Название: América ocupada
Автор: Rodolfo F. Acuña
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS
isbn: 9788491349655
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En 1833, se celebró una segunda asamblea. Fehrenbach alega que los angloamericanos procedieron de acuerdo con su tradición al redactar una constitución y presentársela al gobierno central, y que los mexicanos tomaron el documento como un pronunciamiento. Asevera igualmente que los historiadores mexicanos han interpretado la acción como “una ingeniosa estratagema para separar a Texas de México”, interpretación que él reconoce que “no puede negarse por completo”, puesto que angloamericanos prominentes, entre ellos Sam Houston, agitaban a favor de la independencia. La asamblea designó a Austin para que sometiera sus quejas y resoluciones al gobierno de México.10
Austin partió hacia la ciudad de México para exigir las demandas de los angloamericanos en Texas. Su gestión iba encaminada primordialmente a que se dejara sin efecto la prohibición de más inmigración angloamericana en Texas y a que se convirtiera al territorio en un estado aparte. El problema de la abolición de la esclavitud también presentaba una excesiva inquietud. Al escribirle a un amigo desde la ciudad de México, Austin pone de manifiesto una actitud nada conciliadora: “Si se rechaza nuestra proposición, estaré a favor de que nos organicemos sin ella. No concibo otra forma de salvar el país de la anarquía total y de la ruina. Ya estoy hastiado de las medidas conciliatorias, y de ahora en adelante seré inflexible en cuanto a Texas”.11
En carta del 2 de octubre de 1833, Austin incitaba al ayuntamiento de San Antonio a declarar a Texas como estado independiente. Después se justificaría atribuyendo la incitación a “un momento de irritación e impaciencia”; no obstante, sus actos no eran los de un moderado. El contenido de la nota fue a parar a manos de las autoridades mexicanas, que ya dudaban de la buena fe de Austin. Subsecuentemente Austin fue encarcelado y muchas de las concesiones que había logrado se fueron a pique. Contribuyeron a la desconfianza general que reinaba, los manejos del embajador estadounidense en México, Anthony Butler, cuyos abiertos intentos de sobornar a los funcionarios gubernamentales para que vendieran Texas enfurecían a los mexicanos, llegando a ofrecer 200 000 dólares a un funcionario. Todo el problema se agravó en mayo de 1834, al apoderarse de la presidencia de México Antonio López de Santa Anna.12
López de Santa Anna es un enigma en la historia mexicana. Desde que llegó al poder en Tampico en 1829 hasta su caída en 1855, ejerció una influencia disociadora en la política mexicana. Durante ese periodo se disputaban el control del país los conservadores, que representaban los intereses de los terratenientes (y de la iglesia y los militares), y los liberales, que querían convertir a México en un Estado moderno bajo la supremacía de los comerciantes. Santa Anna manipuló ambas facciones y se cambiaba de un partido a otro para tomar el poder. Su gestión profundizó la desunión de la época, debilitó a México y lo convirtió en fácil víctima de las ambiciones de Estados Unidos. Además, la perfidia de Santa Anna dio a los historiadores estadounidenses una víctima propiciatoria a quien atribuirle la responsabilidad de las guerras. Muchos historiadores señalan que la abolición del federalismo por parte de Santa Anna desencadenó movimientos separatistas en varios estados mexicanos; sin embargo, los mismos historiadores se olvidan de señalar que Estados Unidos atravesó una etapa similar en el proceso de forjarse como nación.
Sea cual fuere el papel de Santa Anna, la revuelta texana había comenzado a fraguarse antes de su gestión por hombres como William Barret Travis, F. M. Johnson y Sam Houston, agitadores continuos a favor de la secesión. Además, la mayoría de los anglo-texanos se resistía a subordinarse al gobierno de México.
