Rebelde, Pobre, Rey . Морган Райс
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СКАЧАТЬ puede ser que pensaran que no podrían entrar sin tomar una puerta, y quedaran atrapados allí mientras el ejército avanzaba. En el peor de los casos… en el peor de los casos, puede que ya estuvieran muertos.

      Sartes negó con la cabeza. No iba a creer aquello. No podía. Ceres encontraría el modo de superar todo aquello, y ganar. Anka era más ingeniosa que cualquier persona que jamás hubiera conocido. Su padre era fuerte y firme, mientras que los otros rebeldes tenían la determinación que les daba el saber que su causa era honrada. Encontrarían la manera de vencer.

      Sartes debía pensar que lo que le estaba sucediendo a él también era temporal. Los rebeldes ganarían, lo que significaba que capturarían a Estefanía y ella les contaría lo que había hecho. Irían a por él, como su padre y Anka hicieron cuando se había quedado atrapado en el campamento del ejército.

      Pero a qué lugar tendrían que venir. Sartes echó un vistazo mientras la carreta avanzaba dando tumbos a través del paisaje, y vio que la llanura daba paso a canteras y a un entorno rocoso, a charcos burbujeantes de oscuridad y calor. Incluso desde donde él estaba, sentía el olor penetrante y amargo del alquitrán.

      Había gente allí, trabajando en filas. Sartes vio que estaban encadenados por parejas mientras excavaban el alquitrán con cubos y lo recogían para que otros pudieran usarlo. Vio que los guardias estaban encima de ellos con látigos y, mientras Sartes miraba, un hombre se desplomó a causa de la paliza que estaba recibiendo. Los guardias le quitaron la cadena y de una patada lo arrojaron al hoyo de alquitrán más cercano. El alquitrán tardó un buen rato en tragarse sus gritos.

      Entonces Sartes quiso apartar la vista, pero no pudo. No podía desviar la mirada de todo aquel horror. De las jaulas que había al aire libre y que evidentemente eran las casas de los prisioneros. De los guardias que los trataban como si fueran poco más que animales.

      Observó hasta que la carreta se detuvo de forma abrupta, y los soldados la abrieron con armas en una mano y cadenas en la otra.

      “Prisioneros fuera”, gritó uno. “¡Fuera, o prenderé fuego a la carreta con vosotros dentro, escoria!”

      Arrastrando los pies, Sartes salió a la luz con los demás, y ahora pudo internalizar aquel horror por completo. Los gases de aquel lugar eran casi abrumadores. Las canteras de alquitrán que los rodeaban burbujeaban con unas combinaciones extrañas e impredecibles. Mientras Sartes estaba mirando, un trozo de tierra que estaba cerca de una de las canteras cedió y cayó dentro del alquitrán.

      “Estas son las canteras de alquitrán”, anunció el soldado que había hablado. “No os molestéis en acostumbraros a ellas. Habréis muerto mucho antes de que esto suceda”.

      Lo peor, intuía Sartes mientras le colocaban un grillete en el tobillo, era que era posible que tuviera razón.

      CAPÍTULO CINCO

      Thanos deslizó su pequeña barca por la pizarra de la playa, apartando la vista de los grilletes que estaban allí colocados bajo la línea de la marea. Se dirigió hacia la playa, sintiéndose expuesto a cada paso que daba sobre la roca gris del lugar. Sería demasiado fácil que lo vieran allí, e indudablemente Thanos no quería ser visto en un lugar como aquel.

      Subió con dificultad por un camino y se detuvo, sintiendo rabia e indignación a la vez al ver lo que había a lo largo de cada lado del camino. Allí había artefactos, horcas y pinchos, ruedas y patíbulos, evidentemente todos destinados a dar una muerte desagradable a aquellos que estaban allí dentro. Thanos había oído hablar de la Isla de los Prisioneros, pero aún así, lo perverso de aquel lugar hacía que deseara eliminarlo.

