Название: La Esfera de Kandra
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: Oliver Blue y la escuela de Videntes
isbn: 9781640299597
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Entonces Ester alzó la mirada hacia él.
—Tus verdaderos padres. ¿Estás seguro de que te aceptarán tal y como eres?
Oliver se dio cuenta de que ni tan solo había pensado en ello. Para empezar, lo habían abandonado, ¿verdad? ¿Y si se habían asustado tanto con su extraño bebé que lo habían dejado y se habían ido corriendo?
Pero entonces recordó las visiones en las que sus padres habían venido hacia él. Eran cariñosos. Amables. Agradables. Le habían dicho que lo amaban y que siempre estaban con él, observando, guiando. Él estaba seguro de que estarían encantados de reunirse con él.
¿O no?
—Estoy seguro —dijo. Pero, por primera vez, no estaba tan seguro. ¿Y si toda esta misión estaba mal concebida?
—¿Y qué harás cuando los encuentres? —añadió Ester.
Oliver reflexionó sobre sus palabras. Debía de haber alguna buena razón por la que lo habían abandonado de bebé. Alguna razón por la que no habían venido a buscarlo. Alguna razón por la que actualmente no estaban en su vida.
Miró a Ester.
—Esa es una buena pregunta. Sinceramente, no lo sé.
Se quedaron en silencio, el tren los balanceaba suavemente de un lado a otro mientras atravesaba el paisaje.
Oliver miró por la ventana cuando la histórica Boston apareció ante su vista. Se veía maravillosa, como sacada de una película. Una ola de emoción lo abrumó. Aunque puede que no supiera lo que haría cuando encontrara a su madre y a su padre verdaderos, estaba impaciente por encontrarlos.
Justo entonces, una voz anunció por el altavoz:
—Próxima parada: Boston.
CAPÍTULO SIETE
Cuando el tren paró en la estación, Oliver sintió que su pecho daba un brinco por la emoción. Él nunca había viajado –los Blue nunca iban de vacaciones- así que estar en Boston era muy emocionante.
Ester y él bajaron del tren y se dirigieron hacia la muy concurrida estación. Tenía un aspecto lujoso con columnas de mármol y esculturas esparcidas por todas partes. Gente con trajes formales pasaban por allí a toda velocidad hablando en voz alta en sus móviles. A Oliver, todo eso le parecía bastante agobiante.
—Bueno, desde aquí a la Universidad de Harvard hay un poco más de tres kilómetros —explicó—. Tenemos que dirigirnos hacia el norte y cruzar el puente.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ester—. ¿Tu brújula también da direcciones?
Oliver soltó una risita y negó con la cabeza. Señaló hacia un gran mapa de colores vistosos que estaba colgado en la pared de la estación. Mostraba todos los lugares turísticos, incluyendo la Universidad de Harvard.
—Oh —dijo Ester, sonrojándose.
Cuando salieron de la estación, una suave brisa de otoño revolvía las hojas caídas en la acera y había un destello dorado en el cielo.
Empezaron a caminar en dirección a Cambridge.
—Se ve muy diferente a mi época —comentó Ester.
—¿De verdad? —preguntó Oliver, recordando que Ester venía de la década de los setenta.
—Sí. Hay más tráfico. Más gente. Pero todos los estudiantes se ven iguales —Sonrió con satisfacción—. La pana marrón se debe haber puesto de moda otra vez.
De hecho, había muchos estudiantes universitarios caminando por las calles, con un aspecto decidido con los libros en los brazos. A Oliver le recordó a los chicos de la escuela de Videntes, que siempre iban a toda prisa a algún lugar con un gesto serio y estudioso en sus caras.
—¿Cómo crees que están todos en la escuela? —preguntó—. Los echo de menos.
Pensaba en Hazel, Walter y Simon, los amigos que había hecho en la Escuela de Videntes. Pero por encima de todo echaba de menos a Ralph. Ralph Black era lo más cerca que había estado de tener un mejor amigo.
—Estoy segura de que están bien —respondió Ester—. Estarán ocupados con las clases. La Doctora Ziblatt estaba empezando sus clases de proyección astral cuando yo me fui.
Oliver abrió los ojos como platos.
—¿Proyección astral? Me sabe mal perdérmelo.
—A mí también.
Oliver oyó un toque de melancolía en la voz de Ester. Se preguntó de nuevo qué había empujado a Ester a seguirlo hasta aquí. Tenía la sensación de qué en aquella historia había más, algo que ella no le contaba.
Llegaron al puente que cruzaba el río Charles. Estaba atestado de estudiantes universitarios. Abajo en el agua veían botes de remos, canoas y kayaks. Parecía un lugar muy alegre y animado.
Empezaron a andar por el puente.
—¿Ha cambiado en algo tu brújula? —preguntó Ester.
Oliver lo comprobó.
—No. Todavía muestra los mismos cuatro símbolos.
Ester extendió la mano y Oliver se la pasó. La inspeccionó con una mirada de asombro.
—Me pregunto qué es. De dónde viene. me sorprende que Armando no lo supiera, siendo inventor.
—Creo que es tecnología de videntes —dijo Oliver—. Es decir, solo el universo conoce las líneas temporales y puede guiar por ellas a alguien, así que debe de serlo.
Ester se la devolvió a Oliver, que se la metió en el bolsillo con cuidado.
—Me pregunto si el Profesor Ruiseñor lo sabrá —dijo ella—. Dijiste que era un vidente, ¿verdad?
Oliver asintió. Tenía curiosidad por la brújula, y aún más curiosidad por conocer al Profesor Ruiseñor.
—¿Crees que sabrá algo de tus padres? —preguntó Ester.
Oliver notó que se le formaba un pequeño nudo en la garganta. Tragó saliva.
—No quiero hacerme ilusiones. Pero todas las señales me llevan aquí. Así que soy optimista.
Ester sonrió.
—Esa es la actitud.
Llegaron al final del puente y anduvieron por la calle principal. Allí había mucho tráfico, así que tomaron una de las muchas calles laterales que van paralelas a ella.
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