Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crÃmenes de la Familia Manson
Автор: Vincent Bugliosi
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9788494968495
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LUNES, 11 DE AGOSTO DE 1969
A las doce y cuarto de la noche, asignaron el caso a Robos-Homicidios. El sargento Danny Galindo, que había pasado la noche anterior en el turno de vigilancia en el domicilio de Tate, fue el primer inspector en llegar, hacia la una de la mañana. Poco después se sumó el inspector K.J. McCauley y varios inspectores más, en tanto que una unidad adicional, pedida por Cline, acordonó el terreno. Sin embargo, igual que en los homicidios del caso Tate, los periodistas, que ya habían empezado a llegar, al parecer tuvieron pocas dificultades para conseguir información confidencial.
Galindo realizó un registro minucioso del domicilio, de una planta. A excepción de las lámparas tiradas, no había signos de forcejeo. Tampoco había pruebas de que el móvil hubiera sido el robo. Entre los artículos que Galindo registraría en el informe del administrador público del condado31, había un anillo de oro de hombre, con una piedra principal que era un diamante de un quilate, y otras piedras que también eran diamantes, solo un poco más pequeños; dos anillos de mujer, ambos caros, ambos a plena vista en el tocador del dormitorio; collares, pulseras, material de cámara fotográfica, revólveres, escopetas y rifles; una colección de monedas, una bolsa de monedas de cinco centavos fuera de circulación, hallada en el maletero del Thunderbird de Leno, con un valor bastante superior al nominal de cuatrocientos dólares; la cartera de Leno LaBianca, con tarjetas de crédito y dinero en efectivo, en la guantera del coche; varios relojes, uno de ellos un cronómetro muy caro de los que se utilizan en las carreras de caballos, junto con muchos otros artículos que podían venderse con facilidad.
Varios días después Frank Struthers regresó al domicilio con la policía. Los únicos artículos que faltaban, por lo que pudo determinar, eran la cartera y el reloj de pulsera de Rosemary.
Galindo no pudo encontrar indicios de que se hubiera forzado la entrada. Sin embargo, al probar la puerta trasera, descubrió que era muy fácil abrirla con una palanca. Fue capaz de abrirla solo con una tira de celuloide.
Los inspectores descubrieron varias cosas más. El tenedor de trinchar con mango de marfil que sobresalía del estómago de Leno pertenecía a un juego hallado en un cajón de la cocina. Había cortezas de sandía en el fregadero. También había salpicaduras de sangre, tanto allí como en el baño trasero. Y se encontró un trozo de papel empapado en sangre en el suelo del comedor, con una punta raída que indicaba que posiblemente se había utilizado para escribir las palabras en letra de imprenta.
En muchos aspectos las actividades del resto de aquella noche en el 3301 de Waverly Drive fueron una repetición de las que se habían desarrollado en el 10050 de Cielo Drive menos de cuarenta y ocho horas antes. Hasta con el mismo reparto, en algunos casos, porque el sargento Joe Granado llegó hacia las tres y media de la mañana para tomar muestras de sangre.
La muestra del fregadero no fue suficiente para determinar si era sangre animal o humana, pero todas las otras muestras dieron positivo en la prueba de Ouchterlony, lo cual indicaba que eran de sangre humana. La sangre del baño trasero, así como toda la sangre próxima al cadáver de Rosemary LaBianca, era del grupo A, el grupo sanguíneo de Rosemary LaBianca. Todas las otras muestras, incluida la tomada del papel arrugado y de las distintas pintadas, eran del grupo B, el de Leno LaBianca.
En esta ocasión Granado no analizó los subgrupos de ninguna muestra.
