Название: Un Mandato De Reinas
Автор: Морган Райс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Жанр: Героическая фантастика
Серия: El Anillo del Hechicero
isbn: 9781632915566
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Darius dio un paso a un lado, esquivando el golpe en lugar de afrontarlo y, a continuación, golpeó con el codo la garganta del soldado. Le dio de lleno. El hombre se quedó sin voz y se tambaleó hacia atrás, encorvado, agarrándose la garganta. Darius levantó la empuñadura de su espada y la dirigió hasta la espalda descubierta del soldado, haciendo que cayera de cara al barro.
Al mismo tiempo el otro soldado cargó contra él, y Darius se dio la vuelta, levantó la espada y bloqueó un poderoso golpe que iba dirigido a su cara. El soldado siguió atacando, sin embargo, haciendo que Darius cayera al suelo una y otra vez, con dureza.
Darius sintió cómo sus costillas crujieron cuando el soldado cayó encima suyo, yendo a parar ambos al duro barro dentro de una gran nube de polvo. El soldado soltó su espada y usó sus manos, intentando sacarle los ojos a Darius con los dedos.
Darius lo agarró por las muñecas, echándolas hacia atrás con las manos temblorosas, pero perdiendo la estabilidad. Sabía que debía hacer algo rápidamente.
Darius levantó una rodilla y dio la vuelta, consiguiendo hacer girar al hombre de costado. En el mismo movimiento, Darius alcanzó la larga daga que divisó en el cinturón del hombre y, aprovechando el movimiento, la levantó y la clavó en el pecho del hombre, mientras los dos caían al suelo.
El soldado gritó y Darius, que estaba encima suyo, vio cómo moría delante de sus ojos. Darius estaba allí, congelado, perplejo. Era la primera vez que mataba a un hombre. Era una experiencia surreal. Se sentía victorioso pero entristecido a la vez.
Darius oyó un grito detrás suyo, que lo alertó, y al girarse vio al otro soldado, al que había aturdido, de pie otra vez, corriendo hacia él. Levantó su espada y la balanceó hacia su cabeza.
Darius esperó, concentrado, y se agachó en el último segundo; el soldado pasó tambaleándose por delante de él.
Darius se agachó y cogió la daga del pecho del hombre muerto y dio vueltas sobre sí mismo, mientras el soldado volvía y atacaba de nuevo, Darius, de rodillas, se inclinó hacia delante y la lanzó.
Observó cómo la daga daba vueltas sobre sí misma, para ir a parar finalmente al corazón del soldado, perforando su armadura. El propio acero del Imperio, segundo para nadie, usado contra ellos. Quizás, pensó Darius, deberían haber fabricado armas menos afiladas.
El soldado se desplomó sobre sus rodillas, con los ojos salidos, y cayó de lado, muerto.
Darius oyó un gran grito detrás de él, y saltó sobre sus pies, se dio la vuelta y vio como el capataz se bajaba de su zerta. Frunció el ceño, desenfundó su espada y corrió hacia Darius con un gran grito.
“Ahora tendré que matarte yo mismo”, dijo. “¡Pero no solo te mataré a ti, te torturaré a ti, a tu familia y a todo tu pueblo lentamente!”
Él embistió contra Darius.
Este capataz del Imperio era obviamente un soldado más grande que los demás, más alto y más ancho, con una armadura más grande. Era un guerrero endurecido, el guerrero más grande con el que Darius había luchado jamás. Darius debía admitir que sentía miedo ante este formidable enemigo – pero se negaba a mostrarlo. Al contrario, estaba decidido a luchar con ese miedo, a rechazar el permitir sentirse intimidado. Era solo un hombre, se dijo Darius a sí mismo. Y todos los hombres pueden caer.
Todos los hombre pueden caer.
Darius levantó su espada mientras el capataz se dirigía hacia él, balanceando su gran espada, que brillaba con la luz, de un lado a otro con las dos manos. Darius se movía y bloqueaba los golpes; el hombre golpeaba de nuevo.
