Un Mandato De Reinas . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Un Mandato De Reinas - Морган Райс страница 6

СКАЧАТЬ jefe miró al mástil, y después al barco, entendiéndolo todo. Gwen miró alrededor estudiando el paisaje y vio que los habían remolcado hasta las profundidades de un puerto escondido, rodeado por un denso dosel. Se giró y vio detrás de ellos el mar abierto y supo que el hombre tenía razón.

      El jefe la miró y asintió.

      “¿Quiere salvar a su gente?” preguntó.

      Gwen asintió con firmeza.

      “Sí”.

      Él asintió en respuesta.

      “Los líderes debemos tomar decisiones difíciles”, dijo. “Ahora le toca a usted. Quieren quedaros con nosotros, pero su barco nos matará a todos. Invitamos a desembarcar a su pueblo, pero el barco no se puede quedar. Tendrán que quemarlo. Entonces los acogeremos”.

      Gwendolyn estaba allí, de cara al jefe y su corazón se encogía con el pensamiento. Miró a su barco, el barco que los había llevado a través del mar, había salvado a su gente por medio mundo y su corazón se encogía. Su mente daba vueltas a sentimientos contradictorios. Este barco era su única salida.

      Pero, una vez más, ¿la salida a dónde? ¿De vuelta al interminable mar de la muerte? Su gente apenas podían caminar; necesitaban recuperarse. Necesitaban refugio, puerto y albergue. Y si quemar este barco era el precio por la vida, que así fuera. Si decidieran dirigirse de vuelta al mar, entonces encontrarían otro barco, o construirían otro barco, harían lo que fuera conveniente. Por ahora, tenían que vivir. Esto era lo más importante.

      Gwendolyn lo miró y asintió solemnemente.

      “Que así sea”, dijo.

      Bokbu asintió también con una mirada de gran respeto. Entonces se giró y gritó una orden y a su alrededor todos sus hombres se pusieron en acción. Se dispersaron por todo el barco, ayudando a todos los miembros del Anillo, poniéndolos de pie de uno en uno, guiándolos por la pasarela a la orilla arenosa de abajo. Gwen observaba a Godfrey, Kendrick, Brandt, Atme, Aberthol, Illepra, Sandara y todas las personas que más quería del mundo pasar por delante de ella.

      Estuvo allí esperando hasta que la última persona abandonó el barco, hasta ser la última persona que allí quedaba, solo ella, Krohn a sus pies y a su lado, en silencio, el jefe.

      Bokbu sostenía una antorcha en llamas, que le había pasado uno de sus hombres. Se disponía a tocar el barco con ella.

      “No”, dijo Gwen, agarrándole la muñeca.

      Él la miró sorprendido.

      “Un líder debe destruir lo que es suyo”, dijo ella.

      Gwen cogió la pesada antorcha ardiente con cautela de su mano, entonces se dio la vuelta, secándose una lágrima y apoyó la antorcha en la tela de la vela que estaba recogida en cubierta.

      Gwen  permaneció allí obsevando cómo las llamas prendían, extendiéndose más y más rápido, a lo largo de todo el barco.

      Tiró la antorcha, la temperatura subía muy rápido y se dio la vuelta, Krohn y Bokbu le siguieron y bajaron por la pasarela, en dirección a la playa, a su nuevo hogar, al último lugar que les quedaba en el mundo.

      Mientras miraba alrededor a la extraña jungla, oyendo los extraños chillidos de pájaros y animales que no reconocía, Gwen solo se preguntaba:

      ¿Podían construir un nuevo hogar aquí?

