Название: Río torrentoso
Автор: Lawrence M. Friedman
Издательство: Bookwire
Серия: Extramuros
isbn: 9786123251567
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Crippen solía ser descrito como una persona ‘muy amable y equilibrada’. Parecía alguien perfectamente normal, muy lejos de la imagen usual de un asesino. Hubo algunos elementos durante su juicio similares a los del caso de Lizzie Borden: el conflicto existente en el crimen mismo, y la apariencia y hábitos del acusado. ¿Era posible que este doctor, un hombre de baja estatura que usaba anteojos, fuera en realidad un cruel asesino? ¿Un hombre que podría matar a su esposa, cortarla en pedazos y enterrar parte de su cuerpo debajo del piso del sótano? En este caso, el jurado creyó que sí, pese a que Crippen insistió en todo momento en su inocencia. Algunas dudas persisten hasta el día de hoy. Por ejemplo, un equipo de investigadores estadounidenses insiste en que el cuerpo en el sótano no era el de la esposa de Crippen, bajo la base del ADN mitrocondrial tomado de las nietas de Cora Crippen. Según afirman, este ADN no coincide con el ADN del torso que se encontró debajo del sótano.28
A veces, el mismo hecho de que un caso se llevara a juicio tenía un significado más amplio. Significaba desenmascarar, o tratar de desenmascarar, una sórdida realidad. Significaba arrastrarse a una habitación oscura para mirar el retrato de Dorian Gray. Significaba cuestionar la probidad, la ética, incluso la cordura de personas prominentes, personas respetables, personas que mostraban al mundo solo su lado de Dr. Jekyll. Esto también fue así en aquellos juicios que surgieron a partir de escándalos sexuales. En un juicio estadounidense sensacionalista en 1875, alguien acusó señalando a Henry Ward Beecher, el clérigo más famoso y respetado del país. El demandante, Theodore Tilton, insistió en que Beecher, el conocido hombre de Dios, estaba profundamente empapado en pecado: Beecher —afirmó Tilton— había cometido adulterio con su esposa. Tilton señaló que este líder de la vida religiosa estadounidense tenía una identidad sexual secreta. El jurado, al final, no pudo ponerse de acuerdo. El juicio no terminó con una decisión estruendosa, sino más bien con “el quejido de un jurado colgado.”29
El caso Loeb-Leopold, en 1924, ha sido llamado el juicio del siglo30 (aunque ha habido otros candidatos para este título). Dos jóvenes ricos en Chicago, estudiantes universitarios, que tenían todas las ventajas en la vida, asesinaron a un niño llamado Bobby Franks, que era el primo de uno de los asesinos, a quien ellos habían recogido mientras el niño caminaba hacia su casa. Richard Loeb y Nathan Leopold, los asesinos, provenían de entornos similares: eran compañeros de clase en la universidad y habían formado un fuerte vínculo, quizás uno con connotaciones sexuales. Leopold, en particular, era un estudiante brillante, un maestro de idiomas; y también un experto en el estudios de aves. Aparentemente, los dos hombres pensaban que eran seres especiales, libres de los lazos de las normas sociales ordinarias. El asesinato fue planeado solo por la pura emoción de llevarlo a cabo; o para demostrar que eran capaces de cometer el crimen perfecto. Pero resultó que el crimen estaba muy lejos de ser perfecto. La sospecha cayó sobre ellos con bastante rapidez: un par de anteojos, que se dejaron en la escena del crimen, fueron fácilmente rastreados hasta Leopold. Enfrentados con la evidencia, ambos confesaron. Como habían admitido su culpa, no se realizó un juicio común, ya que el verdadero problema se encontraba en el castigo que recibirían. ¿El juez sentenciaría a muerte a Leopold y Loeb? Las familias de los acusados contrataron a Clarence Darrow, quizás el abogado litigante más famoso de la época, para representar a Leopold y Loeb. Las audiencias fueron una sensación mediática. Darrow hizo un apasionado argumento contra la pena de muerte. Y, por alguna razón, el juez les perdonó la vida a los dos hombres, imponiéndoles una condena de cadena perpetua. Tiempo después, Loeb fue asesinado mientras estaba en prisión por otro preso; mientras que Leopold fue finalmente liberado y vivió tranquilamente por el resto de su vida en Puerto Rico.
