Название: Río torrentoso
Автор: Lawrence M. Friedman
Издательство: Bookwire
Серия: Extramuros
isbn: 9786123251567
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Por lo tanto, la movilidad tiene un significado que va más allá del simple cambiar de casa, calle, ciudad, o estado. La movilidad también significa movimiento en el espacio social: movimiento hacia arriba y hacia abajo, en términos de nivel y estatus. En el mundo moderno —el mundo en el que vivimos— el nivel, el estatus, y la posición social de una persona no están totalmente fijos al nacer, en comparación a como ocurría en las sociedades pasadas. En los viejos tiempos, un noble nacía, vivía y moría noble; un plebeyo lo mismo. Desde el comienzo de la revolución industrial, en Europa y América del Norte, la posición y el estatus se volvieron (relativamente hablando) más fluidos y flexibles. En Estados Unidos, que ya era algo atípico, no había distinción entre nobles y plebeyos, y, por supuesto, no había rey. La Declaración de Independencia anunció que todos los hombres fueron “creados iguales”. Esta fue, en ese momento, una declaración revolucionaria. No obstante, no se entendió literalmente. Ciertamente nunca se aplicó a los esclavos, o incluso a los negros libres; ni para las mujeres, o los miembros de las tribus nativas. Esto es obvio. Pero incluso para los hombres blancos, incluso si ellos fueron creados iguales (lo que sea que eso signifique teológicamente), ciertamente no fueron iguales desde el momento en que fueron ‘depositados’ en la Tierra. Estados Unidos tenía su propio conjunto de marcadores de estatus. Había ricos y pobres; estaban los educados y los no educados. Había hombres que trabajaban con sus manos y hombres que trabajaban con sus mentes. No obstante, había más ‘igualdad’ en los Estados Unidos que en Inglaterra o en el continente europeo, y mucho más que en China o África.
Incluso en Inglaterra, un país orgulloso de su sistema constitucional, el rey (o reina, durante el largo reinado de Victoria) se situó en la cima social de la sociedad; había nobles, aristócratas, y las clases estaban fuertemente divididas. Una pequeña élite, la nobleza terrateniente, poseía casi toda la tierra. Una rama de la legislatura fue reservada para la nobleza —la Cámara de los Lores. La otra rama era la Cámara de los Comunes, pero sus miembros apenas si eran personas comunes. Los miembros de esta Cámara servían sin paga, y eran, casi invariablemente, miembros de una élite pequeña y rica. La movilidad geográfica era, claramente, cada vez más una realidad. La población estaba creciendo rápidamente. La gente abandonaba pueblos y granjas para vivir en las ciudades, o para trabajar en fábricas en ciudades industriales. La sociedad victoriana “estaba fuertemente estructurada”; pocas personas en Inglaterra lograron salvar el abismo entre los trabajadores manuales y los trabajadores de ‘cuello blanco’; o entre arrendatarios y terratenientes. Aun así, el cambio estaba ocurriendo, lentamente, pero de manera definitiva. Al menos algunos de los recién llegados a la vida de la ciudad consiguieron un trabajo con más prestigio y se unieron a una creciente clase media.11
Estados Unidos era significativamente diferente del viejo país en la estructura de clases. Aquí, especialmente en el norte y el medio oeste, millones de familias comunes poseían una granja o un pequeño lote en la ciudad. En términos generales, no había grandes propiedades con arrendatarios que pagaran el alquiler (las vastas propiedades de los ‘patronos’ del Estado de Nueva York, y partes de la plantación del Sur eran excepciones). En el período inicial de la República, solo los hombres blancos que poseían propiedades o pagaban impuestos tenían derecho a votar en muchas jurisdicciones. Kentucky abolió el requisito de la propiedad ya en 1792; a mediados del siglo XIX, todos los estados prácticamente lo habían eliminado; en algunos estados el requisito de pago de impuestos sobrevivió; pero, por lo demás, los hombres blancos adultos podían votar sin mayores restricciones.12 Esto era así en algunos otros países en ese momento, pero ciertamente no en Inglaterra, donde la franchise estaba severamente restringida, y en los llamados ‘distritos podridos’, un puñado de electores tenían derecho a elegir un miembro del Parlamento, antes de Ley de Reforma de 1832. Por supuesto, los líderes de la sociedad estadounidense eran, a su manera, patricios —piénsese en Washington o Jefferson; pero en el norte y el medio oeste, en particular, los votantes y los titulares de cargos, especialmente en el gobierno estatal y local, reflejaron un trasfondo social más variado.