      CAPÍTULO CINCO

      Alistair se arrodilló en la piedra, sus rodillas temblaban por el frío y observaba cómo la primera luz del primer sol del amanecer trepaba por encima de las Islas del Sur, iluminando las montañas y los valles con un suave brillo. Sus manos temblaban, enmanilladas a los cepos de madera mientras se arrodillaba, sobre sus manos y rodillas, reposando el cuello en el sitio donde tantos cuellos habían estado antes que el suyo. Al mirar hacia abajo vio las manchas de sangre encima de la madera, vio los cortes en el cedro donde los filos habían ido a parar antes. Pudo percibir la trágica energía de aquella madera cuando su cuello la tocó, los últimos momentos, las emociones finales, de todos los caídos que habían estado allí antes. Su corazón estaba profundamente triste.

      Alistair miró hacia arriba con orgullo y observó su último sol, observaba el amanecer de un nuevo día, con el sentimiento surreal de que ya no viviría para volver a observarlo. Esta vez lo apreció más de lo que nunca lo había hecho. Mientras observaba en esta fresca mañana, con una suave brisa agitándose, las Islas del Sur se veían más hermosas que nunca, el sitio más hermoso que jamás había visto, árboles floreciendo en explosiones de naranjas y rojos y rosas y lilas mientras sus frutos colgaban en abundancia en este generoso lugar. Lilas pájaros mañaneros y abejas naranjas ya estaban zumbeando en el aire, la suave fragancia de las flores flotaba hacia ella. La neblina brillaba a la luz, dándole a todo un toque mágico. Nunca había sentido tal apego a un sitio; ella sabía que era una tierra en la que hubiera vivido por siempre feliz.

      Alistair escuchó las pisadas de unas botas en la piedra y, al echar una mirada, vio que Bowyer se estaba acercando, deteniéndose a su lado, rayendo la piedra con sus descomunales botas. Sujetaba una enorme doble hacha en su mano, muy cerca a su lado, y la miró frunciendo el ceño.

      Más allá de él, Alistair veía centenares de habitantes de las Islas del Sur, todos en fila, todos ellos leales a él, dispuestos en un enorme círculo alrededor de ella en la ancha plaza de piedra. Todos ellos estaban a casi veinte metros de ella, dejando un ancho espacio solo para ella y Bowyer. Nadie quería estar demasiado cerca cuando la sangre salpicara.

      Bowyer sostenía el hacha con los dedos inquietos, claramente ansioso por terminar con el asunto. Podía ver en sus ojos lo desesperado que estaba por convertirse en Rey.

      Alistair sentía satisfacción por lo menos en una cosa: por muy injusto que fuera, su sacrificio permitiría que Erec pudiera ivir. Esto significaba más para ella que su propia vida.

      Bowyer hizo un paso hacia adelante, se inclinó cerca de ella y le susurró, tan bajo que nadie más pudo oír:

      “Ten la seguridad de que el golpe que te matará será limpio”, dijo, con su aliento rancio en el cuello de ella. “Y el de Erec también”.

      Alistair lo miró alarmada y confusa.

      Él le sonrió, una pequeña sonrisa reservada solo para ella, nadie más la pudo ver.

      “Así es”, susurró él. “Puede que no suceda hoy; puede que no suceda durante muchas lunas. Pero un día, cuando menos se lo espere, tu marido encontrará mi cuchillo en su espalda. Quiero que lo sepas, antes de que te mande al infierno”.

      Bowyer dio dos pasos atrás, apretó fuerte sus manos en el mango del hacha e hizo crujir su cuello, preparándose para dar el golpe.

      El corazón de Alistair palpitaba con fuerza mientras estaba allí arrodillada y se daba cuenta de la profunda maldad que había en este hombre. No solo era ambicioso, sino también un cobarde y un embustero.

      “¡Liberadla!” suplicó de repente una voz, rompiendo la tranquilidad de la mañana.

      Alistair se giró como pudo y vio el caos mientras dos figuras aparecieron de repente de entre la multitud, hacia el límite del claro, hasta que las rechonchas manos de los guardas de Bowyer las frenaron. Alistair se sintió sorprendida y agradecida al ver a la madre y hermana de Erec allí de pie, con miradas furiosas СКАЧАТЬ