Un Mandato De Reinas . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Un Mandato De Reinas - Морган Райс страница 5

СКАЧАТЬ ido bajo cubierta en una tormenta especialmente mala. Ahora entendía que se debía haber escondido en algún sitio bajo cubierta, pasando hambre para que los demás pudieran comer. Así era Krohn. Siempre tan desinteresado. Y ahora que se estaban aproximando a tierra otra vez, reaparecía de nuevo.

      Krohn gemía y le lamía la cara y Gwen lo abrazaba con las últimas fuerzas que le quedaban. Estaba tumbada en el suelo, Krohn a su lado, gimiendo, recostando la cabeza en su pecho, arrimándose a ella como si no hubiera otro sitio en el mundo.

*

      Gwendolyn sintió un líquido, dulce y frío, goteando en sus labios, en su lengua, por sus mejillas y su cuello. Abrió la boca y bebió ansiosamente. Mientras lo hacía, la sensación la despertó de sus sueños.

      Gwen abrió los ojos, bebiendo vorazmente, estaba rodeada de caras desconocidas mientras bebía y bebía hasta toser.

      Alguien la levantó, ella se sentó, tosiendo de forma incontrolable y alguien le dio palmaditas en la espalda.

      “Shhhh”, dijo una voz. “Beba poco a poco”.

      Era una voz amable, la voz de un curandero. Gwen lo miró y vio a un hombre mayor con la cara arrugada, todo su rostro se llenaba de arrugas cuando sonreía.

      Gwen vio docenas de caras desconocidas, la gente de Sandara, mirándola fijamente con calma, examinándola como si fuera una cosa extraña. Gwendolyn, vencida por la sed y el hambre, tendió la mano y, como una loca, agarró el saco de lo que fuera y vertió el líquido en su boca, bebiendo y bebiendo, mordiendo la punta como si no fuera a beber jamás.

      “Poco a poco ahora”, dijo la voz del hombre. “O le sentará mal”.

      Gwen echó un vistazo y vio a docenas de guerreros, el pueblo de Sandara, ocupando su barco. Vio a su propia gente, los supervivientes del Anillo, recostados, arrodillados o sentados, cada uno de ellos ayudados por alquien del pueblo de Sandara, proporcionando a cada uno un saco para beber. Todos estaban volviendo de su límite. Entre ellos vio a Illepra, sujetando a la bebé que Gwen había rescatado en las Islas Superiores y dándole de comer. Gwen se sintió aliviada al oír los lloros de la bebé; se la había pasado a Illepra cuando se sintió demasiado débil para sujetarla y verla viva hacía a Gwen pensar en Guwayne. Gwen estaba decidida a que esta bebé viviera.

      Gwen se sentía más restablecida con cada momento que pasaba, se sentó y bebió más de aquel líquido, preguntándose qué había dentro, su corazón lleno de gratitud hacia aquella gente. Les habían salvado a todos la vida.

      Al lado de Gwen se oyó un gemido, miró hacia abajo y vio a Krohn, todavía allí tumbado, con la cabeza en su regazo; se agachó y le dio de beber del saco y él lo lamió agradecido. Ella le acarició la cabeza cariñosamente; le debía la vida, otra vez. Y verlo le hacía pensar en Thor.

      Gwen miró hacia arriba a toda la gente de Sandara, sin saber cómo darles las gracias.

      “Nos habéis salvado”, dijo. “Os debemos nuestras vidas”.

      Gwen se giró y vio a Sandara acercándose y arrodillándose a su lado y Sandara asintió con la cabeza.

      “Mi pueblo no cree en deudas”, dijo ella. “Creen que es un honor salvar a alguien que está en peligro”.

      La multitud abrió camino y Gwen vio acercarse a un hombre austero, que parecía ser su líder, de unos cincuenta años, con la mandíbula rígida y los labios finos. Él se puso de cuclillas delante de ella, llevaba un gran collar de color turquesa, hecho de conchas que destelleaban con la luz e hizo una reverencia con la cabeza, sus ojos amarillos llenos de compasión mientras la examinaba.

      “Me llamo Bokbu”, dijo, con voz profunda y autoritaria. “Respondimos a la llamada de Sandara porque es una de las nuestras. Os hemos acogido arriesgando nuestras vidas. Si el Imperio nos viera aquí, ahora, con vosotros, nos mataría a todos”.

      Bokbu se puso de pie, con las manos en la cadera y Gwen lentamente se puso de pie, ayudada por Sandara y su curandero y lo miró a la cara. Bokbu suspiró mientras miraba alrededor a toda la gente, al lamentable estado en el que estaba su barco.

      “Ahora están mejor, ahora deben marchar”, dijo una voz.

      Gwen se dio la vuelta y vio a un guerrero musculoso sosteniendo una lanza, descamisado, como los demás, acercándose al lado de Bokbu, mirándolo con frialdad.

      “Envíe a esos extraños de vuelta al mar”, añadió. “¿Por qué derramaremos sangre por ellos?”

      “Yo soy de tu sangre”, dijo Sandara, dando un paso hacia delante y mirando severamente al guerrero.

      “Y por eso no debías haber traído nunca a esta gente aquí, poniéndonos a todos en peligro”, contestó él bruscamente.

      “Tú traes la desgracia a nuestra nación”, dijo Sandara. “¿Has olvidado las leyes de la hospitalidad?”

      “Haberlos traído tú aquí es la desgracia”, replicó él.

      Bokbu alzó sus manos a ambos lados y ellos se callaron.

      Bokbu estaba allí, sin expresión, y parecía estar pensando. Gwendolyn estaba de pie, observándolo todo y se dio cuenta de la precaria situación en la que estaban. Sabía que volver al mar, significaría la muerte instantánea; aunque no quería poner en peligro a aquella gente que la habían ayudado.

      “No queríamos haceros ningún daño”, dijo Gwen, dirigiéndose a Bokbu. “No deseo poneros en peligro. Podemos embarcar ahora”.

      Bokbu negó con la cabeza.

      “No”, dijo. A continuación miró a Gwen, estudiándola con lo que parecía ser admiración. “¿Por qué trajiste a tu pueblo aquí?” preguntó.

      Gwen suspiró.

      “Huimos de un gran ejército”, dijo ella. “Destruyeron nuestra tierra. Vinimos aquí en busca de un nuevo hogar”.

      “Habéis venido al sitio equivocado”, dijo el guerrero. “Este no será vuestro hogar”.

      “¡Silencio!” le dijo Bokbu, dirigiéndole una mirada dura y, finalmente, el guerrero se quedó callado.

      Bokbu se giró a mirar a Gwendolyn, clavándole la mirada.

      “Es una mujer orgullosa y noble”, dijo. “Veo que es una líder. Ha guiado bien a su pueblo. Si los devuelvo al mar, seguro que morirán. Quizás no hoy, pero con toda seguridad en unos días”.

      Gwendoly lo miró inflexible.

      “En ese caso moriremos”, respondió. “No dejaré que su gente muera para que nosotros vivamos”.

      Lo miró decidida, sin expresión, envalentonada por su nobleza y orgullo. Ella vio que Bokbu la estudiaba con un nuevo respeto. Un tenso silencio llenaba el aire.

      “Veo que dentro de usted corre la sangre de un guerrero”, dijo. “Se quedarán con nosotros. Su pueblo se recuperará aquí hasta que estén fuertes y bien. Sin importar cuántas lunas tarden”.

      “Pero mi jefe…” empezó el guerrero.

      Bokbu se dio la vuelta y le lanzó una dura mirada.

      “Mi decisión está tomada”.

      “¡Y СКАЧАТЬ