La alhambra; leyendas árabes. Fernández y González Manuel
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La alhambra; leyendas árabes - Fernández y González Manuel страница 21

СКАЧАТЬ fin un dia los convocó el rey Nazar á su palacio de la torre del Gallo de viento, y cuando todos estuvieron reunidos, salió vestido magníficamente en un caballo cubierto de paramentos de brocado, llevado de las riendas de púrpura por dos wazires, rodeado de sus sabios y de sus walíes y seguido de los esclavos negros de su guardia.

      Precedian al rey Nazar timbaleros y trompetas, y de este modo, llevando tras sí á todos los nobles que habia convocado, bajó por Al-Acab31 á la calle de Elvira, y atravesando el barrio que poblaba la tribu de los Gomeles, subió á la Colina Roja.

      En el centro de la cumbre habia una magnífica tienda de seda y oro levantada para el rey.

      Delante de la tienda habia un trono.

      Cuando el rey Nazar llegó junto al trono, descabalgó y descabalgaron los de su comitiva, y de igual manera descabalgaron los caballeros.

      El rey subió sobre el trono, rodeándole los de su séquito, y luego delante del trono y en media luna se estendieron todos los nobles, que pasarian de cuatro mil.

      El rey Nazar paseó por ellos una mirada orgullosa.

      La mirada de un rey que contemplaba delante de sí una caballería tan rica, tan noble y tan valiente.

      – Os he llamado, dijo el rey, para concederos una gracia.

      Salió una aclamacion unánime de las bocas de los caballeros.

      – Todos sois nobles y valientes, y la paz en que estamos con el cristiano, os tenia ociosos y disgustados, convertidos en labradores.

      Contestaron al rey unánimes señales de asentimiento.

      – Mirad las distantes sierras: aquellas son las fronteras de nuestro territorio: de una parte hácia la tramontana tenemos á Murcia, de otra á Jaen, de otra á Córdoba, y allá al frente á Africa.

      Volviéronse las miradas de los caballeros á las distantes fronteras con una avaricia feroz.

      – Vosotros volariais sobre vuestros caballos y sobre vuestras almadias, atravesariais esas fronteras y ese mar, y hariais la guerra si yo os lo permitiese.

      – ¡Sí, sí, sí! gritaron enardecidos de entusiasmo todos los caballeros.

      – Pero yo no puedo permitiros la guerra; tengo asentadas las paces con los reyes de Castilla y Aragon y con los emires de Africa.

      Nublóse el atezado rostro de todos aquellos bravíos guerreros.

      – Mi estandarte real no puede ir delante de vosotros, añadió el rey Nazar.

      – ¿Y cómo hemos de pasar las fronteras cristianas y embestir las riberas de Africa, tienes asentadas paces con los emires moros y los reyes cristianos? dijo uno de los caballeros.

      – Yo no puedo permitiros la guerra: pero vosotros podeis hacer una sola algarada32.

      Volvió á brillar la alegría en el rostro de los caballeros.

      – ¿Una algarada á todo trance, señor? dijo el mismo anciano.

      – Sí, respondió el rey.

      – ¿A la redonda en las fronteras del reino?

      – Sí.

      – ¿Y contra las riberas de Africa?

      – Sí.

      – ¿Y ningun daño nos parará, poderoso señor?

      – Ninguno; pero atended lo que os voy á decir.

      Creció el silencio entre los caballeros.

      – Os permito una algarada de sol á sol contra las fronteras de Córdoba, Jaen, y Murcia, y contra la ribera opuesta de Africa frente á nosotros. Una algarada de sol á sol y nada mas. ¿Me entendeis bien?

      – Sí, sí, poderoso señor.

      – Pero entended mejor lo que os voy á decir: dentro de ocho dias me habeis de entregar en Granada treinta mil cautivos.

      – ¡Treinta mil cautivos! esclamaron con asombro los caballeros moros.

      – Sí, treinta mil cautivos, dijo el rey: uno para cada almena.

      – ¿Pero dónde encontraremos tantos cautivos, poderoso señor?

      – Buscadlos; y… al campo vuestras banderas; á la mar vuestras fustas: pasados ocho soles, me habeis de entregar en Granada treinta mil cautivos, uno para cada almena.

      Y el rey despidió á sus caballeros y se volvió á su castillo.

      – ¡Treinta mil cautivos! decian poco despues aquellos feroces guerreros galopando por los caminos en busca de sus villas y alquerías.

      – ¡Uno para cada almena! murmuraban otros pensativos.

      – ¿Qué pretenderá hacer el rey Nazar? añadian todos.

      XVI

      UNO PARA CADA CAUTIVO

      Maravilláronse los sabios y aturdiéronse los ignorantes con la estraña resolucion del rey Nazar.

      ¿Para qué queria aquellos treinta mil esclavos?

      ¿Qué treinta mil almenas eran aquellas de que habia hablado?

      No se murmuraba de otra cosa en la córte.

      Pero creció la maravilla cuando el rey llamó á ciertos oficiales que se ocupaban en labrar piedras, y encerrado con ellos en su castillo, les dijo:

      – Yo tengo en la sierra canteras de preciosos mármoles: mio es el blanco y brillante, que al marfil semeja: mia la serpentina verde como la esmeralda: mio el granito rojo, verde y azul, y el manchado, que imita á la piel del tigre: ¿cuánto me dareis si os dejo sacar mármoles por dos años de esas canteras?

      – Te daremos diez mil doblas marroquíes, señor, dijo el principal de aquellos menestrales.

      Movió el rey la cabeza.

      – Te daremos veinte mil doblas marroquíes.

      Repitió el rey su movimiento negativo.

      – Te daremos treinta mil doblas marroquíes.

      – Dadme treinta mil morteros de granito negro, dijo el rey, uno para cada cautivo.

      – ¡Ah! señor, ¿y con qué compraremos el granito?

      – Tomadle de mis canteras.

      – ¿Y cómo traeremos tanto mortero?

      – Dejadlos al pie de las canteras.

      – ¿Y en cuánto tiempo, señor, hemos de arrancar el granito y labrarlo?

      – En quince soles.

      – ¡Ah, СКАЧАТЬ



<p>31</p>

La cuesta.

<p>32</p>

Algarada: correría de pocas horas en tierra enemiga, durante la cual incendiaban aldeas y caseríos, cautivaban hombres y mugeres y se volvian con la presa: en esta ocasion la fé de Al-Hhamar respecto á los tratados con sus aliados, era una especie de fé púnica: segun el derecho internacional de aquellos tiempos, no se entendia rota una tregua ni falseado un tratado de paz, porque los vasallos de una de las dos altas partes contratantes, rompiesen por la frontera en algara, hiciesen presas y se volviesen sin pasar adelante: como en aquellos tiempos era muy dificil sostener á la gente rapaz y aventurera, estas correrías eran mútuas, y para prevenirlas no se tomaba otra precaucion que la de guarnecer fuertemente las fronteras: un rey, sin embargo, podia castigar á muerte sus vasallos que hubiesen entrado á saco y degüello por las tierras de aquel con quien tenian estipuladas paces: pero los corredores tenian muy buen cuidado de enviar parte de la presa al rey, mediante cuyo tributo el rey hacia, como suele decirse, la vista gorda, y aun solia elogiar la hazaña.