Название: Episodios Nacionales: De Cartago a Sagunto
Автор: Benito Pérez Galdós
Издательство: Public Domain
Жанр: Зарубежная классика
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Al atardecer de aquel mismo día supe que el veterano de Trafalgar, consecuente con su destino heroico, había muerto en la muralla defendiendo la idea cantonalista, última cristalización de su patriotismo.
Continuó el bombardeo en lo restante de Noviembre, con mucha intensidad durante el día, atenuándose algo por la noche. Los proyectiles de los sitiadores producían más estragos en los edificios de la población que en las fortalezas. La Junta Soberana recorría los castillos y baluartes dando ánimos a los defensores de la Plaza. Ocasiones tuve yo de ver y apreciar por mí mismo el tesón de los Cantonales ante los fuegos Centralistas. Esta virtud les hacía merecedores de la independencia que proclamaban. Había cesado el estruendo importuno de los vítores, arengas y aplausos, y llegado el momento, la función guerrera desarrollábase gravemente, con viril entereza que rayaba en heroísmo.
Accediendo a las súplicas de los Almirantes de las escuadras extranjeras, el General Ceballos concedió armisticios de cuatro y seis horas para que salieran de Cartagena los ancianos, niños y mujeres. Una de éstas, la impaciente Leona, se preparó para escabullirse aprovechando alguna de aquellas claras. Pero yo la disuadí con la promesa de acompañarla si hasta Navidad me esperaba.
A don Jenaro de Bocángel le vi en el baluarte de la Puerta de San José, lacio, trémulo y despintado, no ciertamente con anhelos heroicos, sino con la modesta pretensión de transportar agua, proyectiles y cuanto los combatientes necesitasen. Llevaba las babuchas de orillo y el pardo chaquetón que yo le regalé. En el corto diálogo que sostuvimos me dijo que, según noticias transmitidas por la suegra de su sobrino, la proclamación del Cantón Mantuanodependía de que la indómita Cartago hiciese una defensa heroica, no dejando títere con cabeza en el Ejército de Ceballos.
El 29 de Noviembre marchó la escuadra Centralista a repostarse de carbón en Alicante. El 30 hicieron los Cantonales una salida desde el fuerte de San Julián, causando 25 bajas a los batallones de Figueras y Galicia, que mandó a su encuentro el General Ceballos. Como yo no cesaba en mis investigaciones, allegando datos para los anales de Mariclío, fui a ver a David Montero, y éste me dijo que Ceballos, apretado por el Gobierno para rendir la Plaza en pocos días y no teniendo bajo su mando fuerzas suficientes para consumar empresa tan difícil, había presentado la dimisión. No di crédito a esta noticia. Algunos días después volví a visitar a Montero, encontrándole inquieto y caviloso. Díjome que en sustitución de Ceballos vendría López Domínguez, General joven, procedente del Cuerpo de Artillería, y sobrino de Serrano. No pude arrancarle más confidencias, ni me dio el menor indicio de la fuente de sus informes.
El 5 o el 6 de Diciembre, no acierto a puntualizar la fecha, subí de nuevo a la guarida del mecánico, astrónomo y estratega. Al traspasar la puerta saliéronme al encuentro, desoladas, las dos viejas a quienes mi exaltada mente confundió con las vaporosas figuras de Doña Aritmética y Doña Geografía, las cuales me manifestaron que estaban solas pues don David, después de quemar todos sus papeles, se había marchado una madrugada enviando luego el aviso verbal de que su ausencia duraría largo tiempo. Aquellas pobres mujeres no sabían qué hacer ni a qué santo encomendarse.
Del 12 al 13 llegó López Domínguez y tomó el mando de las fuerzas sitiadoras. Ceballos había marchado ya, dejando interinamente al frente del Ejército Centralista al General Pasarón. Con el nuevo caudillo vinieron los Brigadieres López Pintos y Carmona en sustitución de Azcárraga y Rodríguez de Rivera, que con Pasarón marcharon a Madrid. El primer cuidado de López Domínguez fue recorrer la extensa línea de sitio y revistar las tropas, a las que encontró animosas y disciplinadas. Luego dio una proclama. Siguió después el bombardeo, notándose que la Artillería Centralista hostigaba a la población sin hacer fuego contra los castillos, lo que puso en cuidado a los jefes Cantonales por ver en ello un indicio de secretas connivencias con las guarniciones de los fuertes. Desde que comenzó el bombardeo de Cartagena en 26 de Noviembre hasta que López Domínguez tomó el mando del Ejército Centralista, hizo éste 9.297 disparos de cañón, y la Plaza, sus fortalezas y fragatas 10.159. ¡Una friolera!
