase con el desprecio si, con el sincero deseo de asegurar su porvenir, le ofrecía una suma de setenta y cinco mil rublos. Añadió, como explicación, que, de todos modos, tal suma le estaba ya asignada a la joven en su testamento y que no se trataba de compensación alguna… Aunque, después de todo, ¿por qué no reconocer y admitir y perdonar en él un muy humano deseo de tranquilizar algo su conciencia? Y así continuó discurriendo, y alegando cuanto se suele en análogas circunstancias. Atanasio Ivanovich habló mucho y con elocuencia. De paso deslizó la interesante noticia de que nadie, ni aun Ivan Fedorovich, allí presente, conocía lo de las setenta y cinco mil rublos.

      La contestación de Nastasia Filipovna sorprendió a los dos amigos. No mostró ni trazas de su anterior ironía, hostilidad y aversión, ni de aquella risa cuyo solo recuerdo hacía estremecerse a Totsky. Por el contrario, la joven parecía contenta de poder hablar al fin amistosa y francamente con alguien. Reconoció que durante largo tiempo había estado deseando un consejo leal, aunque su orgullo le impidiera pedirlo; pero roto el hielo, ella se alegraba de poder escucharles. Con СКАЧАТЬ