Los partidarios de la guerra eran muchos en Texas. En el otoño de 1834, Henry Smith publicó un folleto titulado “Seguridad para Texas” en el que abogaba por el desafío abierto a la autoridad mexicana. La situación política se polarizó, y se movilizaron tropas mexicanas hacia Coahuila. La intriga dominaba el panorama texano. No solo había individuos propugnando la independencia, sino que las compañías angloamericanas que se dedicaban a la compraventa de terrenos tenían agentes, tanto en Washington como en Texas, intrigando en municipios y cabildos a favor de un cambio. Entre estas compañías ocupaba un lugar prominente la Galveston Bay and Texas Land Company of New York, con la cual se había coludido Anthony Butler, el embajador estadounidense en México.13
El 13 de julio de 1835, Austin quedó en libertad como resultado de una amnistía general. Camino a Texas escribió una carta a un primo, donde sustentaba que Texas debía ser norteamericanizado a pesar de que era todavía un territorio mexicano, y que algún día debía convertirse en territorio estadounidense. En la misma carta instaba a que se establecieran en Texas grandes cantidades de angloamericanos, “cada uno con su fusil”, los cuales él creía debían inmigrar “con o sin pasaportes, de cualquier modo”. Decía también: “Aunque durante catorce años he tenido muchas dificultades por ello, nada podrá intimidarme o hacerme cejar en mi empeño de norteamericanizar Texas”.14
Fehrenbach defendió la carta de Austin y amonestó a los historiadores mexicanos que han condenado al líder texano: “El llamado a inmigrar a Texas masiva e ilegalmente, y con armas, no respondía tanto a un plan de Austin para anexar Texas a Estados Unidos, como a una búsqueda de la mayor ayuda posible en la fuente más lógica, del mismo modo que lo hicieron los israelitas cuando, acosados por los árabes, apelaron a los judíos en todas partes del mundo”.15
La asamblea de anglo-texanos aprobó resoluciones dirigidas al gobierno de México y al estado de Coahuila. Fundamentalmente, lo que pedían era mayor autonomía para Texas. Fehrenbach, al igual que otros historiadores estadounidenses, erróneamente ha pintado un cuadro de un gobierno mexicano tiránico que no acogió las “justas demandas de los pobladores”:
Todas las resoluciones comenzaban con enfáticas expresiones de lealtad a la Confederación y la Constitución mexicanas. Estas expresiones eran totalmente sinceras. Lo que solicitaban los texanos era pluralidad cultural bajo la soberanía mexicana; esa pluralidad no solo era ajena a la naturaleza hispánica, sino que, además, debido a la fobia antiestadounidense que permeaba a la mayoría de los mexicanos, no podía ser evaluada en sus méritos. De hecho, las asambleas mismas, tan naturales en la experiencia y la tradición de los angloparlantes, estaban totalmente al margen de la ley mexicana. En México no surgía del pueblo ninguna iniciativa que no fuera el motín o la insurrección. Guando asumían el poder, tanto los liberales como los conservadores gobernaban por decreto. En este contexto, la asamblea solo podía parecer a los oficiales mexicanos de Texas y de México, como una gigantesca conspiración contra las bases de la nación.16
Fehrenbach y otros historiadores angloamericanos no lograron darse cuenta de que en México existía la pluralidad cultural, a tal grado que hasta a los angloamericanos se les permitía mantener su cultura. Lo cierto es que a quienes era ajena la pluralidad cultural, era a los angloamericanos. Los acontecimientos posteriores a la asamblea corroboraron la preocupación de los mexicanos en cuanto a la independencia de los angloamericanos en Texas.
LA REVUELTA DE TEXAS
Sería simplista atribuirles toda la responsabilidad por el conflicto a Austin y a todos los pobladores angloamericanos. De hecho, Austin era mejor que la mayoría: fue de los partidarios de la paz que al principio se oponían a una confrontación con los mexicanos. En última instancia, sin embargo, esta facción se unió a los “halcones”. Eugene C. Barker, un historiador texano, sostiene que la causa inmediata de la guerra fue “el derrocamiento de la república nominal y la instauración en su lugar de una oligarquía centralizada que presuntamente suponía un mayor control de Texas por parte de México.17 Sin embargo, Barker reconoce que “patriotas sinceros, tales como Benjamín Lundy, William Ellery Channing y John Quincy Adams, consideraban que la revuelta texana era un asunto desgraciado promovido por esclavistas sórdidos y especuladores en tierras. Sus argumentos parecen plausibles, aun desde el punto de vista crítico del historiador modern”.18 Sin embargo, Barker niega que el problema de la esclavitud СКАЧАТЬ