Название: El Peso del Honor
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Зарубежное фэнтези
Серия: Reyes y Hechiceros
isbn: 9781632913975
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“¿Y si veo algo?” preguntó Merk.
“Suena la campana,” dijo.
Señaló con la cabeza y Merk vio una ventana instalada junto a la ventana.
“Ha habido muchos ataques contra nuestra torre al paso de los siglos,” Vicor continuó. “Todos han fallado gracias a nosotros. Somos los Observadores, la última línea de defensa. Todo Escalon nos necesita y hay muchas maneras de defender una torre.”
Merk lo observó irse y, mientras se acomodaba en su estación en silencio, se preguntaba: ¿qué era en lo que se había metido?
CAPÍTULO SEIS
Duncan guiaba a sus hombres cabalgando bajo la luz de la luna, atravesando las llanuras nevadas de Escalon con el paso de las horas y dirigiéndose hacia el horizonte hacia Andros. La cabalgata nocturna le trajo memorias de batallas pasadas, del tiempo que pasó en Andros sirviendo al antiguo Rey; se perdió en sus pensamientos, en memorias que se mezclaban con el presente y con fantasías del futuro hasta que no pudo distinguir lo que era real. Como siempre, sus pensamientos giraron hacia su hija.
Kyra. ¿Dónde estás? se preguntaba.
Duncan oró por que estuviera segura y progresara en su entrenamiento, y por que pronto se reunieran. ¿Podría ella invocar a Theos de nuevo? se preguntó. Si no, no sabía si podrían ganar esta guerra que ella había empezado.
El incesante sonido de los caballos y armaduras llenaba la noche. Duncan apenas sentía el frío con el corazón cálido por la victoria, por el impulso, por el creciente ejército que lo seguía y por la anticipación. Finalmente después de todos estos años sentía que las cosas giraban a su favor. Sabía que Andros estaría protegido por un ejército profesional, que estarían superados en número, que la capital estaría fortificada y que no contaban con los hombres suficientes para organizar un asedio. Sabía que le esperaba la batalla de su vida, una que determinaría el destino de Escalon. Pero este era el peso del honor.
Duncan también sabía que él y sus hombres tenían una causa de su lado, un deseo y propósito; y más que nada, velocidad y el elemento de la sorpresa. Los Pandesianos nunca esperarían un ataque a la capital, no por personas subyugadas y nunca de noche.
Finalmente, mientras empezaba a amanecer aún con un azul opaco, Duncan vio en la distancia cómo empezaban a aparecer los contornos familiares de la capital. Era una vista que no había esperado ver en su vida, una que hizo que se le acelerara el corazón. Las memorias de todos los años que vivió ahí volvieron apresuradamente, del tiempo en que había servido lealmente al rey y al país. Recordó a Escalon en la cúspide de su gloria, una nación libre y orgullosa, una que parecía invencible.
Pero esto también le trajo memorias amargas: la traición del débil Rey hacia su gente, el cómo había entregado Escalon y su capital. Recordó cómo él y todos los jefes militares se dispersaron obligados a retirarse en vergüenza, exiliados a sus propias fortalezas en Escalon. El ver los majestuosos contornos de la ciudad le hicieron sentir deseo y nostalgia y miedo y esperanza al mismo tiempo. Estos eran los contornos que habían marcado su vida, los límites de la ciudad más grande de Escalon, gobernada por reyes por siglos, extendiéndose tan lejos que era difícil ver dónde terminaba. Duncan respiró profundo al ver los familiares parapetos y cúpulas y chapiteles, todos arraigados profundamente en su alma. De algún modo, era como regresar a casa; excepto que Duncan ahora no era el derrotado y leal comandante que alguna vez había sido. Ahora era más fuerte, no le respondería a nadie, y traía un ejército a las espaldas.
Mientras amanecía, la ciudad seguía alumbrada por antorchas, lo que quedaba de la guardia nocturna empezaba a recibir la mañana entre la niebla y, mientras Duncan se acercaba, vio algo más que hizo que su corazón le ardiera: las banderas azul y amarillo de Pandesia ondeando orgullosamente sobre las almenas de Andros. Esto le hizo sentirse enfermo y renovó su sentido de determinación.
