Название: El Beso de un Extraño
Автор: Barbara Cartland
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: La Coleccion Eterna de Barbara Cartland
isbn: 9781782132752
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El jinete desapareció en pocos segundos, pero Shenda permaneció inmóvil, pensando que todo aquello no podía haber sucedido en realidad.
Sin embargo, aún creía sentir el roce de los labios masculinos sobre los suyos. Aunque pareciera increíble, la había besado...
Un gemido de Rufus la sacó de su abstracción.
Con el perrito en los brazos, recorrió el tramo que le faltaba hasta llegar a la Vicaría y entró en ésta, no por la puerta principal, sino por otra lateral que daba al jardín.
Al penetrar en la casa le pareció que regresaba a su vida diaria, libre de sorpresas e inquietudes.
Tenía que curar la pata de Rufus y cuanto antes se olvidara de lo ocurrido, mejor.
Era consciente, sin embargo, de que jamás lo olvidaría.
En la cocina no había nadie, ya que Martha se había marchado. Iba por las mañanas para limpiar y preparar el almuerzo y después regresaba a la casa donde vivía en compañía de su hijo, que era el "loco del pueblo".
Después de atenderlo, regresaba a la Vicaría para preparar la cena.
Martha era una buena cocinera, ya que había aprendido en el castillo, pero necesitaba los ingredientes adecuados, difíciles de adquirir dada la situación.
Shenda supuso que Martha se habría ido temprano y como era ella la única que iba a comer, le habría dejado algún plato frío y una ensalada hecha con las pocas verduras que cultivaban en el jardín.
Al soltar a Rufus sobre la mesa de la cocina, se dio cuenta de que el pañuelo del caballero seguía atado a la pata del perro.
Era un pañuelo muy fino, de lino y, Shenda pensó que probablemente nunca podría devolvérselo a su dueño, porque él le había preguntado su nombre, pero ella no había hecho lo mismo a su vez.
"No tiene importancia, puesto que no lo volveré a ver", se dijo.
Seguramente era un visitante que iba camino de alguna de las mansiones que había en la Comarca.
Le hizo una cura adecuada a Rufus, y estaba a punto de meter el pañuelo en agua para quitarle las manchas de sangre, cuando alguien llamó repetidamente a la puerta.
–¡Adelante!– autorizó ella, suponiendo que era alguien de la aldea.
Se abrió la puerta y entró un muchacho grandullón, hijo de un granjero vecino.
–Buenos días– lo saludó con voz agradable–. ¿Qué puedo hacer por ti?
–Le traigo malas noticias, Señorita Shenda– repuso él.
Shenda se quedó inmóvil.
–¿Qué ha ocurrido?
–Se trata de su padre, Señorita. ¡Pero no fue culpa nuestra señorita! Nosotros creíamos que el toro estaría bien allí y…
–¿Un toro? ¿Qué ha ocurrido?– preguntó Shenda con una voz que no sonó como la suya.
–Pues... pues que el toro asustó al caballo y su padre se cayó, Señorita, y creemos... ¡creemos que se ha matado!
Shenda lanzó un grito de angustia.
–¡Oh, no! ¡No puede ser verdad!
–Parece que sí, Señorita. Mi padre y otros hombres lo traen para acá.
Haciendo un esfuerzo, Shenda puso a Rufus en el suelo y se dirigió a la puerta principal. Jim la siguió repitiendo con torpeza,
–No fue culpa nuestra, Señorita, de verdad... Nosotros... ¿cómo íbamos a pensar que alguien se metería en ese potrero?
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