América ocupada. Rodolfo F. Acuña
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Название: América ocupada

Автор: Rodolfo F. Acuña

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: BIBLIOTECA JAVIER COY D'ESTUDIS NORD-AMERICANS

isbn: 9788491349655

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СКАЧАТЬ es esencialmente cultural. El colono norteamericano y el nativo mexicano se dieron cuenta pronto de que las mismas palabras podían tener significados enormemente distintos y que estos dependían de las tradiciones y las actitudes de quienes hablaban. Democracia, justicia y cristianismo, palabras que al principio parecían significar ideales comunes, se convirtieron en consignas de una revolución debido a las diferentes interpretaciones que les daban los colonos norteamericanos y sus gobernantes mexicanos en Texas.1

      Los angloamericanos comenzaron a establecerse en Texas desde 1819, fecha en que Estados Unidos adquirió Florida de España. El Tratado Transcontinental con España le marcó a Estados Unidos una frontera que dejaba fuera a Texas. Al momento de ratificarse el tratado en febrero de 1821, Texas era parte de Coahuila, estado de la República Mexicana. Mientras tanto, los angloamericanos realizaban incursiones de pillaje en Texas de la misma forma que las habían hecho en Florida. En 1819, James Long dirigió una infructuosa invasión de la provincia con el propósito de crear la “República de Texas”. Al igual que muchos angloamericanos, Long sostenía que Texas le pertenecía a Estados Unidos y que “el Congreso no tenía el poder ni el derecho de vender, canjear o ceder un ‘dominio norteamericano’”.2

      Después de un periodo de inactividad insurreccional angloamericana en Texas el gobierno mexicano brindó tierras gratis a grupos de pobladores. A Moses Austin se le dio permiso para establecer un poblado en Texas, y a pesar de que murió poco tiempo después, el plan se llevó a cabo bajo la dirección de su hijo, Stephen. En diciembre de 1821, Stephen fundó el poblado de San Felipe de Austin. Al poco tiempo, muchos angloamericanos comenzaron a establecerse en Texas; hacia 1830 sumaban unos 20 000 pobladores y unos 2000 esclavos. Se suponía que los pobladores debían acatar las condiciones establecidas por el gobierno mexicano –todos los inmigrantes tenían que profesarse católicos y jurar lealtad a México–, pero los angloamericanos burlaban estas leyes. Además, se sintieron agraviados cuando México intentó hacer cumplir las leyes que ellos se habían comprometido a obedecer. México se preocupaba cada vez más del flujo continuo de inmigrantes, la mayoría de los cuales conservaba su religión protestante.3

      Pronto se hizo obvio que los anglo-texanos no tenían la menor intención de obedecer las leyes mexicanas porque consideraban a México incapaz de desarrollar ninguna forma de democracia. Muchos pobladores, entre ellos Hayden Edwards, consideraban a los mexicanos como los intrusos en el territorio texano; estos angloamericanos usurpaban tierras que pertenecían a los mexicanos. En el caso de Edwards, los terrenos que se le habían cedido eran reclamados tanto por mexicanos e indios, como por otros pobladores angloamericanos. Después de que intentó echar arbitrariamente a los pobladores de las tierras y antes de que pudiera emitirse un fallo oficial, las autoridades mexicanas le anularon su concesión y le ordenaron que saliera del territorio. Edwards y algunos seguidores tomaron el pueblo de Nacogdoches el 21 de diciembre de 1826 y proclamaron la República de Fredonia. Los funcionarios mexicanos, respaldados por algunos pobladores (tal como Stephen Austin), sofocaron la revuelta; sin embargo, la actitud angloamericana ante esos sucesos auguraba lo que habría de sobrevenir. Muchos periódicos estadounidenses se refirieron a la revuelta como al caso de “200 hombres contra una nación” y describieron a Edwards y sus seguidores como “apóstoles de la democracia aplastados por una civilización extranjera”.4 Fue en este momento cuando el presidente de Estados Unidos, John Quincy Adams, ofreció a México un millón de dólares por Texas. Las autoridades mexicanas, sin embargo, estaban convencidas de que Estados Unidos había instigado y apoyado la guerra de Fredonia y rechazaron la oferta. México intentó consolidar su control sobre Texas, pero tanto el gran número de pobladores angloamericanos como la inmensidad del territorio se lo hicieron poco menos que imposible.5