La igualdad (en el sentido estadounidense) era más que una cuestión de dinero y posición; también era una cuestión de cultura; una forma de actuar o comportarse, incluso de hablar. En la famosa obra de George Bernard Shaw, Pygmalion, el profesor Higgins, un experto en lengua inglesa especializado en la forma en que la gente hablaba y se expresaba, apostó a que podía convertir a una vendedora de flores cockney en una dama de la moda, simplemente enseñándole a imitar los acentos de la clase alta. Y en ello fue completamente exitoso. Mostró cómo el comportamiento podría determinar la clase y, por lo tanto, cómo podría afectar las oportunidades de la vida en general. En los Estados Unidos, así como en Inglaterra, las formas de hablar y actuar fueron marcadores de clases e influyeron en las oportunidades de vida; pero probablemente en el primero ocurría en menor grado que en el segundo. Los modales estadounidenses tenían un fuerte sabor igualitario. Esto fue algo que ‘golpeó’ con fuerza a los visitantes extranjeros. Los sirvientes en América eran considerados como una ‘ayuda’, no como sirvientes en sí; y, asimismo, los ‘ayudantes’ se negaron a comportarse de una manera servil.13 Quienes visitaban Estados Unidos, y que publicaban libros sobre sus viajes, eran, por supuesto, personas de alto estatus. ¿Quién más podría pagar este tipo de viaje? No obstante, estaban sorprendidos (e impresionados o a veces conmocionados) por los modales estadounidenses (o la falta de modales). Los estadounidenses simplemente no eran deferentes. Estos viajantes de la clase alta encontraron a los estadounidenses bastante toscos y vulgares. Sus modales estaban muy por debajo de los estándares europeos, decían. Los hombres masticaban tabaco, y en el teatro de Washington, escupir era, según la Sra. Trollope (quien escribió un libro sobre sus viajes) “incesante”. 14 Su hijo Anthony visitó los Estados Unidos en la década de 1860. Estuvo de acuerdo con la opinión de su madre sobre el país. Los estadounidenses eran groseros, no tenían sentido del comportamiento apropiado, y carecían de respeto por la autoridad. Y sintió que fue “tratado con el jactancia de la igualdad”. Un viajero, dijo, pronto descubriría que “los callos de su conservadurismo proveniente del Viejo Mundo serán pisoteados cada hora por la manada deliberadamente viciosa de la democracia grosera.”15 Según los estándares británicos de la clase alta, los estadounidenses eran realmente agresivos y vulgares.
Los estadounidenses estaban orgullosos de este rasgo: por sus formas democráticas (como lo fueron), y su sentido de la igualdad de condición. Por supuesto, los estadounidenses no eran ingenuos; sabían que las personas no eran realmente iguales en riqueza, carácter o habilidad. Pero estaban seguros de que su país le daba a la gente oportunidades que estaban cerradas en el Viejo Mundo. Nadie (o al menos ningún hombre blanco) fue congelado al nacer en un espacio social del que no había escapatoria. La sociedad era una serie de postes y escaleras, y los hombres subían o bajaban, en virtud de su habilidad, empuje, ambición y, — por supuesto, la suerte.16 En este país, un hombre podría nacer en una cabaña de troncos y terminar en la Casa Blanca. “El hijo de cualquier hombre”, escribió la Sra. Trollope, “puede ser igual al hijo de cualquier otro hombre”. Esto fue un “estímulo para el esfuerzo”, que en general fue algo bueno; pero también fue, pensó, “un estímulo para esa tosca familiaridad, sin la moderación de ninguna sombra de respeto, que asumen los más groseros y los más bajos en su relación con los más altos y más refinados.”17
Sin duda, la señora Trollope exageró, pero de hecho, no había una élite pequeña y dominante, con propiedades y poder heredados por siglos. América era la tierra del hombre hecho a sí mismo (la mujer hecha a sí misma aún no había sido inventada). Sin duda, en la vida estadounidense hubo ganadores y perdedores; y hubo también una etapa entre cada uno de estos dos polos. Mencionamos las grandes fincas en Nueva York, en el valle de Hudson; una especie de nobleza terrateniente dominaba grandes áreas del sur: hombres que poseían numerosos esclavos, vivían en mansiones y controlaban grandes extensiones СКАЧАТЬ