El juicio de Loeb y Leopold cautivó al público. A diferencia, por ejemplo, del caso de Lizzie Borden, no había ningún misterio sobre el crimen en sí: Loeb y Leopold eran claramente culpables y habían admitido ese hecho. Lo que hacía fascinante al caso fue un rompecabezas diferente relacionado con en el corazón de los hechos. ¿Cómo pudieron los dos hombres haberse desviado tanto? Respecto a ello, había un parecido con el caso de Lizzie Borden. La pregunta en ambos casos era: ¿quiénes eran realmente los acusados? ¿cuál era su identidad encubierta? En el caso de Lizzie, ¿podría ser culpable de tal crimen? Si fue así, debía haber habido una especie de podredumbre seca debajo de la superficie de la sociedad burguesa. Para Loeb y Leopold, el problema de su identidad era menos misterioso pero igualmente trascendental. Hombres jóvenes, con todas las ventajas en la vida; estudiantes brillantes, hombres con un futuro brillante: ¿cómo podrían haber seguido un camino tan vil y oscuro? ¿cuál era la fuente de su segunda personalidad, el Mr. Hyde dentro de sus almas?
Muchos casos famosos tienen algo de este tenor. Un eco directo del caso Loeb-Leopold fue, en la década de 1950, el juicio sensacionalista de Pauline Parker y Juliet Hulme, en Nueva Zelanda. Las chicas eran unas adolescentes que mataron a la madre de Pauline, Honorah Rieper, con un ladrillo envuelto en una media. La versión que narraron fue que Honorah se había caído y lastimado en la cabeza; pero la verdad salió rápidamente, y fueron llevadas a juicio. Las chicas eran amigas muy cercanas; sus familias tenían planes de separarlas, y este fue aparentemente el motivo del asesinato. Las chicas eran menores de edad, lo que hizo que se descartara una sentencia de muerte. El juicio, por supuesto, llamó mucho la atención. Al igual que el crimen de Loeb y Leopold, este crimen fue tomado como un signo de “podredumbre moral que afectaba a los adolescentes”. Las “vidas secretas fétidas” de las niñas “eran una clara evidencia de una enfermedad que infectaba a los jóvenes”.31 La defensa trató, principalmente, de probar que las acusadas tenía problemas psiquiátricos; pero el jurado emitió un veredicto de culpabilidad. Las niñas pasaron cinco años en prisión y luego fueron liberadas. Aparentemente, nunca se volvieron a ver entre ellas. Irónicamente, Juliet Hulme más tarde tuvo una exitosa carrera como novelista criminal, escribiendo bajo el nombre de Anne Perry.
El juicio de la guardería McMartin, en la década de 1980 en el sur de California, fue el juicio penal más largo y quizás el más costoso en la historia de Estados Unidos.32 Una mujer, Judy Johnson, madre de un niño de la guardería, inició el proceso cuando hizo terribles acusaciones en contra de los trabajadores del centro. Afirmó que estos habían abusado sexualmente de los niños. Se llegaron a contar incluso historias más terribles e increíbles sobre la guardería: se habrían llevado a cabo horrendos rituales diabólicos, donde los niños eran las víctimas. Por fuera, los McMartins eran personas amables y afectuosas, que amaban a los niños. Pero, ¿era esto solo una máscara, una capa? ¿eran por dentro abusadores de niños, satanistas y cosas peores? ¿se parecían más al Mr. Hyde que al Dr. Jekyll?
Pero, ¿por qué alguien sospecharía tal cosa? Quien los había acusado inicialmente, Judy Johnson, era una mujer enferma: esquizofrénica paranoica y alcohólica crónica. Murió de enfermedad hepática unos años después de haber puesto en marcha todo el juicio. ¿Por qué alguien le creyó? En cierto modo, el caso McMartin era bastante diferente a los casos de Lizzie Borden, Loeb-Leopold, de las niños asesinas de Nueva Zelanda. En esos casos, el crimen, el asesinato, eran lo suficientemente creíbles. Se plantearon preguntas fundamentales sobre la verdadera identidad de los acusados; sobre sus motivos; y, más allá de eso, preguntas sobre la sociedad misma. En el caso de McMartin, sin embargo, casi con certeza el ‘crimen’ nunca llegó a ocurrir en absoluto. Al final, después de este insólito juicio, todos los acusados en el caso McMartin fueron absueltos. Sin embargo, en un aspecto, el juicio de McMartin compartió un rasgo importante con, por ejemplo, el caso de Lizzie Borden: un olfato, una sospecha oscura, una noción de que algo estaba mal y podrido en el orden social. El caso McMartin es, por supuesto, más reciente que los crímenes de Jack el Destripador, o el juicio de Lizzie Borden. Las fuentes del malestar son diferentes; pero tiene como un factor en común el cambio en el papel social de las mujeres, las tensiones de la vida familiar, la crisis en las relaciones de género. Todo ello se cernió sobre los juicios como una neblina química mortal. En nuestros tiempos, millones de mujeres han ingresado a la fuerza laboral, por elección o necesidad. Muchas de estas mujeres tienen hijos; y muchos de estos niños son demasiado pequeños para ir a la escuela. Alguien debe cuidar a estos niños. La guardería es una solución al problema; pero muchos padres (madres y padres por igual) pueden sentirse atormentados por sentimientos СКАЧАТЬ