Un Mandato De Reinas . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Un Mandato De Reinas - Морган Райс страница 15

СКАЧАТЬ se rodea de gente que le dice lo que quiere oír. Que le teme. Pero yo le diré la verdad, la realidad de la situación. El Imperio nos rodeará. Y nos aplastarán. No quedará nada de nosotros, de nuestra ciudad. Debe actuar. Debe negociar una tregua. Pagar el precio que pidan. Antes de que nos maten a todos”.

      Volusia sonreía mientras examinaba la lanza.

      “¿Sabes lo que decían de mi madre?” preguntó ella.

      Soku estaba allí, mirándola sin comprender y negó con la cabeza.

      “Decían que era la Elegida. Decían que nunca sería derrotada. Decían que nunca moriría. ¿Sabes por qué? Porque nadie había empuñado esta lanza en seis siglos. Y ella vino y la empuñó con una mano. Y la usó para matar a su padre y quedarse con su trono”.

      Volusia se giró hacia él, sus ojos radiantes de historia y destino.

      “Decían que la lanza solo sería empuñada una vez. Por la Elegida. Decían que mi madre viviría mil siglos, que el trono de Volusia sería suyo para siempre. ¿Y sabes qué pasó? Yo misma empuñé la lanza y la usé para matar a mi madre”.

      Ella respiró profundamente.

      “¿Qué le dice esto, Señor Comandante?”, dijo ella, “cuando todo el mundo en este universo se arrodille ante mí, cuando no exista ni una sola persona que no conozca, grite y chille mi nombre, entonces sabrás que yo soy la única líder verdadera, y que yo soy el único dios verdadero. Yo soy la Elegida. Porque yo me he elegido a mí misma”.

      CAPÍTULO DIEZ

      Gwendolyn caminaba por la aldea, acompañada de sus hermanos, Kendrick y Godfrey, y por Sandara, Aberthol, Brandt y Atme, con centenas de personas de su pueblo siguiéndola, mientras eran recibidos. Bokbu, el jefe del pueblo, los guiaba y Gwen andaba a su lado, llena de gratitud mientras visitaba el pueblo. Su gente los había acogido, les había proporcionado un refugio seguro y el jefe lo había hecho poniéndose a él mismo en peligro, contra la voluntad de algunos de lo suyos. Los había salvado a todos, los había rescatado de los muertos. Gwen no sabía qué hubieran hecho si no hubiera sido así. Probablemente estarían todos muertos en el mar.

      Gwen también se sentía muy agradecida a Sandara, que había respondido por ellos ante su gente y quien había tenido la sensatez de llevarlos aquí. Gwen miró a su alrededor, observando la escena mientras los aldeanos se amontonaban a su alrededor, observándolos llegar como algo curioso, y se sentía como un animal expuesto. Gwen vio las pequeñas y originales cabañas de barro y vio un pueblo orgulloso, una nación de guerreros con ojos amables, observándolos. Estaba claro que nunca antes habían visto nada parecido a Gwen y su gente. Aunque curiosos, también eran prudentes. Gwen no podía culparles. Una vida como esclavos los había moldeado para ser cautos.

      Gwen vio todas las hogueras que se estaban erigiendo por todas partes y se extrañó.

      “¿Por qué todas estas hogueras?” preguntó.

      “Llegáis en un día de buen augurio”, dijo Bokbu. “Es nuestra festividad de los muertos. Una noche santa para nosotros, sucede solo una vez durante el ciclo del sol. Quemamos hogueras en honor a los muertos y se dice que, durante esta noche, los dioses nos visitan y nos hablan de lo que está por venir”.

      “También se dice que nuestro salvador vendrá en este día”, dijo inesperadamente una voz.

      Gwen miró a su alrededor y vio a un hombre mayor, quizás de unos setenta años, alto, delgado con una apariencia sombría, caminando a su lado, llevando un largo bastón amarillo y vistiendo una túnica amarilla.

      “Le presento a Kalo”, dijo Bokbu. “Nuestro oráculo”.

      Gwen le saludó con la cabeza y él hizo lo mismo, sin expresión.

      “Vuestro pueblo es hermoso”, comentó Gwendolyn. “Percibo el amor de familia aquí”.

      El jefe sonrió.

      “Es joven para ser reina, pero sabia, afable. Es cierto lo que dicen de usted más allá de los mares. Desearía que usted y su gente pudieran quedarse aquí mismo, en el pueblo, con nosotros; pero entenderá que debemos esconderlos de los ojos entrometidos del Imperio. Estarán cerca, no obstante; aquel será su hogar, allí”.

      Gwendolyn siguió su mirada y a lo alto vio una montaña lejana, llena de agujeros.

      “Las cuevas”, dijo él. “Allí estarán seguros. El Imperio no los buscará allí y podrán encender hogueras y preparar su comida y recuperarse hasta que estén bien”.

      “¿Y después?” preguntó Kendrick, uniéndose a ellos.

      Bokbu lo miró, pero antes de que pudiera responder se detuvo, pues delante suyo apareció un aldeano alto y musculoso sujetando una lanza, flanqueado por una docena de hombres musculosos. Era el mismo hombre del barco, el que había protestado por su llegada y no parecía contento.

      “Pones en peligro a todo nuestro pueblo dejando que estén aquí los extraños”, dijo con voz oscura. “Debes devolverlos al lugar del que vienen. No nos corresponde acoger hasta la última raza que el mar arroja hasta aquí”.

      Bokbu negó con la cabeza mientras lo miraba.

      “Tus padres se avergüenzan de ti”, dijo. “Las leyes de nuestra hospitalidad se extienden a todos”.

      “¿Y un esclavo debe cargar con el peso de conceder hospitalidad?” replicó. “¿Cuando no podemos encontrarla nosotros mismos?”

      “El modo en que nos tratan a nosotros no tiene nada que ver con el modo en que nosotros tratamos a los demás”, replicó el jefe. “Y no daremos la espalda a aquellos que nos necesiten”.

      El aldeano miró con burla a Gwendolyn, Kendrick, a los demás y otra vez al jefe.

      “No los queremos aquí”, dijo, muy indignado. “Las cuevas no están lo suficientemente lejos y cada día que estén aquí, estamos un día más cerca de la muerte”.

      “¿Y qué tiene de bueno esta vida a la que te aferras si no la pasas justamente?” preguntó el jefe.

      El hombre lo miró fijamente durante un buen rato y, finalmente, se dio la vuelta y se marchó furioso, seguido de sus hombres.

      Gwendolyn observaba como se iban, extrañada.

      “No le haga caso”, dijo el jefe, mientras continuaba andando y Gwen y los demás hicieron lo mismo a su lado.

      “No quiero ser una carga para ustedes”, dijo Gwendolyn. “Podemos marcharnos”.

      El jefe negó con la cabeza.

      “No se marcharán”, dijo. “No hasta que hayan descansado y estén preparados. Hay otros sitios donde pueden ir en el Imperio, si lo prefieren. Sitios que también están bien escondidos. Pero están lejos de aquí y es peligoso llegar a ellos y deben recuperarse y decidir y quedarse aquí con nosotros. Insisto. De hecho, solo por esta noche, deseo que se unan a nosotros, que participen en las festividades de nuestro pueblo. Ya está anocheciendo, el Imperio no los verá, y es un día importante para nosotros. Sería un honor para mí tenerlos como invitados”.

      Gwendolyn percibió que estaba anocheciendo, vio como encendían las hogueras, los aldeanos vestían sus mejores galas, reuniéndose; escuchó el sonido de un tambor СКАЧАТЬ