A izquierda y a derecha, a izquierda y a derecha, el soldado atacaba y Darius paraba los golpes, el gran sonido de metal sonaba en sus oídos, las chispas volaban por todas partes. El hombre lo obligaba a retroceder, más y más lejos, y Darius necesitaba todo su poder solo para parar los golpes. El hombre era fuerte y rápido y a Darius solo le preocupaba seguir con vida.
Darius fue demasiado lento al parar uno de los golpes y gritó de dolor cuando el capataz encontró una abertura y le rajó el bíceps. Era una herida poco profunda, pero dolorosa y Darius sintió la sangre, su primera herida en una batalla y se quedó aturdido.
Fue un error. El capataz se aprovechó de su duda y le dio una bofetada con su guante. Darius sintió un gran dolor en su mejilla y mandíbula cuando el metal tocó su cara y el golpe lo echó hacia atrás, haciéndolo tropezar unos metros, Darius hizo una nota mental de no parar a mirarse una herida nunca más en plena batalla.
Al notar el sabor de la sangre en sus labios, una furia le invadió. El capataz atacó de nuevo, corrió hacia él, era grande y fuerte, pero esta vez, con el dolor en sus mejillas y sangre en su lengua, Darius no dejó que esto le intimidara. Se habían dado los primeros golpes de la batalla y Darius se dio cuenta de que, por muy dolorosos que fueran, no eran tan malos. Todavía estaba de pie, respirando y vivo.
Y esto quería decir que todavía podía luchar. Podía resistir los golpes y todavía podía continuar. Resultar herido no era tan malo como había temido. Puede que fuera más pequeño, que tuviera menos experiencia, pero se dio cuenta que su habilidad era tan aguda como la de cualquier otro hombre – y podía ser igual de mortal.
Darius soltó un grito gutural y se avalanzó hacia delante, encarando la batalla esta vez en lugar de alejarse asustado de ella. Ya sin ningún miedo a ser herido, Darius levantó la espada con un grito y la dirigió a su oponente. El hombre la paró, pero Darius no se detuvo, moviéndola de un lado para otro una y otra vez, obligando a retroceder al capataz, a pesar de su mayor tamaño y fuerza.
Darius luchaba por su vida, por Loti, luchaba por toda su gente, sus hermanos de armas y, dando golpes a izquierda y derecha, más rápido de lo que jamás lo había hecho, sin permitir ya que el peso del acero lo ralentizara, finalmente encontró una abertura. El capataz gritó de dolor mientras Darius le rajaba el costado.
Se dio la vuelta y miró a Darius con el ceño fruncido, primero con sorpresa y después con venganza en sus ojos.
Gritó como un animal herido y cargó contra Darius. El capataz tiró su espada, corrió hacia delante y rodeó con sus brazos por completo a Darius. Levantó a Darius del suelo, aprétandolo tan fuerte que Darius dejó caer su espada. Todo pasó tan rápido y fue un movimiento tan inesperado, que Darius no pudo reaccionar a tiempo. Él había esperado que su enemigo usara la espada en la batalla, no sus puños.
Darius, colgando por encima del suelo, gimiendo, sentía como si cada hueso de su cuerpo se fuera a romper. Gritaba de dolor.
El capataz lo apretó más fuerte, tan fuerte que Darius tenía la seguridad de que iba a morir. Entonces se inclinó y dio un cabezazo a Darius, golpeando la nariz de Darius con su frente.
Darius sentía que la sangre le salía a borbotones, sintió un horrible dolor en la cara y los ojos, que le escocía, que lo encegaba. Fue un movimiento que no esperaba y, cuando el capataz se inclinó para darle otro cabezazo, Darius, indefenso, estaba seguro de que lo mataría.
El ruido de cadenas cortaba el aire y, de repente, los ojos del capataz se abrieron totalmente y soltó a Darius. Darius, respirando con dificultad, confundido, miró hacia arriba, preguntándose por qué lo había soltado. Entonces vio a Loti, detrás del capataz, rodeándole el cuello con los grilletes que le colgaban, una y otra vez, y apretándolo con todas СКАЧАТЬ