La fábrica mágica . Морган Райс
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Читать онлайн книгу La fábrica mágica - Морган Райс страница 13

СКАЧАТЬ y se encontró delante de la ventana mirando hacia fuera al árbol larguirucho que estaba al otro lado de la calle. Allí estaban el hombre y la mujer que había visto la noche anterior, cogidos de la mano.

      Oliver dio un golpe en la ventana.

      —¿Quiénes sois? —gritó.

      La mujer sonrió intencionadamente. Su sonrisa era amable, más bonita incluso que la de la Sra. Belfry.

      Pero ninguno de ellos habló. Solo le miraban fijamente, sonriendo.

      Oliver tiró de la ventana y la abrió.

      —¿Quiénes sois? —gritó de nuevo, pero esta vez el viento ahogó su voz.

      El hombre y la mujer estaban allí, callados, agarrados de las manos, con unas sonrisas cálidas y acogedoras.

      Oliver empezó a trepar por la ventana. Pero mientras lo hacía, las siluetas parpadearon y se sacudieron, como si fueran hologramas y las bombillas estuvieran parpadeando. Estaban empezando a desaparecer.

      —¡Esperad! —gritó él—. ¡No os vayáis!

      Cayó de la ventana y fue a toda prisa al otro lado de la calle. A cada paso que daba él, se desvanecían más.

      Cuando se acercó a ellos, apenas eran visibles. Alargó la mano hacia la de la mujer, pero la atravesó, como si fuera un fantasma.

      —¡Por favor, decidme quiénes sois! —suplicó.

      El hombre abrió la boca para hablar, pero el viento rugiente ahogó su voz. Oliver se desesperó.

      —¿Quiénes sois? —volvió a preguntar, gritando para que se le oyera por encima del viento—. ¿Por qué me estáis vigilando?

      El hombre y la mujer se estaban desvaneciendo rápidamente. El hombre habló de nuevo, y esta vez Oliver oyó un pequeño susurro.

      —Tienes un destino…

      —¿Cuál? —tartamudeó Oliver—. ¿A qué te refieres? No lo entiendo.

      Pero antes de que alguno de los dos tuviera ocasión de volver a hablar, se desvanecieron por completo. Habían desaparecido.

      —¡Volved! —exclamó Oliver al vacío.

      Entonces, como si le estuviera hablando al vacío, oyó que la escasa voz de la mujer decía:

      —Tú salvarás a la humanidad.

      Oliver parpadeó hasta abrir los ojos. Volvía a estar en la cama de su hueco, bañado en la luz pálida y azul que entraba por la ventana. Era por la mañana. Podía sentir como su corazón bombeaba con fuerza.

      El sueño le había sacudido hasta la médula. ¿Qué habían querido decir con que tenía un destino? ¿Y con que salvaría a la humanidad? ¿Y quiénes eran aquel hombre y aquella mujer, de todos modos? ¿Productos de su imaginación o algo más? Era demasiado para comprenderlo.

      Cuando la conmoción inicial por el sueño empezó a desaparecer, Oliver sintió que una nueva sensación se adueñaba de él. La esperanza. En algún lugar, en lo profundo de su ser, sentía que estaba a punto de experimentar un día trascendental, que todo estaba a punto de cambiar.

      CAPÍTULO CUATRO

      El buen humor de Oliver se acrecentó cuando se dio cuenta de que la primera clase del día era ciencias, y que eso significaba que podría ver de nuevo a la Sra. Belfry. Incluso mientras cruzaba el patio, agachándose para esquivar pelotas de baloncesto que sospechaba que iban intencionadamente dirigidas a su cabeza, la sensación de emoción de Oliver no hacía más que crecer.

      Llegó a las escaleras y sucumbió a la fuerza de los niños, que lo empujaron como un surfista hasta arriba al cuarto piso. Entonces salió paso a empujones en el rellano y se dirigió a la clase.

      Fue el primero. La Sra. Belfry ya estaba dentro, llevaba un vestido gris de lino y estaba preparando una fila de modelos a escala en la parte de delante de su mesa. Oliver vio que había un pequeño biplano, un globo aerostático, un cohete espacial y un avión moderno.

      —¿Va sobre vuelo la clase de hoy? —preguntó.

      La Sra. Belfry se sobresaltó, pues era evidente que no se había dado cuenta de que uno de sus alumnos había entrado.

      —Ah, Oliver —dijo, sonriente—. Buenos días. Sí, así es. Pero supongo que tú ya sabes un par de cosas sobre este tipo de inventos.

      Oliver asintió. Su libro de inventores tenía una sección entera sobre vuelo, desde los primeros globos inventados por los hermanos franceses Montgolfier, pasando por el primer aeroplano de los hermanos Wright hasta llegar a la ingeniería aeroespacial. Igual que el resto de las páginas del libro, había leído tantas veces esta sección que en su mayoría había aprendido de memoria.

      La Sra. Belfry sonreía como si ya hubiese adivinado que Oliver sería una fuente de conocimiento sobre este tema en particular.

      —Podrías ayudarme a explicar algo de física a los demás —le dijo.

      Oliver se sonrojó mientras tomaba asiento. Odiaba hablar en voz alta delante de sus compañeros de clase, especialmente desde que ya era un sospechoso de empollón, y confirmarlo daba la sensación de que alardeaba más de lo que él realmente deseaba. Pero la Sra. Belfry tenía una manera de ser tranquilizadora, como si pensara que el conocimiento de Oliver era algo que debía celebrarse en lugar de ridiculizarse.

      Oliver escogió una silla cerca de la parte delantera de la clase. Si es que se veía forzado a hablar en voz alta, prefería no tener treinta pares de ojos mirándolo embobado mientras lo hacía. Por lo menos, de esta forma solo sería consciente de los otros cuatro niños de la primera fila que lo mirasen.

      Justo entonces, los compañeros de Oliver empezaron a entrar y a tomar asiento. El ruido en el aula empezó a intensificarse. Oliver nunca entendía cómo las otras personas tenían tanto de que hablar. Aunque él podría hablar sobre inventores e inventos eternamente, no había mucho más de lo que él sintiera la necesidad de hablar. Siempre le desconcertaba cómo las otras personas conseguían conversación tan fácilmente y cómo compartían tantas palabras sobre lo que, en su mente, parecía casi nada importante.

      La Sra. Belfry empezó su clase, haciendo señales con las manos intentando que todos se callaran. Oliver se sentía muy mal por ella. Siempre parecía una batalla conseguir que los niños escucharan. Y ella era tan dulce y tenía la voz tan suave que nunca recurría a alzar la voz o a gritar, así que sus intentos por hacer callar a todo el mundo tardaban un buen rato en funcionar. Pero, finalmente, el parloteo empezó a desvanecerse.

      —Niños —empezó la Sra. Belfry—, hoy tengo un problema que necesita solución —Levantó un palito de helado—. Me pregunto si alguien puede decirme cómo hacerlo volar.

      Una ola de alboroto recorrió el aula. Alguien gritó:

      —¡Láncelo!

      La Sra. Belfry hizo lo que sugirieron. El palito de helado viajó menos de un metro antes de caer al suelo.

      —Mmm, СКАЧАТЬ