Los de huellas dactilares de la SID, los sargentos Harold Dolan y J. Claborn, levantaron un total de veinticinco huellas latentes. Todas ellas, menos seis, se identificarían después como pertenecientes a Leno, Rosemary Frank. Para Dolan, a partir del examen de las zonas donde debería haber huellas pero no había, era obvio que se habían esforzado por destruirlas. Por ejemplo, no había siquiera una mancha en el mango de marfil del tenedor de trinchar, en el tirador de cromo de la puerta de la nevera, o en el acabado de esmalte de la propia puerta, todas ellas superficies que se prestan fácilmente a recibir huellas latentes. Al examinar con detenimiento la puerta de la nevera, vieron marcas que indicaban que le habían pasado un trapo.
Cuando hubo terminado el fotógrafo de la policía, un ayudante del coroner supervisó el traslado de los cadáveres. Las fundas de almohada se dejaron donde estaban, encima de las cabezas de las víctimas; los cables de lámpara se cortaron cerca de la base, de forma que los nudos quedaran intactos para su análisis. Un representante del Departamento de Regulación Animal se llevó los tres perros, que fueron hallados dentro de la casa a la llegada de los primeros agentes.
Quedaron las piezas del rompecabezas. Pero al menos esta vez podía discernirse un patrón parcial, en las similitudes:
Los Ángeles, California; noches consecutivas; asesinatos múltiples; víctimas, blancos acomodados; múltiples heridas de arma blanca; increíble violencia; ausencia de móvil convencional; ninguna prueba de que hubieran registrado la vivienda o robado; cuerdas alrededor del cuello de las dos víctimas del caso Tate, cables alrededor del cuello de los LaBianca. Y la letra de imprenta con sangre.
Sin embargo, en menos de veinticuatro horas la policía concluiría que no había relación entre los dos casos de asesinatos.
SEGUNDO HOMICIDIO RITUAL
MATAN A UNA PAREJA DE LOS FELIZ;
SE HA VISTO RELACIÓN CON EL QUÍNTUPLE ASESINATO
Los titulares de las portadas saltaban a la vista aquel lunes por la mañana. Los programas de televisión se interrumpieron para poner al corriente a los espectadores. Para los millones de angelinos que viajaban a diario al trabajo por las autopistas, las radios de los coches no parecieron emitir mucho más32.
Fue entonces cuando empezó el miedo.
Cuando se reveló la noticia de los homicidios del caso Tate, incluso aquellos que conocían a las víctimas estaban menos asustados que horrorizados, porque al mismo tiempo llegó el anuncio de que se había detenido a un sospechoso, acusado de los asesinatos. No obstante, Garretson estaba en prisión cuando se produjeron aquellos otros asesinatos. Y cuando lo pusieron en libertad aquel lunes —con la misma cara de desconcierto y miedo que cuando lo «apresó» la policía—, se desató el pánico. Y se extendió.
Si Garretson no era culpable, entonces quienquiera que lo fuese andaba todavía suelto. Si aquello pudo suceder en lugares tan apartados como Los Feliz y Bel Air, a personas tan distintas como famosos de la comunidad del cine y el dueño de un supermercado y su esposa, entonces podría pasar en cualquier sitio, a cualquiera.
A veces el miedo se puede medir. Entre los barómetros: en dos días una tienda de artículos de caza de Beverly Hills vendió doscientas armas de fuego; antes de los asesinatos, la media era de tres a cuatro al día. Algunos cuerpos de seguridad privada duplicaron y luego triplicaron el personal. Los perros guardianes, que antes valían doscientos dólares, se vendían ya a mil quinientos. Los proveedores se quedaron pronto sin ejemplares. Los cerrajeros alegaban retrasos de dos semanas en los pedidos. Aumentaron de repente los partes de disparos accidentales y de personas sospechosas.
La noticia de que se habían producido veintiocho asesinatos en Los Ángeles aquel fin de semana (cuando la media era de uno al día) no ayudó precisamente a rebajar el temor.
Se dijo que Frank Sinatra estaba escondido, que Mia Farrow no quería asistir al funeral de su amiga Sharon porque, como explicó un familiar, «Mia tiene miedo a ser la siguiente»; que Tony Bennett se había trasladado de СКАЧАТЬ