      Continuó subiendo por el camino, pensando en lo que supondría para cualquier persona que la llevaran allí, acorralado por paredes rocosas y sabiendo que lo único que le aguardaba era la muerte. ¿Realmente Ceres había terminado en aquel lugar? Solo pensar en ello, hacía que a Thanos se le encogiera el estómago.

      Más adelante, Thanos escuchaba aullidos, gritos y lloros que tanto podían proceder de un animal como de un humano. Había algo en aquel ruido que lo paralizaba, su cuerpo le decía que estuviera preparado para la violencia. Se apartó a toda prisa del camino y sacó la cabeza por encima del nivel de las piedras que le obstruían la visión.

      Lo que vio más allá le hizo fijar la mirada. Un hombre estaba corriendo, sus pies descalzos dejaban manchas de sangre sobre el suelo de piedra. La ropa que llevaba estaba rasgada y rota, una manga le colgaba del hombro, un gran jirón en la espalda mostraba la herida que había debajo. Tenía el pelo despeinado y la barba todavía más. Solo el hecho de que su ropa era de seda daba a entender que no había vivido en estado salvaje toda su vida.

      El hombre que lo perseguía, de todos modos, parecía todavía más salvaje y había algo en él que hacía sentir a Thanos como la presa de un gran animal con solo mirarlo. Llevaba una mezcla de pieles que parecía que hubiera robado de una docena de sitios diferentes, y tenía el rostro manchado de barro con un dibujo que hacía sospechar a Thanos que estuviera pensado para permitirle camuflarse en el bosque. Llevaba un garrote y un puñal corto, y los alaridos que emitía mientras perseguía al otro hombre hacían que a Thanos se le erizara el vello.

      Por instinto, Thanos fue hacia delante. No podía quedarse quieto y ver cómo asesinaban a alguien, incluso aquí, donde todos habían sido enviados por cometer algún crimen. Fue a toda prisa por la cuesta, y bajó a toda velocidad hacia un lugar donde los dos pasarían corriendo. El primero de los hombres lo esquivó. El segundo se detuvo mostrando sus dientes afilados al sonreír.

      “Parece que hay alguien más a quien cazar”, dijo, y se lanzó sobre Thanos.

      Thanos reaccionó con la velocidad que le permitía un largo entrenamiento, moviéndose para evitar el primer golpe de cuchillo. El garrote le alcanzó el hombro, pero ignoró el dolor. Giró el puño de forma brusca y rápida, sintiendo el impacto al tocar la mandíbula del otro hombre. El hombre salvaje cayó, inconsciente, antes de tocar el suelo.

      Thanos echó un vistazo alrededor, y vio que el primer hombre lo estaba mirando fijamente.

      “No te preocupes”, dijo Thanos, “no te haré daño. Me llamo Thanos”.

      “Herek”, dijo el otro hombre. Para Thanos, su voz sonaba oxidada, como si no hubiera hablado con nadie durante mucho tiempo. “Yo…”

      Se escuchó otra voz procedente de atrás, de la zona arbolada de la isla. Esta parecía ser el conjunto de muchas voces unidas en algo que incluso Thanos pensó que era aterrador.

      “Rápido, por aquí”.

      El otro hombre agarró a Thanos por el brazo y tiró de él hasta llevarlo a una serie de rocas más grandes. Thanos lo siguió, se agachó en un sitio en el que no podía ser visto desde el camino principal, pero desde donde todavía podían detectar las señales de peligro. Thanos sentía el miedo del otro hombre mientras estaban agachados, e intentaba estar lo más tranquilo posible.

      Thanos deseaba haber cogido el cuchillo del hombre que había derribado, pero ahora ya era demasiado tarde para ello. En cambio, solo podía quedarse allí mientras esperaban que otros cazadores bajaran al lugar donde ellos habían estado.

      Vio que se acercaban en grupo, y no había dos iguales. Todos llevaban armas que evidentemente habían hecho con lo que tenían a mano, mientras que los que aún llevaban algo más que simples trozos de ropa vestían una extraña mezcla de cosas que era obvio que habían sido robadas. Allí había hombres y mujeres, que СКАЧАТЬ