Una Subvención De Armas . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Una Subvención De Armas - Морган Райс страница 11

СКАЧАТЬ con aguja e hilo. Selese había sido forzada a usar esta aguja demasiadas veces, y deseaba tener alguna limpia. Pero no tenía otra elección. El soldado gritó de dolor cuando ella cosió una herida vertical, larga, en su bíceps, que parecía no querer permanecer cerrada, supurando continuamente. Selese presionó una mano hacia abajo, tratando de contener el flujo sanguíneo.

      Pero era una batalla perdida. Si tan sólo hubiese llegado a este soldado un día antes, todo hubiese estado bien. Pero ahora su brazo estaba verde. Ella trataba de prevenir lo inevitable.

      "Va a estar bien", le dijo Selese.

      "No, no es así", dijo él, con una mirada de la muerte hacia ella. Selese había visto esa mirada demasiadas veces. "Dígame”. ¿Voy a morir?".

      Selese respiró hondo y contuvo la respiración. No sabía qué responder. Odiaba ser deshonesta. Pero no podía soportar decírselo.

      "Nuestros destinos están en manos de nuestros creadores", dijo. "Nunca es demasiado tarde para cualquiera de nosotros. Beba", dijo ella, tomando un pequeño frasco de Blatox de la cartera de pociones que llevaba en su cintura, poniéndolo en sus labios y acariciando su frente.

      Él puso sus ojos en blanco, y suspiró, tranquilo por primera vez.

      "Me siento bien", dijo.

      Momentos más tarde, sus ojos se cerraron.

      Selese sintió rodar una lágrima por su mejilla y rápidamente la limpió.

      Illepra terminó con sus heridos y cada una de ellas se levantó, agotada, y continuaron caminando juntas hacia el interminable sendero, pasando cadáver tras cadáver. Se dirigieron, inevitablemente, hacia el Este, siguiendo al grupo principal del ejército.

      "¿Acaso estamos haciendo algo aquí?", preguntó finalmente Selese, tras un largo silencio.

      "Por supuesto", respondió Illepra.

      "No parece ser así", dijo Selese. "Hemos salvado a tan pocos y perdido a tantos otros".

      "¿Y qué hay de esos pocos?", preguntó Illepra. "¿No valen nada?".

      Selese pensó.

      "Por supuesto que sí", dijo ella. "¿Y qué hay de los otros?".

      Selese cerró los ojos e intentó pensar en ellos; pero ahora solamente eran caras borrosas.

      Indra meneó la cabeza.

      "Estás pensando de manera equivocada. Eres una soñadora. Muy ingenua. No puedes salvar a todo el mundo. Nosotros no empezamos esta guerra. Sólo la seguimos”.

      Siguieron caminando en silencio, yendo cada vez más al Este, pasando campos de cadáveres. Selese estaba feliz, al menos, por la compañía de Illepra. Se hacían compañía mutuamente y se daban consuelo y habían compartido conocimientos y remedios en el camino. Selese estaba asombrada por la amplia gama de hierbas de Illepra, que ella no había conocido; Illepra, a su vez, se sorprendía continuamente por las extraordinarias pomadas que Selese había descubierto en su pequeño pueblo. Se complementan bien una a la otra.

      Mientras caminaban, examinando una vez más a los muertos, Selese dirigió sus pensamientos hacia Reece. A pesar de todo lo que había a su alrededor, no podía sacarlo de su mente. Ella había viajado todo el camino a Silesia para encontrarlo, para estar con él. Pero el destino los había separado demasiado pronto, esta estúpida guerra los mandaba en diferentes direcciones. Se preguntaba a cada momento si Reece estaba a salvo. Se preguntaba exactamente en qué campo de batalla estaba. Y a cada cadáver que veía, rápidamente le miraba la cara con un sentimiento de temor, esperando y rezando para que no fuera Reece. Sentía un nudo en el estómago con cada cuerpo al que se acercaba, hasta que lo volteaba y le veía la cara y notaba que no era él. Con cada uno, suspiraba de alivio.

      Sin embargo, cada paso que daba la hacía sentir al borde, siempre temiendo encontrarlo con los heridos – o peor aún, con los muertos. No sabía si podría seguir adelante, si así fuera.

      Estaba decidida a encontrarlo, vivo o muerto. Ella había viajado hasta aquí, y no volvería hasta saber el destino de él.

      "No he visto ninguna señal de Godfrey", dijo Illepra, pateando piedras conforme caminaban.

      Illepra había hablado de Godfrey intermitentemente desde que se habían ido, y era obvio que también estaba enamorada de él.

      "Ni yo", dijo Selese.

      Era un diálogo constante entre las dos, cada uno embelesada por los dos hermanos, Reece y Godfrey, dos hermanos que no podían ser más diferentes uno del otro. Selese no podía entender lo que Illepra veía en Godfrey, personalmente. Para ella era sólo un borracho, un hombre tonto, que no debía ser tomado en serio. Era divertido y gracioso y sin duda, ingenioso. Pero no era el tipo de hombre que quería Selese. Selese quería a un hombre sincero, serio, pasional. Anhelaba tener a un hombre que tuviera caballerosidad, honor. Reece era el indicado para ella.

      "No sé cómo pudo él haber sobrevivido a todo esto", dijo Illepra tristemente.

      "Lo amas, ¿verdad?", preguntó Selese.

      Illepra enrojeció y se dio vuelta.

      "Nunca dije nada acerca del amor", dijo ella, defensivamente. "Solamente estoy preocupada por él. Es sólo un amigo".

      Selese sonrió.

      "¿En serio? Entonces, ¿por qué no paras de hablar de él?".

      "¿Eso hago?", preguntó Illepra, sorprendida. "No me había dado cuenta".

      "Sí, constantemente".

      Illepra se encogió de hombros y guardó silencio.

      "Supongo que me saca de quicio, de alguna manera. A veces me pone furiosa. Constantemente estoy sacándolo a rastras de las tabernas. Me promete todo el tiempo, que nunca volverá. Pero siempre lo hace”. Es exasperante, realmente. Lo destruiría, si pudiera”.

      "¿Es por eso que estás tan ansiosa por encontrarlo?", preguntó Selese. "¿Para destruirlo?".

      Ahora fue turno de Illepra sonreír.

      "Tal vez no", dijo ella. "Tal vez también quiero darle un abrazo".

      Ellas rodearon una colina y se encontraron con un soldado, de Silesia. Estaba debajo de un árbol, gimiendo, con su pierna evidentemente rota. Selese podía verlo desde aquí, con su ojo de experta. Cerca de allí, atado al árbol, estaban dos caballos.

      Fueron corriendo a su lado.

      Mientras Selese atendía sus heridas, una profunda cuchillada en el muslo, no pudo evitar preguntarle lo mismo que a todos los soldados que encontraba.

      "¿Han visto a alguien de la familia real?", preguntó ella. ¿Han visto a Reece?".

      Todos los otros soldados se habían dado vuelta y negaron con la cabeza y apartaron la mirada, y Selese estaba tan acostumbrada a la decepción, que  ya esperaba una respuesta negativa.

      Pero, para su sorpresa, este soldado asintió con la cabeza.

      "No he cabalgado con él, pero sí lo he visto, sí, señora".

      Los ojos de Selese se abrieron de par en par de emoción y esperanza.

      “¿Está СКАЧАТЬ