En el curso de Diciembre, pude apreciar por observación directa ciertos hechos que explican y corroboran la psicología de las guerras civiles en España. Leed, amigos y parroquianos, lo que a continuación os refiere un observador sincero de los hilos con que se atan y desatan las revoluciones en los tiempos ardorosos y pasionales de nuestra Historia. Cuando arreció el bombardeo pudo advertirse que los jefes de los batallones de Iberia y Mendigorría, que como se recordará se habían pronunciado en favor de los rebeldes de Cartagena, se mostraban inclinados a una pronta capitulación. Tonete Gálvez, que poseía tanta bravura como agudeza y era el hombre de mando en la República Cantonal, con dotes militares, con dotes de estadista y toda la malicia y sagacidad que siempre han sido complemento de aquellas cualidades, supo calar las intenciones de los individuos del Ejército que meses antes, en los torbellinos de Julio y Agosto, se habían pasado al Cantonalismo con armas y bagajes. Los vigilaba cauteloso y al fin descubrió el enredo.
Desempeñando el Coronel Carreras las funciones de Sargento Mayor de la Plaza, dispuso una noche, con el pretexto de defender a Santa Lucía, que salieran el batallón de Mendigorría y Movilizados. Gálvez, noticioso de que se dio a estas fuerzas el mismo santo y seña que tenían los sitiadores para entrar en Cartagena, ordenó al instante la suspensión de la salida, y puso presos al Sargento Mayor y a varios jefes y oficiales, asegurándolos en el castillo de Galeras. Al enterarse el General Contreras de lo que ocurría, subió presuroso al castillo para escuchar las declaraciones de los detenidos. Encerrado Carreras en una estancia, alguien observó que rompía papeles apresuradamente.
En esta operación fue sorprendido, y sus guardianes recogieron los trozos de papel, entregándolos a Gálvez y Contreras, que tuvieron la paciencia de unirlos para obtener el texto completo. Entonces se comprobó que había sido vendida la Plaza: era aquel escrito una lista de comprometidos a entregar Cartagena a los sitiadores, y consignaba las recompensas de grados y el premio pecuniario que por su defección les concedería el Gobierno Central. Ordenose en el acto la prisión de los que aquel documento denunciaba, y dieron con sus huesos en Galeras Pozas, Pernas, Perico del Real y otros muchos militares de diferente rango y categoría.
Pocos días después de este grave suceso, supo Gálvez por un soplo que a las doce de la noche tenían decidido embarcar y marcharse de Cartagena algunos individuos de la Junta Soberana. Eran las ocho cuando, reunida la Junta en el Ayuntamiento, se presentó Tonete en el Salón de sesiones, sin más escolta que su hijo Enrique, su sobrino Paco y el capitán de Voluntarios Tomás Valderrábano. Llevaba Gálvez las manos en los bolsillos del pantalón y en ellos dos pistolas amartilladas. Apenas traspuso la puerta dijo a los reunidos: «No se mueva nadie. Al que intente salir le levanto la tapa de los sesos, y si alguno se me escapa, en la calle será recibido a tiros».
– ¿Puedo yo moverme? – preguntó el General Ferrer.
– Puede usted pasearse dentro de esta sala; pero nada más – contestó Gálvez con sequedad y entereza, añadiendo sin más preámbulos. – Han sido ustedes descubiertos, caballeros.
Quedaron corridos como monas los señores de la Junta que estaban en el ajo. Estrechó Tonetela mano a los que consideraba leales al Cantón; a los demás dijo que quedaban en libertad, que podían ausentarse de Cartagena previo aviso, y que sí alguno permanecía en la ciudad y hacía traición a la Causa sería fusilado en el acto sin compasión.
VI
Ante sucesos de tal trascendencia no podía faltar la bíblica salmodia del bueno de don Roque. Resonó en un escrito jeremíaco recomendando que al imponer castigo a los desleales, se hiciera justicia magnánima, generosa, clemente… Decíase por aquellos días que López Domínguez había pedido cuatro mil hombres СКАЧАТЬ