La fábrica mágica . Морган Райс
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СКАЧАТЬ TREINTA Y TRES

       CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

       CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

       CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

       CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

      PRIMERA PARTE

      CAPÍTULO UNO

      Oliver Blue echó un vistazo a la lóbrega y oscura habitación. Suspiró. Esta nueva casa era más o menos igual de mala que la última. Cogía con fuerza su única maleta.

      —¿Mamá? —dijo—. ¿Papá?

      Los dos se giraron para mirarlo, con sus ceños permanentemente fruncidos.

      —¿Qué, Oliver? —dijo su madre, que parecía exasperada—. Si vas a decir que odias este lugar, no lo hagas. Es lo único que podemos permitirnos.

      Parecía más agobiada de lo normal. Oliver apretó los labios con fuerza.

      —No importa —murmuró.

      Se dio la vuelta y fue hacia las escaleras. Ya oía a su hermano mayor, Chris, caminando por el piso de arriba haciendo ruido. Su insoportable hermano siempre recorría cada nueva casa con sus andares pesados para reclamar su derecho a la mejor habitación antes de que Oliver tuviera ocasión de hacerlo.

      Subió cansado las escaleras, maleta en mano. En el rellano, encontró tres puertas. Detrás de una había un cuarto de baño; la siguiente daba a una habitación principal con una cama doble; y en la tercera estaba Chris despatarrado en la cama como una estrella de mar.

      —¿Dónde está mi habitación? —dijo en voz alta Oliver.

      Como si previera la pregunta, su madre chilló hacia la escalera.

      —Solo hay una habitación. Vais a tener que compartir.

      Oliver sintió un remolino de pánico en la boca del estómago. ¿Tendrían que compartir? Esa no era una palabra que Oliver se tomara bien.

      Como era de esperar, Chris se levantó como un cohete. Fue a toda velocidad hacia Oliver y lo sujetó contra la pared. Oliver soltó un auuu.

      —Por supuesto que no vamos a compartir —dijo Chris entre dientes—. ¡Tengo trece años y no voy a compartir habitación con un NIÑO PEQUEÑO!

      —Yo no soy un niño pequeño —murmuró Oliver—. Tengo once años.

      Chris lo miró con desprecio.

      —Exactamente. Un mocoso. Así que baja y diles a mamá y a papá que no quieres compartir.

      —Díselo tú —se quejó Oliver—. Eres tú el que tiene el problema.

      Chris frunció todavía más e ceño.

      —¿Y manchar mi reputación de hijo favorito? Ni hablar. Lo vas a hacer tú.

      Oliver sabía que era mejor no provocar más a Chris. Su hermano podía montar en cólera por las cosas más insignificantes. A lo largo de los años teniendo la mala suerte de ser el hermano pequeño de Chris Blue, Oliver había aprendido a cómo andar con pies de plomo, a cómo evitar los cambios de humor de su hermano. Intentó hacerlo entrar en razón.

      —No hay ningún otro sitio donde dormir —replicó—. ¿Dónde se supone que voy a ir?

      —No es problema mío —respondió Chris, dando otro empujón a Oliver—. Por mí como si duermes en el armario de debajo del fregadero con los ratones. Pero conmigo no vas a compartir nada.

      Hizo un gesto en el aire con el puño, una amenaza que no necesitaba ninguna explicación. No había nada más que decir.

      Con un suspiro de resignación, Oliver recobró la compostura de la pared, aplanó su ropa arrugada y bajó las escaleras arrastrando los pies.

      Su enorme hermano bajo las escaleras tras él armando un escándalo y lo empujó con un codazo al pasar.

      —Oliver dijo que no compartiría —vociferó Chris al pasar.

      Oliver oía que su madre, su padre y Chris empezaban a discutir en el salón sobre cómo iban a dormir. Él fue a un paso más lento, pues no deseaba para nada verse envuelto en la discusión.

      Últimamente, Oliver había adquirido una estrategia de defensa para cuando estallaban las peleas y consistía en enviar su mente a un sitio diferente, una especie de mundo ideal donde todo era tranquilo y seguro, donde el único límite era su imaginación. Ahora había ido hasta allí, cerró los ojos y se imaginó a sí mismo en una enorme fábrica de ladrillos rodeado de inventos increíbles. Dragones voladores hechos de latón y cobre, enormes máquinas humeantes con engranajes giratorios. A Oliver le encantaban los inventos, por eso una gran fábrica llena de inventos mágicos era exactamente el tipo de lugar en el que deseaba poder estar, en lugar de aquí, en esta horrible casa con su horrible familia.

      De repente, la voz estridente de su madre lo devolvió al mundo real.

      —¡Oliver! ¿Qué es todo este lío que estás montando?

      Oliver tragó saliva y bajó el último escalón. Cuando llegó al salón, los tres estaban ya juntos, con los brazos cruzados y con el mismo ceño fruncido en sus rostros.

      —Sabes que solo hay dos habitaciones —dijo su padre.

      —Y estás montando un escándalo diciendo que no compartirás —añadió su madre.

      —¿Qué se supone que tenemos que hacer? —continuó su padre—. No tenemos dinero para que los dos tengáis una habitación.

      Oliver deseaba gritarles que todo ella por culpa de Chris, pero la amenaza de daño por parte de su hermano era demasiado grande. Chris estaba allí fulminándolo con la mirada. Oliver no podía hacer nada, excepto tragarse las duras e injustas palabras de sus padres.

      —¿Y? —terminó su madre—. ¿Dónde exactamente tiene pensado dormir su señoría?

      Chris sonrió con aires de superioridad cuando Oliver lo miró. Hasta donde él podía ver, la zona de las escaleras tenía forma de L, con un salón que llevaba a una especie de comedor –que en realidad solo era una esquina en la que tan solo había una mesa destartalada- y justo al lado una cocina. Allí abajo no había otra habitación, tan solo un espacio sin paredes.

      Oliver no podía creer lo que estaba pasando. Todas sus casas habían sido horribles, pero al menos había tenido una habitación.

      Oliver vio que había una ligera hendidura detrás de él, quizá de alguna chimenea que habían quitado años atrás. Era poco más que un hueco, pero ¿qué otra opción había? ¡Iba a tener que dormir en un rincón! ¿Sin ningún tipo de intimidad!

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