      Los anglo-texanos ya eran una casta privilegiada que dependía en su mayor parte de los beneficios económicos proporcionados por sus esclavos. Al igual que la mayoría de las naciones progresistas, México abolió la esclavitud, el 15 de septiembre de 1829, por orden del presidente Vicente Guerrero. Los texanos, no obstante, eludieron la ley “liberando” a sus esclavos, pero haciéndolos firmar contratos vitalicios de servidumbre obligatoria.6 A pesar de que lograron burlar el decreto de abolición, los anglo-texanos lo tomaron como una violación de sus libertades personales. Las numerosas tensiones aumentaron en 1830, cuando México decretó el fin de la inmigración angloamericana a Texas.7 El decreto violentó a los angloamericanos. Los resentimientos entre estos y los mexicanos se agravaron aún más durante la presidencia de Andrew Jackson en Estados Unidos. Al igual que lo había hecho Adams, Jackson intentó comprar a Texas y estaba dispuesto a pagar hasta cinco millones de dólares. El inmenso número de pobladores angloamericanos en Texas, su predominio económico en la región y su negativa a obedecer las leyes de México, habían provocado actitudes xenófobas en las autoridades mexicanas; las presiones diplomáticas fueron rechazadas y al mismo tiempo se movilizaron más tropas al estado de Coahuila, del cual Texas era parte. Desde antes de que los refuerzos mexicanos pasaran a Texas, la polarización entre anglo-texanos y mexicanos estaba muy acentuada; los anglo-texanos tomaron la movilización como una invasión mexicana.

      Los acontecimientos que siguieron a la movilización han sido interpretados reiteradamente por los historiadores angloamericanos como ejemplos de la naturaleza tiránica y arbitraria del gobierno mexicano, en contraste con los objetivos de orientación democrática de los pobladores texanos. Cuando los texanos desafiaron la recaudación de derechos de aduanas y se encolerizaron por los intentos mexicanos de acabar con el contrabando, los ciudadanos estadounidenses los respaldaron. Es obvio que la facción de guerra (war party) que se amotinó en Anáhuac, Texas, en diciembre de 1831, tenía respaldo popular. Uno de los líderes de la facción, Sam Houston, “era un protegido reconocido de Andrew Jackson, a la sazón presidente de Estados Unidos. El propósito de Houston era, a la larga, incorporar Texas a Estados Unidos”.8 Los angloamericanos, a quienes México había concedido permiso para establecerse en Texas, socavaron la autoridad de su anfitrión de diversas maneras. Disfrazaban cada vez menos su insubordinación y en el verano de 1832; un grupo de ellos atacó la guarnición mexicana, pero fue derrotado. Ese mismo año, el coronel Juan Almonte realizó una gira de buena voluntad en Texas y rindió un informe secreto sobre la situación de la provincia. En el informe recomendaba hacer muchas concesiones a los texanos, pero también “que la provincia se mantenga bien aprovisionada de soldados mexicanos”. El historiador texano Fehrenbach criticó las acciones mexicanas: “Hasta a un mexicano de buena voluntad le resultaba virtualmente imposible entender que los angloamericanos eran capaces de autodisciplinarse”. Añade Fehrenbach: “Por esta razón, los pasos que dieron entonces los pobladores fueron mal interpretados en México, tanto por los liberales, como por los conservadores. Por iniciativa propia, los pobladores del ayuntamiento de San Felipe convocaron una asamblea para el l0 de octubre de 1832. Diez y seis distritos anglo-texanos acudieron a la asamblea”. La asamblea de anglo-texanos aprobó resoluciones dirigidas al gobierno de México y al estado de Coahuila. Fundamentalmente, lo que pedían era mayor autonomía para Texas. Fehrenbach, al igual que otros historiadores estadounidenses, erróneamente ha pintado un cuadro de un gobierno mexicano tiránico que no acogió las “justas demandas de los pobladores”:

      Todas las resoluciones comenzaban con enfáticas expresiones de lealtad a la Confederación y la Constitución mexicanas. Estas expresiones eran totalmente sinceras. Lo que solicitaban los texanos era pluralidad cultural bajo la soberanía mexicana; esa pluralidad no solo era ajena a la naturaleza hispánica, sino que, además, debido a la fobia antiestadounidense que permeaba a la mayoría de los mexicanos, no podía ser evaluada en sus méritos. De hecho, las asambleas mismas, tan naturales en la experiencia y la tradición de los angloparlantes, estaban totalmente al margen de la ley mexicana. En México no surgía del pueblo ninguna iniciativa que no fuera el motín o la insurrección. Guando asumían el poder, tanto los liberales como los conservadores gobernaban por decreto. En este contexto, la asamblea solo podía parecer a los oficiales mexicanos de Texas y de México, como una gigantesca conspiración contra las bases de la nación.9

      Fehrenbach y otros historiadores angloamericanos no lograron darse cuenta de que en México existía la pluralidad СКАЧАТЬ