Название: Canalla, Prisionera, Princesa
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: De Coronas y Gloria
isbn: 9781632919090
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Una criatura, más grande que un humano y cubierta por un pelo enmarañado, entró con un pesado movimiento. Unos colmillos sobresalían de su cara, parecida a la de un oso, mientras unas protuberancias espinosas lo hacían a lo largo de la espalda de la criatura. En los pies tenía unas garras tan largas como puñales. Ceres no sabía qué era, pero no le hacía falta para saber que sería mortífera.
La criatura con aspecto de oso se puso sobre sus cuatro patas y corrió hacia delante, mientras Ceres preparaba su espada.
Primero llegó hasta el combatiente caído y Ceres hubiera apartado la vista si se hubiera atrevido. El hombre gritó cuando esta se abalanzó sobre él, pero no hubo modo de salir rodando de su camino. Aquellas garras gigantes se clavaron hacia abajo y Ceres escuchó el crujido de su coraza al ceder. La bestia rugía mientras atacaba salvajemente a su antiguo contrincante.
Cuando alzó la vista, sus dientes estaban cubiertos de sangre. Miró hacia Ceres, le enseñó los dientes y embistió.
Apenas le dio tiempo de apartarse a un lado, mientras daba cuchilladas a su paso. La criatura soltó un grito de dolor.
Sin embargo, el mismo impulso arrancó la espada de sus manos, con la sensación de que podría arrancarle el brazo si no la soltaba. Observó horrorizada cómo su espada iba dando vueltas por la arena hasta ir a parar a uno de los hoyos.
La bestia continuaba avanzando y Ceres, frenética, bajó la vista hacia el lugar donde los dos trozos de la lanza rota estaban sobre la arena. Se lanzó hacia ellos, agarró uno de los trozos y rodó en un solo movimiento.
Mientras ella se levantaba sobre una rodilla, la criatura ya estaba atacando. Se dijo a sí misma que no podía correr. Esta era su única oportunidad.
Iba disparada hacia ella, el peso y la velocidad de aquella cosa hicieron que Ceres se pusiera de pie. No había tiempo para pensar, no había tiempo para tener tiempo. Ella atacaba con el trozo roto de su lanza, dando golpes una y otra vez con él mientras se le acercaban las garras de la bestia con aspecto de oso.
Su fuerza era terrible, demasiada para igualarla. Ceres sintió que sus costillas podían estallar por su presión, la coraza que llevaba crujía bajo la fuerza de la criatura. Sentía sus garras como un rastrillo sobre su espalda y sus piernas, la agonía la abrasaba por dentro.
Su pellejo era demasiado grueso. Ceres le daba más y más golpes, pero sentía que la punta de su lanza apenas penetraba su carne mientras la criatura la atacaba y sus garras rasgaban todos los trozos de piel que estuvieran al descubierto.
Ceres cerró los ojos. Con todas sus fuerzas, fue en busca del poder que tenía dentro, sin saber incluso si funcionaría.
Se sintió sobrecargada con una bola de poder. Entonces lanzó toda su fuerza hacia la lanza, arrojándola sobre el espacio donde ella esperaba que estuviera el corazón de la criatura.
La bestia chilló a la vez que retrocedía para apartarse de ella.
La multitud bramó.
Ceres, con el escozor que le provocaba el dolor de sus rasguños, salió como pudo de debajo de ella y se puso frágilmente de pie. Bajó la mirada hacia la bestia, que tenía la lanza clavada en el corazón, a la vez que daba vueltas y gimoteaba, haciendo un ruido que parecía demasiado pequeño para algo tan grande.
Entonces se puso rígida y murió.
“¡Ceres! ¡Ceres! ¡Ceres!”
El Stade se llenó de ovaciones nuevamente. Allá donde Ceres mirara, había gente aclamando su nombre. La nobleza y pueblo llano por igual parecían estar unidos por el canto, perdidos en aquel momento de su victoria.
“¡Ceres! ¡Ceres! ¡Ceres!”
Se empapó de ello. Era imposible que la sensación de adulación no la atrapara. Todo su cuerpo parecía vibrar con el canto que la rodeaba y ella extendió los brazos como para recibirlo todo. Se dio la vuelta dibujando lentamente un círculo, observando los rostros de aquellos que un día antes no habían ni oído hablar de ella, pero que ahora la trataban como si fuera la única persona del mundo que importara.
Ceres estaba tan prendida por aquel momento que apenas ya sentía el dolor de las heridas que había sufrido. Ahora le dolía el hombro y lo tocó con una mano. Al retirarla estaba empapada, aunque su sangre todavía era de un rojo vivo a la luz del sol.
Ceres miró fijamente aquella mancha durante varios segundos. La multitud todavía cantaba su nombre, pero el latir de su corazón en sus oídos de repente parecía mucho más fuerte. Alzó la vista hacia la multitud y le llevó un instante darse cuenta de que lo estaba haciendo sobre sus rodillas. No recordaba haber caído sobre ellas.
Por el rabillo del ojo, Ceres vio que Paulo se acercaba a toda prisa, pero parecía muy lejano, como si no tuviera nada que ver con ella. La sangre goteaba desde sus dedos hasta la arena, oscureciendo allá donde tocaba. Nunca se había sentido tan desubicada, tan mareada.
Y la última cosa de la que fue consciente fue que ya estaba cayendo de cara, hacia el suelo de la arena y sentía que sería incapaz de volverse a mover.
CAPÍTULO DOS
Thanos abrió lentamente los ojos, confuso mientras sentía que las olas golpeaban sus tobillos y sus muñecas. Bajo él, la áspera arena blanca de las playas de Haylon. Un rocío salado llenaba su boca de vez en cuando, haciendo difícil el respirar.
Thanos miró hacia los lados a lo largo de la playa, incapaz de hacer algo más que aquello. Incluso eso era una lucha, mientras perdía y recuperaba de nuevo la conciencia. En la distancia, le pareció distinguir las llamas y los ruidos de la violencia. Los gritos llegaban hasta él, junto al ruido del acero contra el acero.
La isla, recordó. Haylon. Su ataque había comenzado.
¿Entonces por qué estaba él tumbado sobre la arena?
Al dolor que tenía en el hombro le llevó un instante responder a aquella pregunta. Hizo un gesto de dolor al recordarlo. Recordó el momento en el que le clavaron la espada, hiriéndole en la parte superior de la espalda por detrás. Recordó la conmoción al haberlo traicionado el Tifón.
El dolor quemaba en el interior de Thanos, extendiéndose como una flor desde la herida que tenía en la espalda. Le dolía cada vez que respiraba. Intentó levantar la cabeza, pero solo consiguió desmayarse.
Cuando volvió a despertar, estaba de nuevo de cara a la arena y solo supo que el tiempo había pasado porque la marea había subido un poco y el agua golpeaba ahora su cintura en lugar de sus tobillos. Finalmente consiguió subir la cabeza lo suficiente para ver que habían otros cuerpos en la playa. Los muertos parecían cubrir el mundo, se extendían por las blancas playas tan lejos como le alcanzaba la vista. Vio hombres con la armadura del Imperio, tumbados donde habían caído, mezclados con los defensores que habían muerto protegiendo su hogar.
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