Duncan inmediatamente examinó las puertas y se sintió animado al ver que estaban guardadas sólo por unos cuantos soldados. Respiró aliviado. Si los Pandesianos supieran que venían, habría miles de soldados cuidándolas; y Duncan y sus hombres no tendrían oportunidad. Pero con esto supo que no los esperaban. Los miles de Pandesianos deberían estar aún dormidos. Afortunadamente, Duncan y sus hombres habían avanzado lo suficientemente rápido para tener una oportunidad.
Duncan sabía que este elemento de la sorpresa sería su única ventaja, lo único que les daría una oportunidad de tomar la inmensa capital con sus filas de almenas y diseñada para resistir a cualquier ejército; eso, y el conocimiento de Duncan de sus fortificaciones y puntos débiles. Sabía que algunas batallas se habían ganado con menos. Duncan estudió la entrada de la ciudad y supo en dónde deberían atacar primero si quería tener una oportunidad de ser victorioso.
“¡Quien controla las puertas controla la ciudad!” Les gritó Duncan a Kavos y a sus otros comandantes. “No deben cerrarse, no debemos permitirles cerrarlas sin importar el costo. Si lo hacen, estaremos atrapados definitivamente. Llevaré una pequeña fuerza conmigo e iremos hacia las puertas a toda velocidad. Tú,” dijo señalando a Kavos, Bramthos y Seavig, “lleven al resto de los hombres hacia las guarniciones y protejan nuestros flancos de los soldados que salgan.”
Kavos negó con la cabeza.
“Cargar contra esas puertas con un pequeño grupo es imprudente,” gritó. “Estarás rodeado y, si estoy peleando en las guarniciones, no podré cuidarte la espalda. Es un suicidio.”
Duncan sonrió.
“Y es por eso que lo haré yo mismo.”
Duncan pateó a su caballo y avanzó delante de los otros dirigiéndose hacia las puertas, mientras Anvin, Arthfael y una docena de sus más cercanos comandantes, hombres que conocían Andros tan bien como él, hombres con los que había peleado toda su vida, lo siguieron como él esperaba que lo hicieran. Todos se dirigieron hacia las puertas de la ciudad a toda velocidad mientras, detrás de ellos, Duncan vio cómo Kavos, Bramthos, Seavig, y el resto del ejército se dirigieron hacia las guarniciones Pandesianas.
Duncan, con el corazón acelerado, sabiendo que tenía que llegar a la puerta antes de que fuera tarde, bajó la cabeza e hizo que el caballo se apresurara. Galoparon hacia el centro de la vereda sobre el Puente del Rey, con las pezuñas resonando en la madera, y Duncan sintió cómo se avecinaba la batalla. Al amanecer, Duncan vio el rostro confundido del primer Pandesiano que los detectó, un soldado joven que hacía guardia medio dormido en el puente, parpadeando mientras su rostro se llenaba de terror. Duncan se acercó, sacó su espada, y en un movimiento rápido lo cortó antes de que pudiera levantar su escudo.
La batalla había empezado.
Anvin, Arthfael, y los otros arrojaron sus lanzas, derribando a una docena de Pandesianos que voltearon hacia ellos. Continuaron galopando sin detenerse sabiendo que esto significaría su vida. Se apresuraron sobre el puente y se abalanzaron sobre las puertas abiertas de Andros.
Aún a unas cien yardas de distancia, Duncan observó las legendarias puertas de Andros, talladas en oro con unos cien pies de altura, diez pies de ancho, y sabía que, si se sellaban, la ciudad sería impenetrable. Ocuparía equipo de asedio profesional, que no tenía, y muchos meses con muchos hombres golpeando las puertas, que tampoco tenía. Estas puertas nunca se habían rendido a pesar de siglos de ataques. Si no las alcanzaba a tiempo, todo estaría perdido.
Duncan analizó a la docena de soldados Pandesianos que las cuidaban, una fuerza ligera, hombres adormecidos СКАЧАТЬ